Un segundo punto relacionado con la adversidad es la hostilidad. ¿Cómo nos enfrentamos a la hostilidad? Creo que lo que el teólogo católico Segundo Galilea dice sobre este tema es algo muy pertinente. El dice: “Nuestra cruz no tiene sentido si ni nos incorporamos por ella a la cruz de Cristo. Con ello realizamos una experiencia espiritual, una experiencia de Dios. Al entender, con los ojos de la fe, la cruz de Jesús, entendemos nuestra propia cruz y la cruz del mundo”[1] El conflicto es uno de los modos más habituales de cómo se presenta la cruz en la condición humana. La vida personal, la familia, las comunidades humanas, la sociedad, y por lo tanto la Iglesia, han experimentado, y experimentan continuamente, situaciones de conflicto. El conflicto es en sí un hecho, muchas veces inevitable, a menudo ligado y reforzado por el egoísmo y el pecado, pero a menudo también consecuencia simplemente del hecho que somos distintos, limitados y a veces incompatibles. En todo caso, el conflicto, en diverso grado, es una forma de cruz y de sufrimiento, y como tal ha de ser integrado en la espiritualidad. Jesús también experimentó el conflicto – inútil recordarlo – y en su actividad misionera de forma muy aguda. Conflictos con los dirigentes religiosos, con los poderes públicos, incomprensión de parte del pueblo y los discípulos. La pasión y la cruz es el desenlace trágico e inevitable de la dimensión conflictiva de la vida de Jesús. El, que no buscó el conflicto, que traía un mensaje de misericordia y fraternidad, a causa del rechazo y de la reacción de los pecadores, conoció una de las experiencias conflictivas más dramáticas de la historia humana. [2] Ahora bien no se trata de crear una espiritualidad conflictiva ni de sobrevalorar en manera alguna el conflicto. En verdad, el conflicto y la cruz no son nunca un valor en sí, y sería muy impropio hablar de una «espiritualidad del conflicto». Sí en cambio podemos hablar de una espiritualidad cristiana «en el conflicto». Siempre permanece cierto que la única espiritualidad auténtica en el cristianismo es la que brota del seguimiento de Jesús bajo la guía de la Iglesia, y que por lo tanto no es el conflicto lo que santifica, sino la identificación con Jesús sujeto de conflicto y persecución. Este seguimiento de Cristo no sólo viene a ser la causa de los conflictos de sus discípulos, sino que es también el modelo de cómo vivir los conflictos humanos evangélicamente. En una palabra, cómo vivir la experiencia del conflicto como espiritualidad.[3]
Un tercer punto asociado con la adversidad es la frialdad. Si la iglesia se enfría y pierde su calor, ¿cuáles deben ser las cosas que debemos cambiar para tener el calor de Dios? Primero creo que la frialdad se disipa si recuperamos el carácter expositivo de la Palabra de Dios. Recientemente se hizo una investigación sobre la predicación en la iglesia. El informe dice que Inglaterra, la nación que una vez nos dio predicadores de la talla de Charles Simeón, Charles Spurgeon, y Martyn Lloyd-Jones ha entrado en decadencia. Con una rara excepción y como muestra de un remanente solo quedan unas pocas iglesias evangélicas fieles. Pero en general la triste conclusión es que la predicación ha caído en tiempos desesperados. Algunos observadores de la vida británica estiman que en una semana determinada, la asistencia de los musulmanes en las mezquitas supera a la asistencia a las iglesias cristianas. Eso significa que probablemente hay en el Reino Unido más personas que escuchan a los líderes musulmanes que a los predicadores. Esto plantea una pregunta interesante: ¿Es la marginación de la predicación bíblica en tantas iglesias una causa o una consecuencia de la retirada del país de la cristiandad? En realidad, debe ser a la vez causa y efecto. En cualquier caso, no hay esperanza para una recuperación del cristianismo bíblico, sin una recuperación anterior de la predicación bíblica. Eso significa que la imperante necesidad de la predicación expositiva, textual, con aplicaciones evangelísticas y doctrinales urge hoy. En otras palabras, debemos volver a la disciplina de una predicación que tomará mucho más de diez minutos y que no está diseñada para hacerse pasar por una forma de entretenimiento.[4] Una y otra vez, el pueblo de Dios ha sido rescatado de su frialdad espiritual por una recuperación de la enseñanza bíblica y la predicación. La predicación correcta de la Palabra de Dios es la primera marca esencial de la iglesia. Como los reformadores dejaron en claro, cuando esa marca no está presente, no hay iglesia. J.L Packer definió la predicación como: “La acción de Dios que trae ante un público un mensaje basado en la Biblia, relacionado con Cristo, impactante, de instrucción y dirección, que proviene de Él a través de las palabras de un portavoz.”[5] La predicación de la Palabra es central, irreductible e indiscutible para la auténtica adoración que agrada a Dios. John Stott lo declara simple y resueltamente: “La predicación es indispensable para el cristianismo”[6]. La predicación esencial para la adoración cristiana es la expositiva. De hecho, la única forma de predicación cristiana auténtica es la expositiva.[7] Sin embargo uno de los sellos distintivos de nuestra época es que nos enfrentamos a una crisis de predicación. Mohler plantea preguntas importantes con relación a esta inquietud, el dice: “Permítame hacerle algunas preguntas sinceras y delicadas. Si usted escogiera una iglesia evangélica al azar y asistiera a uno de sus servicios dominicales, ¿cuáles serían las probabilidades de que escuchara un fiel sermón expositivo, un sermón que obtenga su mensaje y su estructura del texto bíblico? Si responde a esa pregunta con sinceridad, admitirá que su expectativa no sería muy alta. Además, ¿cree usted que a medida que pasa el tiempo será más o menos probable escuchar un mensaje expositivo en una iglesia escogida al azar?[8]
La gravedad de esto no es precisamente la escases de la predicación expositiva, sino que hay un buen número de personas que están equivocados en cuanto a lo que es predicación expositiva. Muchas personas piensan que la predicación expositiva es tan sólo un género de predicación o incluso como el mejor de los géneros. Si caemos en este patrón, le estamos haciendo un grave perjuicio a la visión bíblica de la predicación. Como dice Mohler: “Seamos claros. Según la Biblia, exponer es predicar, y predicar es exponer”.[9] Así que debemos abordar no solamente qué es realmente predicación y que no es. Gran parte de lo que se hace en los púlpitos en estos días no es predicar, aunque el predicador, y probablemente su congregación con él, diga que sí. Predicar no es decir algo interesante de Dios, no es dar un discurso religioso ni narrar una historia. Muchos evangélicos se dejan seducir por los partidarios de la predicación temática y narrativa. Mohler insiste que la fuerza declarativa de Las Escrituras se encuentra mitigada por una demanda de historias, y la formación textual de la Biblia se ve suplantada por reflexiones temáticas.[10] En muchos púlpitos, la Biblia, si acaso se la menciona llega a ser sólo una fuente de aforismos o anécdotas oportunas. Además muchas veces las inquietudes terapéuticas de la cultura constituyen el programa de la predicación evangélica. Predominan los asuntos del yo, y la congregación espera escuchar simples respuestas a problemas complejos.[11] Por consiguiente, muchos cristianos han perdido la avidez por una predicación concluyente, y se contentan con que desde el púlpito se promueva la fascinación que sienten por sí mismos.
Otro grave problema que observo hoy es el hecho de que muchos predicadores afirmarían que su predicación es expositiva, aun cuando esto muchas veces significa simplemente que el predicador tiene un texto bíblico en mente, no importa cuán débil sea la relación existente entre el texto y el sermón.
Así que aquí tenemos un gran reto para superar la frialdad y recuperar la pasión por Dios. La predicación expositiva no sólo es clara sino que alimenta el corazón de tal manera que la Palabra de Dios se hace viva y las personas sienten la relevancia de ella en cuanto a su vida diaria.
Al final y al cabo, nuestro llamado como predicadores es realmente muy simple. Estudiar, pararnos delante de nuestra congregación, leer el texto, explicarlo. Amonestar, reprender, exhortar, alentar y enseñar; y después hacerlo todo una y otra vez.[12]
Así que debemos entender que la predicación expositiva consiste en la explicación y la aplicación de un pasaje de las Escrituras. Sin explicación no es expositivo, sin aplicación no es predicación.
En segundo lugar para combatir la frialdad espiritual no sólo debemos recuperar el carácter expositivo de su Palabra, sino el sentido festivo de la Presencia de Dios en nuestras celebraciones. Una de las grandes tentaciones en la mayoría de iglesias es confundir que tener un espíritu festivo del culto, es identificarse con el pentecostalismo. El axioma es “culto alegre, culto pente” o en otro escenario “culto bullicioso, culto de jóvenes”. Es decir confundimos espíritu festivo o con una corriente doctrinal o con una corriente generacional.
Así que probablemente una de las marcas más visibles y distintivas de la renovación que experimentan hoy nuestras iglesias sea la nueva adoración que se ha impuesto en la mayoría de las congregaciones. A la vez, es una de las cuestiones más conflictivas. Los cambios de los himnos tradicionales por nuevas canciones; el reemplazo del clásico órgano por sintetizadores, batería, guitarras eléctricas y otros instrumentos; la sustitución de una liturgia formal y racional por una más espontánea, donde lo emocional y lo físico tienen un lugar importante; la incorporación de formas de expresión más ‘pentecostales’ como levantar las manos, aplaudir, danzar, saltar; la extensión de la duración del culto, la manifestación de otros dones además de la predicación y la enseñanza … estas y otras modificaciones en los servicios han sido motivo de discusión en muchas congregaciones.[13]
En muchos casos, debido a la ausencia de una sólida enseñanza de parte de quienes adoptan la renovación, a la falta de comprensión de algunos hermanos que la resisten, y especialmente a la carnalidad de ambos grupos, este tema se ha tomado como excusa para la división. Por supuesto, mientras la gente discute y pelea, nadie adora, y Dios sigue esperando adoradores que le adoren en espíritu y en verdad. Es importante que todos podamos abrirnos a lo que el Espíritu está haciendo, sin caer en excesos ni conformarnos con meras imitaciones.
El Espíritu Santo está impulsando a la iglesia a vivir la experiencia del culto como una verdadera fiesta espiritual. Nos invita a recuperar el concepto de fiesta como algo positivo. Esto es muy importante desde una perspectiva teológica y también desde una perspectiva cultural. Primero teológicamente hablando, el fundamento del culto cristiano es la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, a diferencia de la tradición judía, los cristianos centraron la celebración del culto en el domingo, el día del Señor, es decir, el día en que Jesucristo resucitó. A diferencia de la misa que celebra la iglesia católica romana, cuyo eje es la muerte de nuestro Señor, el culto evangélico tiene como base teológica a la resurrección. Por mucho tiempo nuestros cultos se parecieron más a un velatorio que a una fiesta. Por sus formas, la reunión parecía girar alrededor de un muerto y no de alguien que está vivo. Decimos que celebramos con alegría que el Señor ha resucitado, vive y reina. Si realmente lo creemos, nuestros cultos deberían ser verdaderas fiestas de celebración.[14]
La segunda razón por la cual debemos recuperar el concepto de fiesta es de tipo cultural. Muchas de las iglesias del continente son el resultado de la tarea de misioneros que vinieron del mundo anglosajón. Ellos implantaron en las nuevas congregaciones lo que conocían, lo que ellos vivían y experimentaban. Lo hicieron con mucho amor, sacrificio y entrega, y debemos estar agradecidos por su tarea. Pero en esos tiempos fundacionales no había la conciencia ni el conocimiento que hoy tenemos acerca de la diversidad de las culturas. Muchos de los misioneros no tuvieron en cuenta la necesidad de proclamar el evangelio en el contexto de la nueva realidad. Lo vemos en las formas de evangelización, de discipulado, de organización de la iglesia, y en especial de la adoración. La cultura anglosajona privilegia la razón, la reflexión, el libro. Nuestra cultura latina no privilegia el estudio sino la fiesta. Dos latinos se encuentran por la calle y enseguida se invitan a sus casas a comer, a celebrar el reencuentro. Cuando un equipo de fútbol gana un campeonato, el festejo se hace en el centro de la ciudad, con bombos y cornetas. Cualquier motivo es bueno para hacer una fiesta, y debemos tener esto en cuenta en toda la tarea de la iglesia, especialmente en el culto de adoración.[15] Por otro lado debemos hacernos preguntas muy profundas con relación a la forma en que celebramos. ¿Qué celebramos? ¿Por qué celebramos?
Alguien comparó a la iglesia actual con Inglaterra. Aunque hoy la monarquía está en tela de juicio y su popularidad en baja, tradicionalmente los ingleses han expresado un gran respeto y reverencia por sus monarcas. Les rinden honores y homenajes en forma permanente. Sin embargo, en Inglaterra la reina no manda. El que manda es el primer ministro. Algo así ocurre en nuestra vida. Adoro a Jesucristo, le rindo honores, canto, alabo y ofrendo; pero en mi vida yo soy el que manda. Lo llamo Rey de Reyes; pero el primer ministro, el que gobierna, soy yo.[16]
En muchos lugares hay congregaciones en las que Cristo no está en el centro. Hay muchas que se parecen a la iglesia de Laodicea, a la que Cristo tuvo que decirle: ‘Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo’ (Apocalipsis 3:20). A los predicadores nos encanta usar este versículo en mensajes evangelísticos, y es tolerable hacerlo. Sin embargo, no es un mensaje dirigido a los inconversos; es una palabra dirigida a una iglesia, la de Laodicea. ¿Qué estaba pasando allí? En aquella iglesia estaban cantando, orando, ofrendando, predicando… pero Cristo estaba afuera, golpeando la puerta. Estaba a la intemperie. ¿Por qué, mientras la iglesia estaba desarrollando su culto, supuestamente alrededor de la presencia de Cristo, en realidad el Señor estaba afuera, pidiendo entrar? Porque en aquella iglesia había cristianos cuyo centro no era Cristo. Hay congregaciones cuyo centro es su programa de actividades, no Cristo. Funcionan, tienen cierto crecimiento, pero Cristo no gobierna. Son como un automóvil con la caja de cambios en la posición de punto muerto o neutro. Hacen ruido, gastan energía, pero no avanzan. En apariencia está todo bien: un buen edificio, un buen plantel de líderes, un programa de actividades bien organizado, pero Cristo no reina. No es él quien toma las decisiones, no es quien pastorea a la grey, no es la cabeza de la iglesia. Quizás parece una iglesia cristocéntrica, pero no lo es. Tiene una buena fachada, pero detrás de la apariencia no es el Señor quien reina; es la gente. Esas iglesias son como hojas de otoño: mantienen la forma y la estructura de una hoja verde, pero están resecas y muertas.[17] Por eso es que nos enfriamos, porque sino gira nuestra festividad en torno de la presencia de Dios, todo lo demás tenderá a lo monótono y aburrido.
En tercer lugar para combatir la frialdad no solo necesitamos el carácter expositivo de la Palabra, el sentido festivo de la Presencia de Dios, sino la disciplina contemplativa del Poder de Dios.
El mundo postmoderno tiene sus inquietudes con relación al Cristianismo. Hoy este mundo no está interesado en la demostración de las grandes doctrinas, debido que ahora tiene acceso ilimitado e inmediato a la información, incluso mucho antes que el expositor tradicional. Antaño, el especialista que dictaba una conferencia era privilegiado con tener la información más actualizada, y el oyente le creía que eso era lo último en cuanto al tópico enseñado. Hoy no es así, uno puede dictar una conferencia y presentar la información, e inmediatamente la audiencia tiene acceso por medio de la internet no sólo a la información presentada sino a que otra más actualizada. En ese sentido el mundo posmoderno no le interesa la información de un tema sino la practicidad del tema. Así que ya no les interesa saber quién es Jesús, porque lo saben y si no lo saben tienen fuentes de información más creíble que un predicador. La gente pregunta hoy no tanto quién es Jesús sino para que sirve. Es decir ¿Para qué me sirve creer en Jesucristo? Y he allí el reto de esta nueva realidad. Por eso es tan importante demostrar que la fe que seguimos es real y práctica porque tenemos un Dios que despliega poder. Esa contemplación incluirá lo milagroso, lo asombroso, las señales portentosas del Nuevo Testamento. Debemos entender que muchas personas creen que Dios se mostró portentoso en el pasado pero no creen que lo sea en el presente. Esa manifestación poderosa actual es lo que falta a muchas iglesias hoy. Pero un gran porcentaje le tiene miedo a entrar en el mundo espiritual hoy. En parte porque es una reacción a la excentricidad de ciertas corrientes pentecostales. Pero eso no es excusa para entender que nuestra fe está inmersa en un encuentro de poderes.
El pastor Murphy escribe al respecto: “¿Por qué desconfiamos tanto los evangélicos de la experiencia con el mundo espiritual? ¿Cuál es la razón de que elaboremos teologías acerca de esta dimensión de la realidad la cual desconocemos excepto a través de la exégesis bíblica? ¿Pueden los teólogos elaborar realmente una teología de Satanás y de los demonios que sea al mismo tiempo verdadera y útil para el ministerio, mientras estudian sus Biblias en hebreo y griego sentados en sus despachos provistos de aire acondicionado y apartados de tan siquiera una experiencia personal? Si los teólogos en cuestión no presentaran en sus estudios prejuicios limitadores acerca de lo que los demonios son o no son capaces de hacer, seguramente podrían, utilizando sólo las Escrituras, elaborar directrices para la demonología práctica que fueran luego probadas en la experiencia. Basándose en los resultados de dicha experiencia, tendrían entonces que reajustar su demonología para adaptarla al contemporáneo asalto del campo sobrenatural maligno con el que se enfrenta la Iglesia hoy en día.[18] Y luego añade:
“Eso es exactamente lo que nos ha sucedido a mí y a otros muchos profesores de teología, maestros de la Biblia, consejeros, misioneros y pastores en los últimos años. Aprendimos teología en la universidad y el seminario. Aceptamos lo que se nos enseñaba porque confiábamos en nuestros profesores. Cuando leíamos las Escrituras con sus ojos, descubríamos lo que nos decían que íbamos a descubrir. Y aunque de vez en cuando encontrábamos otras cosas, con pocas excepciones no lo contábamos. Luego se nos lanzó al ministerio y nuestra teología fue sometida a la prueba de la experiencia. Es probable que los pilares básicos de nuestra teología cristiana histórica no cambiaran, es más, se afirmaron. Lo que sí sucedió es que tuvimos que volver una y otra vez a la Escritura en busca de ayuda. De nuevo comenzamos a examinar algunas dimensiones de nuestra irreflexiva teología cuando no se mostró congruente con nuestra propia experiencia válida con Dios, la gente y, en muchos casos, con Satanás y los demonios”. [19]
Por lo tanto, la interpretación bíblica correcta es aquella que se revela más consecuente con la experiencia. La teología que es contradicha o al menos cuestionada por la vida práctica necesita ser reexaminada. Afirmar que la teología debe mantenerse incluso si es desafiada por una experiencia continuada constituye un legalismo, un farisaísmo, un dogmatismo y la evidencia de una arrogancia sutil. Mantener una teología que hiere a personas ya heridas es pecado. No podemos sacrificar a la gente en el altar de las presuposiciones teológicas.
Como consecuencia del auge racionalista del siglo dieciocho conocido como la Ilustración, la teología occidental perdió una comprensión intuitiva e histórica del mundo espiritual. Y como en todas las otras áreas donde la Iglesia ha pasado por alto o resistido alguna dimensión de la realidad bíblica, el proceso de redescubrimiento por lo general viene a través de la experiencia. Esta experiencia cuestiona la teología en ese punto particular. No obstante, el statu quo siempre resistirá a los reformadores. Los teólogos y maestros de la Biblia de ese statu quo, si tienen un concepto elevado de la Escritura, volverán a ella, no para desafiar abiertamente sus propias presuposiciones a la luz de la experiencia de los hermanos, sino pare defenderla contra los errores de estos. Los reformadores, por su parte, si tienen la Biblia en gran estima, también volverán a ella, y si son sinceros lo harán no para demostrar que tienen razón y que sus hermanos del statu quo están equivocados, sino para comprender mejor lo que les dice su experiencia. Si lo hacen, cuestionarán ya sea su experiencia, su comprensión de las Escrituras o ambas cosas. Por lo general, ocurre lo último. Si sus experiencias son válidas descubrirán que la Biblia las apoya mucho más de lo que en un principio habían imaginado. También se darán cuenta de que las Escrituras les obligan a formular de nuevo dichas experiencias y no irse a los extremos. Reconocerán asimismo que ellos también, como hombres que son, están expuestos al engaño y al error. El resultado de todo debería ser una teología formulada nuevamente, más coherente con las Escrituras y la experiencia.[20]
Esto es lo que está sucediendo hoy en día en la Iglesia con las «nuevas» experiencias respecto a los demonios. A estos siempre los hemos tenido con nosotros, pero, como los teólogos y maestros bíblicos evangélicos conservadores llevan diciéndonos muchos años, a medida que se aproxime el día de la batalla final entre el Reino de Dios y el reino del mal, tendrá lugar una efusión de perversidad demoníaca como no ha conocido la Iglesia ni el mundo desde los primeros siglos de la era cristiana. Si estamos entrando en dicho período, y la mayoría de los eruditos bíblicos sospechan que así es, deberíamos contar con que Satanás se manifestará abiertamente y por medio de espíritus mentirosos y engañadores atacará a la humanidad en general y a la Iglesia en particular. ¿Es eso lo que presenciamos hoy? Sólo el tiempo lo dirá. Pero una cosa es en lo absoluto cierta: Nuestra teología del mundo espiritual debe adaptarse a la realidad de la angustia humana contemporánea. En particular los que vivimos en Occidente donde el materialismo es la religión de muchos y el ocultismo, el satanismo y el movimiento de la Nueva Era florecen, necesitamos algo más que una demonología práctica del statu quo. He ahí la importancia de rescatar el sentido contemplativo del poder de Dios[21]
Finalmente para combatir la frialdad no solo necesitamos el carácter expositivo de la Palabra, el sentido festivo de la Presencia de Dios, la disciplina contemplativa del Poder de Dios, sino obligación distintiva de la pertinencia de Dios. ¿Cómo hacemos más pertinente a la iglesia cristiana en el siglo XXI?
El futuro del cristianismo se encuentra en el umbral, justo en la intersección entre las sombras y las luces del mañana. Respecto a la pertinencia en este momento coyuntural podemos proponer algunos posibles senderos que nos conlleven a encontrar los atisbos de luz para el desarrollo de una espiritualidad cristiana pertinente en medio de la crisis eclesial. ¿Qué cosas debemos incluir?
Primero, más movimiento menos institución. Las nuevas formas de religiosidad muestran claramente que su oposición es al modelo de religión organizada en torno a una fuerte institución que regula lo que debe y no debe hacer bajo su pretensión de verdad absoluta y ejercicio de autoridad absoluta. Ante la arremetida conservadora de fortalecer las representaciones autoritarias e institucionales, poco a poco va germinando un cristianismo de fraternidad semejante a las primeras comunidades cristianas propuesto por el Nuevo Testamento. En este sentido el cristianismo debe reconvertirse, es decir, volver al camino originario que le vio nacer, el cual es una comunidad de hijos con un Padre en común, iguales en dignidad, derechos y deberes, dotados de los diversos carismas puestos al servicio del Reino de Dios, su justicia, el ser humano y el mundo.[22]
La historia ha demostrado que las mayores realizaciones del cristianismo han sido gestadas no precisamente por los ámbitos institucionales, sino que a través de movimientos que han surgido en los momentos más críticos de su historia. La historia de estos movimientos puede vislumbrarse desde el mismo movimiento originado por Jesús ante la crisis institucional del judaísmo, las comunidades cristianas de los primeros siglos preconstanstinianos, los padres del desierto, San Francisco de Asís, los Anabaptistas, los místicos del siglo XVI como Ignacio de Loyola y Sor Teresa de Jesús, por nombrar solo algunos íconos de movimientos revitalizadores del cristianismo[23].
Segundo, más místico que cultual. André Malreaux, famoso novelista francés, escribió lo siguiente a mediados del siglo XX: “El siglo XXI será espiritual o no será”. Por su parte, Karl Rahner tomó esta famosa frase y la aplicó al exceso de institucionalidad en el cristianismo católico: “El cristiano del mañana, o será místico o no será cristiano”.[24] Pareciera ser que no se equivocó y nuestra sociedad clama por encontrar espacios donde puedan experimentar el horizonte de la mística. Sin embargo, se debe aclarar que un cristianismo místico no es solamente el de experiencias extraordinarias o sobrenaturales, sino el de creyentes que experimentan su fe en todos los ámbitos de su vida. Lamentablemente hemos reducido la experiencia comunitaria de Dios a cultos, liturgias y rituales. Pareciera que ser cristiano es asistir a un templo los días domingo para cantar, orar, escuchar un predicador y luego retirarnos a nuestros hogares hasta el próximo culto. En este sentido no hay peor remedio para la mística que una vida ritualizada.
El futuro del cristianismo no pasa por la imposición a través de mecanismos de influjos sociales y culturales, sino que es un cristianismo personalizado, sustentado en una experiencia personal de adscripción voluntaria al que se pertenece de una manera consciente y afectiva. El cristiano de hoy ya no nace, sino que se hace. En este sentido el movimiento anabaptista del siglo XVI nos dieron el ejemplo y de ellos heredamos los movimientos evangélicos este sentido de adscripción consciente y voluntaria aunque en muchos ámbitos del evangelicalismo hoy en día ha degenerado en un proselitismo religioso que utiliza el terrorismo psicológico y un sin número de artimañas y temores que más bien imponen la adscripción dejando así de ser voluntaria. ¿Por qué los jóvenes a cierta edad dejan de sentirse parte de una comunidad cristiana? ¿Será que a cierta edad dicho terrorismo psicológico deja de tener efecto? ¿Será que el sentido de pertenencia está construido sobre la base de factores irrelevantes y dañinos y no sobre la base de la mística que debería irradiar la comunidad a la que se pertenece? [25]
Tercero, menos poder unipersonal y más empoderamiento comunitario. Contrario a las tendencias que se han venido gestando en algunos círculos cristianos en los cuales el liderazgo se muestra cada vez más con una sed insaciable de reunir para sí el ejercicio del poder, tanto dentro del plano eclesial, como en la sociedad, el cristianismo debe encaminarse hacia un modelo de empoderamiento comunitario. Los modelos jerárquicos y autoritarios son contraproducentes en sociedades que se encaminan a la construcción de espacios cada vez más democráticos. No sólo la Iglesia Católica Romana se basa en un modelo jerárquico y autoritario propiciado por un absoluto, sino que todo modelo eclesial que sostenga la clarividencia de lo absoluto. En las iglesias evangélicas generalmente el absoluto está sustentado en la Biblia. Más problemático aún es, cuando este absoluto está sustentado en la figura de un líder que se atribuye a sí mismo esa capacidad de desvelar el absoluto. Ejemplos de esto serían los líderes que se atribuyen para sí la posesión del Espíritu, o la correcta interpretación de la Biblia, el fenómeno de los profetas y apóstoles que hoy están de moda. Todos tienen en común una cosa, esto es, sustentar relaciones de poder con base a su experiencia privilegiada con lo absoluto y a la cual no todos pueden acceder.[26]
Si algo debemos reconocerle a la postmodernidad es que nos ha hecho reconocer nuestra incapacidad para acceder a la realidad total y absoluta. Nos ha hecho reconocer que todo intento es una aproximación subjetiva, es decir relativa al sujeto que intenta acceder a dicha realidad. Reconocer que todo es una interpretación. Para muchos, esto puede ser aberrante; que atenta contra muchos principios y normas de la ortodoxia cristiana, sin embargo, es justamente este reconocimiento el que nos puede llevar a construir un nuevo modelo eclesial. Aquí no se trata de negar que Dios sea absoluto, ni atentar contra la supuesta ortodoxia cristiana, más bien ortodoxia cristiana moderna, sino que, lisa y llanamente, se trata de ser más humildes, reconocer nuestras limitaciones, y por sobretodo, dejar a Dios ser Dios. De este reconocimiento es que no se pueden sustentar relaciones eclesiales jerárquicas y autoritarias, sino que como el acceso a la verdad y a Dios es subjetivo se debería practicar un modelo horizontal donde es una comunidad la que a través del diálogo se encamina hacia la búsqueda de lo sagrado y donde es sumamente importante la experiencia de cada individuo en su relación de búsqueda de lo sagrado.[27]
Ahora, tampoco la subjetividad debe convertirse en un fundamento para la disolución de la experiencia comunitaria de Dios, que es en definitiva la iglesia. Si entendemos mal la subjetividad nos lleva al camino que muchos han optado de creer en Dios a mi manera y no necesito de nadie más. Nos llevaría básicamente a transformarnos en nuestra religión. Es decir: «Yo soy mi religión y mi religión soy yo». La cantidad de religiones sería proporcional a la cantidad de individuos que existen en el mundo. Si entendemos bien el reconocimiento de la subjetividad nos llevaría a reforzar el sentido comunitario de la experiencia de Dios. En este sentido, la experiencia de Dios en el individuo es tan importante, tan genuina y tan única que compartirlo a otros se constituye en una necesidad vital. La fe genuina experimentada desde el individuo es el fundamento de una fe vivenciada en una comunidad.[28]
Entonces la comunidad ha pasado a ser vital por cuanto es en esta dimensión donde puedo hallar, aprender y experimentar nuevas posibilidades de búsqueda, apertura y encuentro con Dios. Somos así partícipes de esa gran nube de testigos de la fe de la cual habla el autor de la Carta a los Hebreos y que nos permite caminar con paciencia el sendero que tenemos por delante.
Cuarto, menos dogmatismo y más experiencia del seguimiento de Jesús El cristianismo forjado en la modernidad dio preeminencia a la formulación de doctrinas con pretensión de verdad absoluta. La fe en Dios y en Jesucristo se transformó en la creencia de doctrinas verdaderas sobre Dios y Jesucristo. Ser cristiano significaba y significa aún, creer en un conjunto de proposiciones doctrinales, normas morales y prácticas cultuales. Esta forma de creer es la que precisamente ha entrado en crisis en la postmodernidad debido a lo ya expuesto en torno a la dificultad de acceder a la verdad como absoluta y por ende a la incapacidad de regular la subjetividad de los individuos.[29] El futuro del cristianismo se juega en poner énfasis en una espiritualidad del seguimiento de Jesús. La fe como experiencia de seguimiento es un respiro al reduccionismo moderno. Esta conversión de la fe como experiencia de seguimiento requiere recuperar el sentido de los relatos bíblicos como experiencias de seguimiento y dejar a un lado la lectura de la Biblia como doctrinas verdaderas. Jesús no formuló doctrinas, sino que, toda su vida la dedicó a demostrar con hechos de que el Reinado de Dios era posible. Para ello formó un pequeño grupo de discípulos destinados a seguir y vivenciar el sueño de Dios en sus vidas. La forma de hacer patente la realidad del sueño de Dios era bastante sencilla y radical. Si en el mundo existe violencia, Jesús y sus seguidores optaron por una vida regida por la paz. Si en el mundo existe injusticia, las relaciones sociales de la comunidad de discípulos apuntaban hacia la justicia. Si en el mundo existe pobreza, la comunidad de discípulos de Jesús compartía sus bienes como una forma de erradicar la pobreza. Si en el mundo impera la exclusión, la comunidad de discípulos era inclusiva. Si en el mundo lo que impera son las relaciones entorno al poder, la comunidad era una comunidad servidora[30]. Ese es el estilo de pertinencia que debemos recuperar hoy en este nuevo siglo.
Quinto, entre el dualismo y la integralidad. Desde el punto de vista bíblico no es posible hablar de cuerpo y alma como de dos principios paralelos. Este lenguaje de origen platónico nos ha hecho ver con recelos todo aquello que diga relación con el cuerpo. Desde esta perspectiva, lo más importante en el hombre es su alma, entendiendo por ello “la parte espiritual,” “lo más elevado,” “lo inmortal.” Se supone que ni la muerte, ni el cuerpo, ni la sexualidad interesan demasiado, puesto que son, a lo sumo, males necesarios con los que tenemos que ver mientras estamos en esta “cárcel del alma”. El quehacer de la iglesia se ha enmarcado en esta perspectiva casi en su totalidad reduciendo su misión esencialmente a “salvar almas” y llevarlas al cielo, como si el alma fuera un elemento distinto del cuerpo y opuesto a este. Desde la mentalidad hebraica en la cual estaba inserto el mismo Jesús, el hombre es una unidad indivisible. El problema surgió cuando algunos cristianos entraron en contacto con el pensamiento griego y con las religiones orientales que fermentaban en el mundo griego contemporáneo de los orígenes del cristianismo. Desde entonces y hasta el día de hoy se siguen afirmando categorías filosóficas griegas como si fueran propios de la esencia del mensaje de Jesús. Si la salvación ofrecida por Jesús se interpreta a luz de los presupuestos de la filosofía platónica, queda claro que esta sería referida al alma etérea que busca liberarse del cuerpo para llegar hasta el cielo. Si la salvación se interpreta a la luz de las concepciones de la mentalidad hebrea de Jesús, la salvación es justamente lo contrario. Cuando Jesús formuló su vocación al servicio del Reino de Dios y lo expresó como un proyecto salvífico, no estaba pensando en que sus auditores lo entendieran como un proyecto para llegar al cielo.[31]
Claramente pensaba en una transformación radical de las formas de socialización aquí y ahora. Eran cosas muy concretas, y prácticas que tenían y mantienen en sí mismas el germen de una revolución a nivel social y cósmica. El rico si quiere ser perfecto, debe vender todo lo que tiene y seguirlo; los excluidos de la sociedad (leprosos, prostitutas, endemoniados, mujeres, niños, pecadores, etc.), ahora no sólo son parte de la nueva sociedad del Reino sino que ahora son los preferenciales del Reino; los que hacen la guerra ahora deben hacer la paz; los que ostentan el poder deben transformarse en servidores. Hay una canción popular en la escuela bíblica dominical y dice más o menos así:
Subamos al tren de la salvación
Que al cielo nos llevará
Los boletos tomad
que Jesús nos quiere dar
¡Aleluya! No hay nada que pagar.
Rin rin rin, suena el silbato.
Chucu chucu chucu
chuco chu, responde el tren.
Aún hay lugar, dice el guardia.
En este tren de la salvación.
¿Qué pensará Jesús mientras les enseñamos a nuestros niños este tipo de canciones? Estoy seguro que guardaría silencio por un momento, luego le diría al Padre: – Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen.
El cristianismo de hoy debe ser un cristianismo que conciba al ser humano en su integralidad. Un cristianismo que invita a vivir el evangelio en la integralidad de sus implicancias. Un evangelio que tiene mucho que hacer y decir respecto a cuestiones políticas, sociales y económicas. El cristiano de hoy debe ser un cristiano al servicio del Reino de Dios. Un cristiano al servicio de las necesidades integrales del prójimo. Un cristiano agente del evangelio en todo su ser y quehacer. Que viva y experimente la salvación/liberación aquí y ahora. Además que se comprometa con la salvación/liberación de los demás seres humanos en el presente. Cuando recién nos hayamos comprometido a experimentar el Reino de Dios aquí y ahora podremos pensar en lo maravilloso que sería prolongar esta experiencia en el más allá y de forma plena.[32]
El futuro aún es incierto, pero queda claro que las iglesias deben tomar enserio estos indicadores y confrontarse con ellos. Las posibilidades de vivir una espiritualidad cristiana pertinente en medio de los signos presentes son muchas, sin embargo, una espiritualidad con aroma a dogmatismo, que da prioridad a la institución por sobre las personas, transformándose en camisas de fuerza difícilmente podrán evitar el camino que las conduce a fósiles que en algún tiempo eran signos de vida. En medio de esta crisis resuena fuertemente la pregunta de Dios a Ezequiel: «Hijo de Hombre, ¿Vivirán esos Fósiles? Tú lo sabes Señor (Ezequiel 37:3).
Bueno hasta aquí hemos transitado con dos cosas importantes con respecto al potencial de la iglesia, ellas las hemos extraído de Juan 1:11. De este pasaje hemos concluido que el potencial se reafirma con la claridad y se fortalece con la adversidad. En cuanto a la claridad dijimos que debe haber definición, dedicación y determinación. Con respecto a la adversidad nos enfrentaremos a tres grandes problemas, a saber, la familiaridad, la hostilidad y la frialdad. Ahora toca en turno ver lo que Juan 1:11-13 dice acerca de la oportunidad.
[1] Galilea, Segundo. La Fidelidad al Espíritu en los Conflictos. Artículo s.f. pág. 1
[3] Galilea, Segundo. La Fidelidad al Espíritu en los Conflictos. Artículo s.f. pág. 2
[5] Mohler, Albert. Proclame la Verdad. Editorial Portavoz Grand Rapids, Michigan. 2008. Pág. 53
[6]Stott, John. El Cuadro Bíblico del Predicador. Editorial CLIE. TERRASA, Barcelona. 1975. Pág. 27
[7] Mohler. Proclame la Verdad. Pág. 50
[8] Mohler. Proclame la Verdad. Pág. 51
[13] Mraida, Carlos. Socorro Señor mi Iglesia se Renovó y no la Entiendo. Certeza, Argentina, 2007. Pág. 26
[15] Mraida, Carlos. Pág. 33
[16] Himitian, Jorge: Jesucristo El Señor, Logos, Buenos Aires. 1994 pág. 30
[18] Murphy, Ed: Manual de Guerra Espiritual. Ed. Caribe, Nashville, USA. 1992. Pág. 11
[19] Murphy, Ed: Manual de Guerra Espiritual. Ed. Caribe, Nashville, USA. 1992. Pág. 12
[22] Montecinos, Edgardo: Ser Iglesias en Tiempos Posmodernos: Entre la Fosilización institucional y el futuro de un espiritualidad cristiana. Ensayo. S.f. Pág. 11
[27] Montecinos, Edgardo: Ser Iglesias en Tiempos Posmodernos: Entre la Fosilización institucional y el futuro de un espiritualidad cristiana. Ensayo. S.f. Pág. 16