«…se quedó…»

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La vida cristiana obediente se caracteriza por decisiones. Pero no cualquier tipo de decisiones sino las que están bajo la voluntad de Dios. Muchas veces tomamos decisiones en El Señor que nos pueden generar crítica incluso de los que están más cerca de nosotros.

En esta ocasión Dios me llamó la atención hacia la expresión de Lucas “se quedó el niño Jesús en Jerusalén”. Siempre que me había acercado a este texto lo hacía desde la perspectiva de José y María que habían perdido a Jesús. ¿Pero en realidad Jesús está perdido? ¿Fue un acto de ingratitud el quedarse en Jerusalén sin que sus padres lo supieran? Ahora creo firmemente que lo menos que Jesús estaba era eso. Creo que el que Jesús se quedara en Jerusalén era una decisión de obediencia a la voz de su Padre.

Jonathan Edwards dijo una vez que la tarea de cada generación es descubrir la dirección en la que se mueve Dios, y luego avanzar en esa dirección. José y María se perdieron lo que el Señor estaba haciendo porque no pudieron determinar en qué  dirección se movía  Jesús. Jesús se quedó en Jerusalén, pero ellos no lo sabían. Sin duda sentían que si Jesús tomaba una decisión importante, serían los primeros en ser informados. Después de todo, según ellos como padres de Jesús eran especiales en el proyecto de Dios. ¡Estaban convencidos de que, si alguien, serían los primeros en saber de lo que Dios estaba haciendo eran ellos!

Pero resulta que simplemente no se dieron cuenta de que Jesús ya no estaba con ellos y generó en cierta manera una crisis espiritual en la vida de José y María. Se estaban enfrentando a una decisión de un niño de 12 años que no había tenido la delicadeza de decirles sus planes. ¡Qué gran fiasco!

Quiero que tratemos de enfocarnos de como Dios se mueve en medio de nuestras decisiones y como nuestras decisiones realmente tienen gran relevancia e impacto cuando ponemos en primer lugar la voz del Padre y los valores de su reino.

La primera cosa que veo en el texto con respecto a esta decisión de Jesús tiene que ver con perspectiva. Y es que nuestras decisiones espirituales afectan nuestra perspectiva. Esta perspectiva oscilaba entre quedarse en Jerusalén en lugar de ir a su casa.

 Recibir honor de participar en los planes de Dios tiene muchos requisitos. Debemos estar dispuestos a parecer tontos y estúpidos ante nosotros mismos y ante los demás obedeciendo la voz inmediata de Dios. Esto hará que seamos vulnerables a las críticas y la corrección de los que nos rodean. La crítica puede ser justa o injusta. Si es injusto, debemos mostrar un espíritu dulce. Si es una crítica justa, debemos aceptar la corrección. La actitud defensiva contra las críticas válidas aflige al Espíritu que es amenazado por el resentimiento. Mantener un espíritu de enseñanza y gracia hacia nuestros críticos ayudará a garantizar que vivamos bajo la dependencia de Dios. Jesús podía tener tres grandes razones para irse a su casa. La primera era la relación con sus padres. Por lo que el texto narra es la primera y quizás la única vez en que vemos a Jesús separándose de sus padres. Hasta este momento había tenido una relación de hijo y padres. Pero ahora esa relación estaba siendo quebrantada. La segunda era la reacción de sus padres. Jesús podría haber pensado en el hecho de que sus padres iban a tener una reacción de preocupación y angustia, al separarse de ellos. Y finalmente en tercer lugar él se iba a enfrentar a la reprensión de sus padres. De hecho podemos ver el enojo de sus padres que le explican  que lo buscaron con “angustia”. Esta palabra griega habla de causar un dolor intenso o causar tormento. José y María realmente no la pasaron muy bien. Por otro lado ellos dicen “porque nos has hecho así”. Es un enfoque de reclamo y de apelar a un sentimiento de arrepentimiento y vergüenza porque se había quedado en Jerusalén. Pero Jesús lo menos que está, es arrepentido.

Sospecho que quedarse atrás no fue una decisión pequeña para Jesús. Esta fue la primera «ronda de práctica» en la que se desarrollaría. Quizás también fue la primera prueba crucial en la vida de Jesús en cuanto a si escucharía exclusivamente a su Padre. Él también necesitaría desarrollar una sensibilidad al Espíritu. Indudablemente fue el Padre quien le hizo señas a Jesús para que se quedara en Jerusalén. Por lo tanto, fue una prueba real de la obediencia de Jesús. Como debemos, Jesús aprendió la obediencia a través del sufrimiento (Hebreos 5: 8). Siempre, parte del sufrimiento es poner a Dios primero en lugar de los más cercanos a nosotros.

Todos nosotros nos enfrentaremos en la encrucijada de las decisiones espirituales. Necesitaremos hacer decisiones de perspectiva. ¿Nos iremos a “casa” que es nuestra zona de comodidad, de lo conocido, de lo aceptable y de lo que podemos controlar? ¿O simplemente nos quedaremos rezagados aunque ese rezago simplemente sea la voluntad de Dios?

Como un niño de doce años, esto debe haber sido muy difícil para Jesús. Pero fue una lección que aprendió bien. Unos veinte años después, cuando sus hermanos y madre le dijeron que estaba fuera de lugar donde estaba ministrando y que lo estaban buscando, él respondió: «¡Aquí están mi madre y mis hermanos! Quien hace la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y madre.» (Marcos 3: 32-35).

Por lo que sé, puede que no haya sido fácil para Él decirlo incluso veinte años después.

Así que la decisión espiritual de Jesús afectó su perspectiva. Nuestras decisiones espirituales, que buscan la voluntad de Dios afectan nuestra perspectiva. Afectan nuestras relaciones con los que amamos, afectan las reacciones de los que nos rodean y finalmente afectan por las reprensiones que recibimos de los que amamos o son de autoridad en nuestra vida.

 En segundo lugar las decisiones espirituales ajustan nuestra expectativa. Esta perspectiva oscilaba entre quedarse solo o con sus padres.

Imagine los sentimientos de Jesús, de doce años, cuando aprendió a quedarse y escuchar solo a su Padre Dios. A veces es la voluntad de Dios que nos quedemos solo. Es posible que queramos seguir adelante, pero Dios puede querer que nos quedemos. Podemos decir: «Es hora de ponerse en movimiento. “Pongámonos en escena visible «. Pero Dios dice: «Quédate. En silencio y confianza es tu fortaleza» (Isa. 30:15). Podemos estar aburridos y tener ganas de decir: «La fiesta ha terminado. Vamos a casa». Eso decían José y María. Pero Dios le dijo a su Hijo: «Quédate atrás». Jesús se podría haber sentido temeros y vulnerable de su decisión. De hecho es posible que solo el supiera lo que estaba haciendo porque Dios lo estaba guiando ahora.

Sin embargo la experiencia de Jesús nos enseña que  se necesita más coraje para quedarse que para moverse. A veces puede implicar más fe permanecer donde está que explorar una nueva área geográfica. Cada vez que Dios dice: «Quédate», es con un propósito definido. Nunca nos arrepentiremos cuando nos quedemos donde estamos, aunque no sepamos las razones en ese momento, si Dios dice que debemos hacerlo.

¿Por qué luchamos entre lo conocido y lo desconocido? Mis padres representan una autoridad espiritual, pero nunca la autoridad mayor. Cuando desobedecemos a Dios por complacer a los padres estamos ante una pobre expectativa de vida. ¿Qué implicaba esta decisión de ajustar su expectativa? Por lo menos tres cosas importantes se tenían que ajustar. La primera nunca estás solo si quien escoges es Dios. Esto tiene que ver con tu selección. Jesús podía ser un niño de 12 años, verse vulnerable y solitario, pero hoy más que nunca estaba acompañado por la presencia y el poder de Dios, así que jamás se quedó solo. Puede que Jesús no supiera por qué se vio obligado a quedarse atrás cuando José y María se mudaron. Pero se ajustó a la voluntad del Padre de todos modos.  La segunda cosa nunca estás perdido cuando escoges la dirección de Dios. Esto tiene que ver con tu dirección. Pero la prerrogativa soberana de Dios para quedarse nunca carece de razón o beneficios. Parte de la razón por la que Jesús se quedó en Jerusalén fue porque tenía más que aprender en Jerusalén, y más para enseñar a otros también. Él sorprendió a los maestros de la Ley con sus preguntas y respuestas. Era una forma de aprender para Jesús.  Creo que Jesús, de doce años, estaba celoso de descubrir todo lo que podía sobre Dios y su voluntad.  Recordemos que aunque Jesús era el Hijo de Dios, también era un hombre genuino. No lo sabía todo en un instante. Tenía que aprender y crecer. Así que aprovechó cada oportunidad para aprender más sobre las cosas de Dios.

La tercera cosa nunca estás estancado  cuando escoges la voz de Dios. Esto tiene que ver con tu devoción.

Algún día en el futuro, posiblemente, algunos de estos mismos maestros, o ciertamente hombres como ellos, serían los principales antagonistas de Jesús. Esta vez con ellos cuando todavía era un niño permitió a Jesús ver cómo eran y aprender cómo funcionaban sus mentes. Probablemente en ese momento no mostraron hostilidad, solo una atmósfera amigable para Jesús. Los maestros solo estaban fascinados de que un un niño judío de doce años podía mantener su atención.

Pero este fue un tiempo de preparación para Jesús. Muy probablemente reflexionó sobre sus preguntas y respuestas, descubriendo cómo veían la Ley y cuáles eran sus expectativas mesiánicas. Pasarían otros dieciocho años antes de que Él se enfrentara a gente como ellos. Sin duda, años más tarde, reflexionó sobre todo lo que sucedió durante esos días de preparación en los tribunales del templo. Lamentablemente, serían los maestros de la Ley quienes ayudaron a guiar el camino hacia Su muerte años después (Lucas 23:10).

Así que la decisión espiritual de Jesús afectó su perspectiva. Nuestras decisiones espirituales, que buscan la voluntad de Dios afectan nuestra perspectiva. Afectan nuestras relaciones con los que amamos, afectan las reacciones de los que nos rodean y finalmente afectan por las reprensiones que recibimos de los que amamos o son de autoridad en nuestra vida.

 En segundo lugar las decisiones espirituales ajustan nuestra expectativa. Esta perspectiva oscilaba entre quedarse solo o con sus padres.

Nunca olvidemos que las decisiones ajustan nuestra expectativa. Esa expectativa está vinculada con la selección que hagas de Dios, con la dirección en la que se mueve Dios y finalmente con la devoción que le tengas a Dios.

En tercer lugar las decisiones espirituales aumentan mis prerrogativas. Esta prerrogativa oscilaba entre la agenda  hijo de José y María o ser hijo de Dios.

La palabra prerrogativa se define como aumentar los privilegios o los derechos de alguien.

El tiempo en el templo también fue la preparación para que Jesús aprendiera a hacer las preguntas correctas. No solo estaba escuchando a los maestros en el templo, sino que también estaba «haciéndoles preguntas» (Lucas 2:46). Saber hacer las preguntas correctas refleja un agudo discernimiento y sabiduría. Años después, Jesús manifestaría una brillantez incomparable al hacer preguntas. Quedarse atrás en Jerusalén era una prueba de la obediencia de Jesús al Padre. Durante esos días, su mente estaba siendo formada, preparando el camino para que él fuera el gran Maestro algún día. Jesús creció mental, física, espiritual y socialmente: «Jesús creció en sabiduría y estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lucas 2:52).

Lamentablemente, José y María perdieron el privilegio de ver cómo se desarrollaron algunos de estos aspectos de la vida de Jesús porque querían seguir adelante. Estaban a kilómetros de camino hacia Galilea y no sabrían qué estaba pasando, dónde importaba. ¡La verdadera esfera de la influencia y el poder de Dios permaneció precisamente donde acababa de estar!

Hay tres cosas que Jesús avanzó en gran importancia. La primera tuvo que ver con callar.

Muchas veces es  prerrogativa soberana de Dios a veces guardar silencio. Se puede hacer la pregunta: «¿Por qué Jesús no le explicó a su madre que necesitaba quedarse en Jerusalén?» Creo que solo hay una respuesta: no se le permitió hacerlo. Hay «un tiempo para callar» (Eclesiastés 3: 7). Se necesita fe para quedarse y aún más fe para no decir nada. Obviamente Dios no nos dice todo lo que sabe. No nos dice todo lo que nos gustaría saber. Precisamente de la misma manera que este raro relato de la vida de Jesús entre su nacimiento y el ministerio público es todo lo que necesitamos saber, por lo que Dios nos dice solo lo que nosotros también necesitamos saber y cuándo necesitamos saberlo. Jesús guardó silencio y no les comunicó a sus padres de que debía quedarse en Jerusalén. No da explicaciones… no se disculpa. Se quedó en Jerusalén, pero sus padres no lo sabían. A veces, aquellos que piensan que deberían estar a la cabeza de la línea para recibir una palabra del Señor, como si ese fuera su privilegio especial, son los últimos en enterarse. Algunas personas con un don profético sienten que deben mantener su reputación siempre teniendo una palabra. Debido a que han sido utilizados singularmente en el pasado, presumen que continuarán estando en primera línea para revelar a su generación lo que Dios va a hacer. Si Jesús se atreve a  retener la comunicación de sus propios padres, Dios ciertamente puede guardar silencio con respecto a cualquiera de nosotros, que no nos quepa la menor duda.

La segunda cosa que aprendió Jesús es a escuchar. Dios estaba trabajando poderosamente en Jerusalén. Jesús estaba en el centro de todo. Pero sus propios padres, aquellos que lo conocían mejor, no estaban involucrados. Debería ser una lección para ti y para mí. Dios puede usarme ayer, pero callar hoy. Él puede usarme hoy, pero hablar con alguien más mañana. Puede hablar a través de alguien de quien nadie ha escuchado. O puede usar a alguien de quien todos hayan escuchado, pero que a mí  no me gusta particularmente. Dios es soberano. Esta fue casi seguramente la primera vez que Jesús estaría «sentado entre los maestros». En la antigüedad, sentarse era la postura de la autoridad. Se esperaría que un niño se pare en presencia de ancianos. Lucas dice que Jesús estaba sentado, como un sabio rabino. La mayoría de los maestros y predicadores hoy en día se paran cuando quieren ser escuchados. No los rabinos, siempre se sentaban.

El hecho de que sus padres encontraron a su hijo de doce años «sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas» fue un anticipo de lo que vendría (Lucas 2:46). En esta ronda práctica de lo que Jesús haría más tarde todo el tiempo, Jesús ejerció su prerrogativa soberana. El silencio de la falta de comunicación de Jesús con sus padres, podía haberse callado pero sus actos sin decir una palabra, hablaba mucho. Era una muestra del ministerio del redentor soberano venidero.

Y finalmente la tercera cosa que aprendió Jesús fue  esperar. A veces, lo más difícil del mundo es esperar. Queremos que el servicio de la iglesia termine lo más rápido posible para poder llegar a casa, donde aparentemente está nuestro corazón. José y Mary querían llegar a casa. Nosotros hacemos lo mismo Por supuesto, si la Fiesta de la Pascua fue tan ceremonial y ritualista como muchos de los servicios de nuestra iglesia, no se puede culpar a los padres de Jesús por querer para comenzar el largo viaje de regreso a Nazaret. Me temo que nuestros servicios son tan aburridos y poco interesantes, incluida la predicación, que las personas no están motivadas para asistir a la iglesia. ¿Quién puede culparlos por querer que todo termine lo antes posible?

El vrs 51 dice una frase interesante “estaba sujeto a ellos”. ¿Nota usted la implicación? Volvió a lo imperfecto, a lo tedioso y a lo humano, después de haber gustado de lo divino. ¿Por qué? Porque Dios lo iba a pulir ahora en el asunto de esperar.

Tres cosas importantes hemos visto en esta reflexión espiritual. La primera cosa es que nuestras decisiones espirituales afectan mi perspectiva. Es la lucha entre Jerusalén o Nazaret.

La segunda cosa es que nuestras decisiones espirituales ajustan mis expectativas. Es la lucha entre solo con lo divino  o en compañía de lo humano.

La tercera cosa es que nuestras decisiones espirituales aumentan nuestras prerrogativas. Esta prerrogativa oscilaba entre la agenda  de José y María o la agenda de Dios

A que hueles…

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Relata un padre la siguiente anécdota: “Mi hija y yo nos abrazábamos mucho cuando era pequeña. Incluso cuando llegó a ser una estudiante universitaria adulta, todavía declararíamos «¡tiempo de abrazo!» A veces, cuando abrazo a mi hija, ella dice: «Hueles a papá». Ahora, no sé si eso es bueno o malo. Es interesante porque ella abraza a otros hombres, por supuesto, su esposo, sobre todo… sus hermanos. Ella me dice que también huelen a ellos mismos”.

Supongo que es bueno que huela a papá; odiaría oler a otra persona. El hecho es que las personas realmente tienen un aroma distintivo, ya sea agradable o desagradable. Y recordamos el olor que dejan atrás, ¿no?

Soy Romeo Guevara y esta es la serie “Una cosa tengo que decirte”, y quiero tener una palabra contigo hoy sobre «¿A qué hueles?».

El olfato es uno de los sentidos más desarrollados del ser humano. Estudios de la Universidad Rockefeller de Nueva York, afirman que recordamos el 1% de lo que palpamos, el 2% de lo que oímos, el 5% de lo que vemos, el 15% de lo que probamos y el 35% de lo que olemos. Las investigaciones de los científicos médicos Richard Axel y Linda Back (Premios Nobel de Medicina en 2004) afirman que la memoria olfativa puede retener has 10 mil aromas.

Nuestra reflexión  para hoy de la Palabra de Dios en realidad habla de la fragancia por la que debes ser recordado. Está en 2 Corintios 2:14 . «Gracias a Dios, que siempre nos guía en procesión triunfal en Cristo y a través de nosotros difunde la fragancia del conocimiento de Él». La versión The Message la pone de esta manera: “En el Mesías, en Cristo, Dios nos guía de un lugar a otro en un perpetuo desfile de victoria. A través de nosotros, él trae conocimiento de Cristo. Donde quiera que vayamos, la gente respira la exquisita fragancia. Gracias a Cristo, emitimos un dulce aroma que se eleva hacia Dios…”

Probablemente conozca a alguien precedido por el aroma de su colonia o su perfume o después de haberse afeitado, y cuyo aroma persiste incluso aún que se han ido.  Bueno, el impacto de tu vida se describe en este versículo como una fragancia. ¿Qué es esa fragancia? Es el conocimiento de Cristo. En otras palabras, la gente debería pensar en Jesús después de que hayas estado con ellos. Deberían haber probado a Jesús al estar cerca de ti.

El cristianismo moderno tiende a medir nuestra influencia mediante nuestras acciones: las palabras que pronuncia, los grupos que dirige, las buenas acciones que realiza, las personas a las que ayuda, las actividades que apoya. Pero su mayor impacto en la vida no se debe a las acciones que realiza, sino a la atmósfera que crea. Y donde quiera que estés, estás creando algún tipo de atmósfera, algún tipo de aroma. La pregunta es: ¿de qué tipo?

Según el apóstol Pablo hay tres elementos esenciales que hacen que el aroma de Cristo proceda de sus hijos. A veces ni siquiera nos damos cuenta de esos elementos porque estamos más interesados en las actividades que realizamos como cristianos.

Veamos las tres cosas que el apóstol Pablo establece como vitales para que emitas una fragancia cristiana.

La primera está asociada con la expresión “…más a  Dios gracias…”. La expresión está dentro de un contexto de adversidad. Pablo había tenido preocupaciones por su amigo y hermano Tito. El habla de que “su espíritu no tuvo reposo” (vrs.13).  La expresión se refiere a la manera en que un arco está tensado. Pablo no podía soltar, ni estar relajado con respecto a la condición de Tito. En medio de esa tensión, el apóstol Pablo establece que el aroma que debemos mostrar no debe estar asociado con la tensión, la angustia o la frustración. Así que la primera cosa que él desea cambiar en su momento frustrante es poseer un espíritu de agradecimiento. Recuerde bien, una vida agradecida motiva. Ya que responde a la pregunta ¿qué sostiene tu vida?

La gracia de Dios es la cualidad que Dios entrega a los hombres. La gracia de Dios  es la dádiva, un regalo que transciende de lo sobre natural, y es inmerecido, a Dios le place entregar. Más allá de la salvación la gracia es el poder de hacer lo que con tus fuerzas sería imposible hacer, es la forma que usa Dios para dotar a los creyentes de talentos y capacidades que reflejan el poder de Dios, y no el poder de hombre. Es la esencia de Dios en  un creyente, es lo magnifico, es lo extraordinario, es aquello que para el hombre es imposible pero para Dios es posible, ese lugar donde eres revestido por un poder único.

Tres elementos importantes en una persona que es sostenida por la gracia de Dios. Primero es una convicción. La convicción tiene que ver con una visión teísta de la vida. El autor de principios del siglo XX, Wallace Wattle, gustaba decir “la práctica de la gratitud nunca dejará de fortalecer la fe y renovar el propósito”. En un momento en que más de 13 millones (según su propia auto descripción) de ateos y agnósticos (casi el 6% de la población estadounidense), más cerca de otros 33 millones dicen no tener una afiliación religiosa en particular (el 14% de la población) implica que cada vez más hay personas que no se sentirán realmente agradecidas porque no creen en Dios. O probablemente serán “malagradecidas” porque estarán agradeciendo a personas o situaciones equivocadas. Pablo tenía la convicción de agradecerle a un Dios real en su vida.  La segunda cosa es que es una confesión. Pablo lo dice claramente y públicamente que le da gracias a Dios. Es una confesión de adoración, de gratitud por lo que Dios ha estado haciendo en este momento de su vida. Y tercero es una  comprensión. La gracia de Dios es la cualidad que Dios entrega a los hombres. La gracia de Dios  es la dádiva, un regalo que transciende de lo sobre natural, y es inmerecido, a Dios le place entregar. Más allá de la salvación la gracia es el poder de hacer lo que con tus fuerzas sería imposible hacer, es la forma que usa Dios para dotar a los creyentes de talentos y capacidades que reflejan el poder de Dios, y no el poder de hombre. Es la esencia de Dios en  un creyente, es lo magnifico, es lo extraordinario, es aquello que para el hombre es imposible pero para Dios es posible, ese lugar donde eres revestido por un poder único. La gracia de Dios es aquello que se otorga de manera gratuita por el Dios celestial, ocasiona placer, delicia, y da belleza a la personalidad, los actos y palabras son transformados por la gracia de Dios. Aquel que posee la gracia de Dios trasmitirá a su alrededor eso que muchos no saben definir, eso que lo hace único, eso que ocasiona ganas de estar con esa persona, de pasar horas conversando con esa persona, eso lo hace la gracia de Dios.

Hemos que el primero elemento esencial en nuestro aroma es poseer un espíritu de agradecimiento. Recuerde bien, una vida agradecida motiva. Ya que responde a la pregunta ¿qué sostiene tu vida? Lo único que la sostiene es la gracia de Dios. Ahora pasemos a un segundo paso esencial en tu aroma como cristiano.

La segunda está asociada con la expresión “nos lleva de triunfo en triunfo”. Esto tiene que ver con  Sometimiento. Una vida sometida cautiva. Da respuesta a la pregunta ¿quién conduce tu vida?

El texto dice “…que siempre nos dirige en procesión triunfal en Cristo…” ¿Cómo se define el triunfo entonces? ¿Cómo es que los cristianos somos triunfadores? El pasaje usa a lo menos  tres elementos importantes para definir qué es triunfar como cristiano. La primera palabra tiene que ver con guianza. Con estas palabras Pablo quiere que nos imaginemos la figura de un victorioso general romano, que marcha delante de sus ejércitos en un desfile triunfal, en la capital del imperio. El general desfila por las calles con sus prisioneros de guerra, y se los muestra a todos los espectadores, mientras que la dulce fragancia de especias quemadas llena el aire. Al final de esta procesión, estos cautivos son normalmente ejecutados como tributo al conquistador. Para los vencedores, la fragancia es dulce; para los cautivos, ese olor es olor de muerte. Así que Pablo toma prestada una imagen de la pomposa ceremonia oficial  de los romanos conocida como “la entrada triunfal”.

La segunda expresión tiene que ver con confianza. Observe que el verbo que se usa es un tiempo presente, lo que denota una constancia. Nuestra confianza se basa en que el general que conduce nuestro desfile triunfal es Cristo Jesús. Él es el vencedor. Observemos que hay una seguridad que los que participamos de la guianza de Dios tendremos la confianza que Dios se mostrará y cambiará todo el ambiente por donde nos movemos.

La tercera expresión tiene que ver con fragancia.

En esta parte, Pablo continúa añadiendo más imágenes literarias extraídas de su trasfondo cultural. Los victoriosos desfiles militares romanos tuvieron un matiz político y religioso, ya que los generales victoriosos llevaban a sus prisioneros de guerra al templo de Júpiter, en cuyo lugar se ofrecían sacrificios. No había ninguna otra ceremonia romana en la que los dioses y los hombres se acercaran tanto, como en la ceremonia de triunfo. Pablo describe el olor de esta ofrenda sacrificial con las palabras fragancia y aroma (v. 15). En el Antiguo Testamento, estos dos sinónimos caracterizan los sacrificios ofrecidos a Dios. Pablo se vale de metáforas para describir la predicación del evangelio de Cristo como la fragancia del conocimiento de Dios y el aroma de Cristo. Pero él reconoce que Dios lo ha usado como instrumento para esparcir por doquier la fragancia de las buenas nuevas de Cristo.

Así que el pasaje utiliza dos elementos importantes que generan la fragancia. El primer concepto es olor. ¿Qué es el olor? Puede decirse que el olor es una sensación. Se produce por una combinación de polvo, vapores y gases que capta el sistema olfativo. Hay, por lo tanto, un componente objetivo (las partículas volátiles en el aire) que el organismo procesa, aunque también inciden cuestiones psicológicas en el modo de percepción.

Así que aquí vemos una descripción de lo que es triunfar para Dios. Sin embargo lamentablemente el ideal de muchos en la vida que viven no es crecer y ser persona. Lo importante es sentirse bien, cuidar la salud, gestionar bien el estrés y no complicarse la vida. Lo inteligente es vivir a gusto y tener siempre algo interesante que hacer o contar. Ser un «triunfador». ¿Y los demás? ¿Quién piensa en los demás? Lo que haga cada uno es cosa suya. No vamos a meternos en la vida de los otros. Hay que ser tolerantes. Lo importante es no hacer daño a nadie. Respetar siempre a todos. Eso sí, a ser posible es mejor vivir sin tener que depender de nadie. Mantener una sana «independencia», sin quedar presos de ningún vínculo exigente. Hay que ser «hábil» y no asumir compromisos, responsabilidades o cargas que luego nos impedirán vivir a gusto. ¿Servir a los demás? Un «triunfador» no entiende exactamente qué quiere decir «servir». Más bien tiende a «servirse» de todos utilizándolos para sus intereses y juegos.

Hemos visto que el primer elemento esencial en nuestro aroma es poseer un espíritu de agradecimiento. Recuerde bien, una vida agradecida motiva. Ya que responde a la pregunta ¿qué sostiene tu vida? Lo único que la sostiene es la gracia de Dios.

La segunda está asociada con la expresión “nos lleva de triunfo en triunfo”. Esto tiene que ver con  Sometimiento. Una vida sometida cautiva. Da respuesta a la pregunta ¿quién conduce tu vida? Lo único que puede conducirla bien es Cristo.

Una tercera expresión esencial en nuestro aroma es conocimiento. Una vida rendida activa. Ya que responde a la pregunta ¿qué produce tu vida?

Para un verdadero cristiano el conocimiento de Dios no es meramente saber que existe un ser divino. Incluye, además, el servicio obediente a ese Ser y amarlo con todo el corazón, alma y mente. La aplicación del verdadero conocimiento exhala una fragancia que la gente no puede dejar de notar. En cualquier lugar que los hijos  de Dios proclaman el evangelio, su dulce aroma se hace patente. Los creyentes son agentes de Dios que alcanzan a la gente, con el evangelio de salvación en cualquier lugar en que se encuentren. Por eso, la labor de Pablo, como apóstol de Cristo, siempre está expuesta a la vista de todos, conforme marcha en el desfile victorioso de Dios. La sensación que el cristiano debe producir, según Pablo, es una sensación de conocimiento de Cristo. Esta frase puede ser usada desde dos perspectivas. La primera es si “conocimiento de él” tiene que ver con conocer a la persona. La segunda tiene que ver con conocer de la persona. Sea como sea los cristianos debemos dar a conocer a la persona de Cristo así como conocer de la persona de Cristo. La primera tiene que ver con la fragancia  y la segunda tiene que ver con el olor.

Hemos visto que el primer elemento esencial en nuestro aroma es poseer un espíritu de agradecimiento. Recuerde bien, una vida agradecida motiva. Ya que responde a la pregunta ¿qué sostiene tu vida? Lo único que la sostiene es la gracia de Dios.

La segunda está asociada con la expresión “nos lleva de triunfo en triunfo”. Esto tiene que ver con  Sometimiento. Una vida sometida cautiva. Da respuesta a la pregunta ¿quién conduce tu vida? Lo único que puede conducirla bien es Cristo.

Una tercera expresión esencial en nuestro aroma es conocimiento. Una vida rendida activa. Ya que responde a la pregunta ¿qué produce tu vida? Tu vida debe producir la esencia de Cristo a tu alrededor.

Quiero darte tres consejos que se desprenden del versículo 17 que hace crecer el agradecimiento, el sometimiento y el conocimiento. Para el agradecimiento necesitas autenticidad. “No medramos” ni “falsificamos”, es decir no mejoramos alterando el mensaje. Somos auténticos en lo que somos y lo que decimos. No diluimos el mensaje de Cristo. En segundo lugar para el sometimiento necesitas sinceridad. Escribe que ellos llevan el evangelio con sinceridad, como personas digna de toda confianza. La palabra sinceridad guarda relación con examinar algo a la luz del sol. El vocablo significa que la gente moralmente pura hace las cosas por motivos dignos de alabanza. En tercer lugar para el conocimiento necesitas autoridad.  Pablo predicaba el evangelio en la presencia de Dios. Como apóstol de Jesucristo, era un embajador al servicio de Dios y podía comunicar, exclusivamente, el mensaje exacto que Dios le había confiado. Cuando un embajador no representa bien a su gobierno y habla por su propia cuenta, es inmediatamente cesado. De modo similar, Pablo estaba obligado a proclamar solamente la Palabra de Dios, con la plena conciencia de estar en su presencia. Además, Pablo, apóstol enviado por Jesucristo, proclamaba el escándalo de la cruz, la resurrección y el juicio final, e invocaba a la gente al arrepentimiento y a la fe en Cristo (véase Hechos 17:31; 24:25; 26:19–29). Pablo presentaba toda la voluntad de Dios, a judíos y a gentiles (Hechos 20:21, 27). Por tanto, los corintios debían haberse dado cuenta ya de que Pablo no predicaba las mismas cosas que sus antagonistas. Debían haber elegido ponerse del lado de Pablo y sus colaboradores apostólicos y no del de sus adversarios.

Cuando entras a tu casa, ¿qué aroma traes? ¿Estrés o paz? ¿Gentileza o aspereza? ¿Traes cariño o frialdad? ¿Un espíritu de servicio o egocentrismo? ¿Qué tipo de ambiente te acompaña en el trabajo o en la escuela, que eres todo acerca de ti o que eres de otras personas? ¿Paciente o impaciente? ¿Una actitud positiva o una actitud negativa? ¿Agradecimiento o queja? Después de todo lo dicho y hecho, las personas pueden no recordar mucho de lo que dijo o la mayoría de lo que hizo. Pero recordarán la atmósfera que dejaste, cómo se sienten cuando estás cerca. Incluso podría ser que tus acciones positivas se cancelen por la atmósfera apestosa que traes: el estrés, la insensibilidad y las críticas que creas mientras haces todas esas cosas buenas. Puedes estar haciendo cosas geniales, tener una actitud pésima y arrastrar a la gente hacia abajo. Lo que se supone que la gente experimenta al estar cerca de ti es «la fragancia del conocimiento de Jesús». ¿Recuerdas lo que impresionó incluso a los enemigos de Cristo? Se cuenta en Hechos 4:13 «Tomaron nota de que estos hombres habían estado con Jesús». Aunque estaban en contra de esos hombres, notaron que habían estado cerca de Jesús y les recordaron a Jesús. Tu aroma está allí más tiempo que tú. Y el aroma que deberías dejar es la fragancia más fina de todas… la Esencia de Jesús.

Una cosa tengo que decirte…

 

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Hace algunos días me detuve en la narración de Lucas 7:36-50. Es una narración que usualmente me ha gustado por la manera en que Jesús enfrenta varias situaciones que podrían haber complicado el desenlace que afortunadamente tuvo. Siempre me preocupó el hecho de que Jesús sabe lo que realmente estoy pensando en un momento determinado. Un fariseo como Simón es confrontado con sus pensamientos más íntimos. Y esos pensamientos son tan visibles a la presencia de Dios. ¡Qué gran problema!  Me hizo pensar ¡Cuántas veces se juzga como Simón! ¡En cuántas ocasiones los prejuicios o las apariencias externas llegan a provocar que se dude de la sinceridad de los demás! ¿Por qué el ser humano es tan dado a cumplir el refrán de «piensa mal y acertarás»? ¿Por qué se exige tanto a los demás y tan poco a uno mismo? En ocasiones se pierde de vista la enseñanza de esta historia. Hay personas que no disfrutan el gozo y la satisfacción del banquete cristiano, la felicidad del reino de Dios, porque viven pendientes de la actitud de los demás. Se convierten en inquisidores de los que no piensan o actúan como ellos y este talante repercute negativamente sobre sus propias vidas, conduciéndoles muchas veces a la frustración, la envidia y el rencor. ¡Qué gran peligro!

Al orar para comenzar una nueva serie de mensajes a mi congregación no podía de dejar de pensar en la frase “una cosa tengo que decirte”. Poniéndolo en otro sentido: “tengo un palabra para ti”.

No dejaba de repetir esa frase en mi espíritu y creo que el Espíritu Santo la puso allí. ¿Qué palabra tiene para mí? ¿Qué palabra tiene para ti? ¿Qué palabra tiene para todos?

Las reflexiones que quiero desarrollar partirán cada domingo de la expresión dicha a Simón: “Tengo una palabra para ti”. No es para nadie más, es para ti, no es para el vecino, no es para mi familia, es simplemente para ti.

Me esforzaré por poseer ilustraciones  cautivadoras e ideas bíblicas para la vida diaria. Y es que los cristianos debemos ser  desafiados a una fe bíblica más profunda y presentarla  a los sin Cristo usando términos no religiosos. Quiero alentar a los oyentes a desatar su relación con Dios, superar los tiempos difíciles, profundizar las relaciones con sus seres queridos, conquistar su lado oscuro y vivir como una persona que marca la diferencia. Eso espero, y con la ayuda del Espíritu Santo trabajando en nosotros la palabra será para ti.

Es mi oración que Dios tome cada reflexión la tome, la profundice y la convierta en una palabra para ti.

¿Qué implicaciones tiene la expresión “Simón una cosa tengo que decirte”? Eso es lo que trataremos de responder. Sin embargo antes de profundizar en la palabra para ti déjame contarte algo…

La escena con la que acaba el capítulo siete del evangelio de Lucas (Lucas 7:40-43) confirma uno de los principales reproches que hacían los fariseos a Jesús. En esta narración se muestra al Maestro como un verdadero «amigo de pecadores», como un rabí capaz de defender a la mujer de dudosa reputación que llora arrepentida frente al altivo judío religioso. De igual forma se tipifica la actitud de sospecha y escepticismo que siempre tuvieron los fariseos y los intérpretes de la Ley hacia el carpintero de Galilea. El Señor es invitado a comer por un fariseo llamado Simón. Durante el convite una misteriosa mujer, a quien se califica de pecadora, irrumpe bruscamente en la estancia, rompe un frasco de alabastro lleno de perfume sobre los pies de Jesús y con sus lágrimas los humedece involuntariamente para intentar secarlos después con sus cabellos. Tan extraña situación despierta los malos pensamientos y los recelos del anfitrión sobre la identidad de su invitado. Jesús, consciente de lo que está pasando en las mentes de los presentes, aprovecha para explicarles la parábola de los dos deudores. Por medio de esta breve ilustración se justifica la actitud de la mujer, mientras que se condena públicamente la del propio Simón. La primera duda que asalta al lector de este pasaje es ¿por qué Simón el fariseo convidó a su mesa a Jesús de Nazaret? ¿Acaso sentía curiosidad por saber cómo pensaba el singular rabino? ¿Desearía discutir con él sobre algún controvertido punto de los textos sagrados o simplemente pretendía ser hospitalario con un maestro itinerante que no tenía dónde reclinar su cabeza? La Biblia no especifica el motivo de la invitación, sin embargo algunos autores se refieren a la costumbre que tenían los hebreos de invitar a una comida de sábado a maestros transeúntes que habían predicado ese mismo día en la sinagoga.

Algo muy parecido, por otro lado, a lo que sigue ocurriendo todavía hoy en nuestras congregaciones. De todo esto se deduce que probablemente Jesús les había hablado poco antes. Es posible incluso que sus palabras impresionaran tanto a todos que motivaran la invitación de Simón y la conversión de la pecadora que le habría seguido para expresarle su alegría interior. Evidentemente de todo esto no podemos estar seguros pero lo que sí parece probable es que el fariseo veía a Jesús como a un profeta o como a uno de los maestros venerables del mundo judío contemporáneo. Pero lo que no había previsto Simón, lo que no se hubiera podido llegar a imaginar, es la escena que iba a provocar aquella mujer pecadora en su propia casa y en presencia de tan respetable invitado.

Bien, ya está trazado el escenario…y en ese escenario surge la palabra de Dios para Simón y por supuesto para nosotros.

Esta frase tiene a lo menos tres dimensiones que pretendía Jesús evaluar o digámoslo confrontar. Porque cuando viene una palabra de Dios para ti, es necesario que entiendas que se relaciona con visión, opinión y evaluación.

En primer lugar observamos que es una palabra de visión de tu actitud. Observe el texto que dice: “Simón, una cosa…” El texto nos relata dos tipos de visiones relacionadas con el verbo ver. La primera expresión aparece en el vrs. 39 “vio”. Es el verbo eidón que describe una percepción mental y superficial.  Luego aparece el vrs. La del vrs. 44  en labios de Jesús. Allí dice el texto “ves”. La expresión en el griego cambia pasa de eidón a blepo. La palabra blepo denota una percepción detallada y altamente emotiva. La frase podría traducirse como “contemplar”. Jesús llama por nombre a Simón. El nombre Simón según algunas evidencias significa “ha escuchado”. El hombre que debería haber escuchado está recibiendo una visión de su actitud. Su actitud es contradictoria y también condenatoria. Es contradictoria por un lado su vida debería reflejar que escucha a Dios, pero en realidad se escucha a sí mismo. Observe lo que dice el vrs. 39 “dijo para sí”. Él se escucha a él mismo y no a Dios. Pero por otro lado es condenatoria, pues hay un reclamo acerca de una sola cosa. Dios no quiere que te diluyas en miles de situaciones que te alejan de él. El Señor  quiere tratar con una cosa a la vez. Cuando el ve lo que está pasando en tu corazón deberá enfrentarte con “una cosa”. Es triste el poder pensar que “tan solo una cosa” puede alejarnos de su Persona. Son esas cosas que guardamos, que simplemente sabemos que existen y las seguimos haciendo. A veces queremos que Dios resuelva miles de cosas en nuestras vidas, pero Él  tratará con la cosa principal que te hace mal entenderlo.

Así que la palabra de Dios para ti tiene que ver con una cosa. Tú sabrás más que nadie cuál es. Puedes estar teniendo una visión muy simple de lo que es Dios y de lo que el puede hacer.

¿Qué cosa estará diciendo Dios a tu vida en este instante? Observa que lo que le llamó la atención a Jesús se basa no en lo que hizo Simeón sino en lo que dejó de hacer. El texto dice que lo invitó, que lo sentó a la mesa, y que lo dejo entrar en su casa. Pero el trato de él a su presencia fue tan poco amoroso que simplemente obvio las atenciones que un invitado especial como Jesús debió haber tenido. La situación exigía que ciertas cortesías se le diesen al invitado que entraba en una casa. En primer lugar, el anfitrión le daba al visitante un beso de bienvenida (Génesis 29.13; 45.15; 2o Samuel 15.5; 19.39; Mateo 26.49; Hechos 20.37; Romanos 16.16). Por lo general, ese beso se daba en la mejilla.

Luego alguien traía una palangana llena de agua, y una toalla para que el visitante pudiera lavarse los pies (Génesis 18.4; Jueces 19.21; Juan 13.4–5; 1era Timoteo 5.10). Esta humilde tarea era llevada a cabo a menudo por siervos. El procedimiento era práctico, porque los hombres usaban sandalias cuando andaban por los sucios senderos. El ritual hacía sentir cómodo al visitante, y también protegía las alfombras y los cojines de la casa  el anfitrión. Una tercera cortesía, aunque no tan común, se daba a menudo a un invitado de honor: se proveía aceite o ungüento para la cabeza y/o el rostro (vea Salmos 45.7; 92.10; 104.15; 141.5; Eclesiastés 9.8; Amós 6.6). Si el visitante había estado varias horas bajo el sol abrasador, esta expresión de bondad era bien recibida, además de refrescante. Cuando Jesús llegó a la casa de Simón, ninguno de estos servicios se le  hizo. Más adelante dijo al anfitrión: «Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies […] No me diste beso […] No ungiste mi cabeza con aceite…» (versos 44–46). No hay indicación de que a los demás invitados también se les descuidara (verso 49). Los pronombres «me» y «mi» de los versículos 44 al 46 insinúan que Cristo  fue el único que recibió este triple insulto. Por un momento, póngase usted mismo en el lugar de Jesús. A usted le invitan a comer en la casa de Simón. De hecho, la invitación se le hizo una y otra vez, hasta que por fin pudo incluir la visita en su horario. Sin embargo, cuando llega a casa del anfitrión, este lo desaira, pues, saluda a los demás huéspedes con entusiasmo, echándoles los brazos y besándolos cálidamente, e indicándoles dónde pueden hacer que les laven los pies y les unjan la cabeza; y durante todo este rato, se queda usted a un lado, y no le prestan atención, hasta que es hora de comer. Puede que le indiquen dónde reclinarse, puede que no. Tal vez tenga que esperar hasta que todos estén en su lugar, y después toma usted el lugar que queda. ¿Ha estado usted alguna vez en un lugar donde estuvo rodeado por individuos hostiles, o por lo menos por personas que eran poco amistosas o poco comprensivas? ¿Ha deseado usted alguna vez haber podido estar en otro lugar? ¿En cualquier lugar? He tenido tales experiencias incómodas más veces de las que deseo recordar. ¿Tuvo Jesús sentimientos parecidos en la casa de Simón? Si los tuvo, no les permitió que le apartaran de Su propósito para estar allí.

En segundo lugar podemos ver que es una opinión de tu rectitud. El texto nuevamente dice “tengo que”. La expresión tiene que ver con “estar obligado a hacer algo”. Una vez más en el pasaje hay una serie de opiniones. La primera frase es dijo. Es el uso del verbo eipón. Aparece en el vrs. 39 “dijo para sí”, luego aparece en el vrs 40 en la expresión “le dijo”. Estos verbos nos hablan de un pensamiento racional o un decir basado en lo que creemos. Es un señalamiento racional. Sin embargo cuando las otras dos expresiones del vr.40 y 42 aparecen, se refieren al verbo afién que implica una respuesta que busca la exposición de los pensamientos más íntimos. Es como si Simón le dijera “expón lo que piensas maestro” y luego Jesús usa el mismo sentido con la respuesta del fariseo.

Observe que Jesús dice “rectamente has juzgado”. La palabra en griego es orthoskrino. Que implica una sana opinión. Sin embargo el que se tenga una sana opinión del proceder de Dios simplemente no alcanza para una vida recta. Es curioso notar que la respuesta de Jesús no es “rectamente has contestado” sino que es “rectamente has juzgado”. (Verso 43b). Subraye la palabra «juzgado». No era que Simón hubiera dado una respuesta; era que había hecho un juicio, un juicio de sí mismo. Sus propias palabras le declararían culpable.

¿Qué es ser recto? ¿Qué es ser respetable? En este pasaje demuestra que una persona puede tener un criterio sano y correcto de Dios, una opinión acertada acerca de las cosas de Dios, pero internamente tener severas dudas de lo que Dios realmente es. Podemos definir a Dios, y sus conceptos pero el asunto no es tanto lo que sepa sino lo que estoy dispuesto obedecer. Observe que No tenemos certeza de la reacción inicial de Cristo, pero sí se nos habla del efecto que produjo en Simón. Es probable que el fariseo se sintiera avergonzado por lo que consideraba una demostración impropia en su casa; sin embargo, también se llenó de cierta satisfacción. Si alguna pregunta tenía sobre qué clase de persona era Jesús, la respuesta había sido dada. «… dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora» (verso

 39). En lo que a Simón se refería, lo que estaba viendo solo le permitía dos posibles conclusiones: O Jesús no sabía qué clase de persona era la mujer, y por lo tanto no era profeta,  o sí lo sabía, pero no le importaba. En este último caso, no sería un hombre bueno. Y caemos en las antiguas acusaciones que pesan sobre Dios. O cristo no sabe por lo tanto no es Dios porque ignora, o sí sabe pero no le importa por lo tanto es malo.

Sin embargo lo que Simón no entendía era que Jesús sí conocía quién era y qué había sido ella. También conocía quién y qué era Simón, y estaba a punto de darlo a conocer a todos los presentes.

Ser un cristiano no tiene que ver ni con definiciones ni declaraciones. Simón tiene ambas cosas sin embargo por dentro tiene severos cuestionamientos para con Dios. No es que está separado de la mujer pecadora sino simplemente es igual. Es decir Jesús le enseña  que la vida recta no se trata de lo que me diferencia del pecador sino si estoy consciente con lo que me une a él. He allí una gran diferencia. Se trata de cuan necesitado me encuentro y de que mi opinión no cuenta. Por eso “Jesús tenía que” decir algo

 En tercer lugar observamos una evaluación de tu inquietud. Dice el texto “decirte”. Una vez más Dios se expresa para con nosotros y nos habla. Muchas veces no estamos conectados espiritualmente para escucharle.

¿Qué es lo que te inquieta en lo más profundo de tu alma? ¿Con que diálogos lidias a diario? ¿Qué te dice para sí que Dios tiene que decirte algo? Para eso debemos analizar toda la serie de cosas que estarían pasando por la mente de Simón. Por ejemplo él se podría estar preguntando ¿cómo pudo penetrar la pecadora en casa del religioso judío? El evangelista Lucas da únicamente dos datos acerca de esta mujer: dice que tenía mala reputación y que nadie la esperaba. Se ha discutido mucho sobre la identidad moral de la mujer y generalmente se ha supuesto que se debía ganar la vida practicando la prostitución ya que, al parecer, gozaba de una buena posición económica. El hecho de disponer de un frasco de alabastro con perfume caro así parece sugerirlo. Sin embargo, no podemos estar completamente seguros acerca de esta conclusión ya que el judaísmo consideraba pecadoras también a las esposas de los hombres que ejercían una profesión deshonrosa, como podía ser la de los publicanos. Cabe asimismo la posibilidad de que se tratase de una mujer con algún defecto físico que le impidiese cumplir con las meticulosas reglamentaciones del código de pureza. ¿Qué sentido tiene el acto de ungir los pies de Jesús por parte de la mujer? El pueblo de Israel estaba acostumbrado a ver cómo se ungían, de forma ritual, los pies de los reyes, de los profetas, de los sacerdotes y de los invitados que se recibían en las casas. También en el ámbito de la vida familiar la acción de lavar los pies era como una deferencia de la esposa hacia el marido o de las hijas hacia el padre. No obstante, la realización de este ritual fuera del ambiente íntimo de la familia podía representar un signo de moral ligera que escandalizaría a todos los presentes. El texto no explica por qué lloraba aquella mujer pero es fácil identificar la causa con el arrepentimiento de sus pecados. Podrían ser lágrimas de alegría por el hecho de haber experimentado la conversión personal y ser consciente de que Dios la había perdonado. Su emoción fue tanta que le dio valor para introducirse en un banquete privado, reservado exclusivamente a los hombres, romper un frasco de alabastro con perfume costoso, ungir los pies del Maestro y besarlos a la vista de todos. El beso era para la mentalidad hebrea el símbolo más representativo de la reverencia y el amor, pero besarle los pies a alguien era signo del más humilde agradecimiento. Era lo que se le hacía a quien te había salvado la vida. Los acusados de asesinato besaban los pies del escriba que los absolvía. Sin embargo, cuando la mujer se da cuenta de que las lágrimas de su sentimiento desbordado han manchado los pies de Jesús, hace de su cabellera una improvisada toalla para secarlos. El detalle de quitarse el pañuelo y soltarse el pelo tenía también claras connotaciones eróticas. Realizar esto en público se castigaba con cuarenta latigazos y podía ser motivo de divorcio. Consciente de todo esto, Simón empieza a dudar de que aquel extraño rabino fuese en efecto un profeta y sus pensamientos le llevan a la indignación, pero no contra la mujer que había deshonrado su casa sino contra el propio Jesús que no sabía distinguir la clase de mujer que le estaba tocando. El Maestro no parecía darse cuenta de que aquella persona violaba la separación que hay entre la pureza y la impureza.

Pero a Jesús estas inquietudes  no le pasaban desapercibidas. Tenía un olfato especial para reconocerlas inmediatamente. Decía Dostoievski que si los pensamientos de los hombres oliesen, se esparciría por el mundo un hedor insoportable y todos moriríamos apestados. El Señor olía perfectamente las reflexiones mentales de Simón y los demás comensales sentados a la mesa. Pensaban que por culpa de Jesús aquella mujer había contaminado con su impureza a todos los que estaban en el banquete. Ahora ya no tenían más remedio que raparse la cabeza y el pelo de todo el cuerpo, realizar los correspondientes baños rituales y ser considerados impuros durante dos semanas. Cavilaban en que el Maestro, si fuera un verdadero profeta, debería haber protegido la pureza de los varones fariseos justos, allí presentes, mediante la prohibición inmediata del gesto realizado por la mujer. Estaban convencidos de que la pecadora había dejado en ridículo a Jesús y a todos los invitados. Los ojos de Simón y de los demás comensales eran como saetas que se clavaban en el Galileo exigiendo una explicación. ¿Qué podía decir Jesús? ¿Cómo debía reaccionar frente a esta delicada situación? Si rechazaba a la mujer pecadora iba contra sus propios principios pues esto sería como negar al Dios de amor que él venía predicando. Si apelaba a la tolerancia y magnanimidad de Simón dejaba sin solución el problema religioso según el cual todos los presentes habían sido contaminados. Si provocaba una discusión sobre el sentido de los ritos de pureza judíos sería como enmarañarse en una polémica estéril que probablemente no conduciría a nada positivo.

Jesús evalúa de tres maneras muy importantes. Primero, te habla con  sentido de afinidad . Es una actitud de aparente conexión. Jesús contó la parábola de los dos deudores. Una breve narración que aparentemente no tenía nada que ver con la situación que allí se había suscitado. Y ¿qué ocurrió?, pues que Simón y todos los oyentes le siguieron el juego. El argumento de la parábola fue muy bien elegido ya que a casi todos los judíos, y en especial a los fariseos, les repugnaban de manera especial las deudas económicas y les impresionaba mucho que alguien fuese capaz de perdonarlas a causa de la insolvencia de los deudores. ¿Cómo es posible liberar a cualquiera de una deuda de quinientos denarios? ¡El sueldo de un obrero correspondiente a más de quince meses de trabajo es mucho dinero para eximirle a alguien! De esta manera el Señor Jesús construyó un puente común por el que sus interlocutores pudieran transitar despacio sin peligro de caer en la incomunicación y en la ruptura del diálogo; un estrecho pasillo sobre el que Simón y sus amigos podían estar de acuerdo con él. Este es el sentido de muchas parábolas del Maestro: establecer un diálogo que corre el peligro de romperse definitivamente. De manera que el asunto en el que, en principio, todos estaban de acuerdo era que experimentaría mayor amor y agradecimiento aquel a quien más se le hubiera perdonado. Era más lógico creer que el deudor más agradecido sería aquel a quien se le había condonado una cantidad mayor.

Segundo, te habla con un sentido de realidad. Es una actitud de corrección. Hasta aquí llega el mensaje de la narración imaginaria que Jesús va a abandonar inmediatamente para pasar al terreno de la realidad. Volviéndose hacia la mujer, que todavía sollozaba a sus pies, se la muestra a Simón y le señala las principales diferencias que los separa a ambos. Es como si le dijera: ¡Tú has actuado de forma hipócrita y nada cortes! ¡Me has invitado a un banquete formal y protocolario olvidándote, a sabiendas, de las más elementales normas de cortesía! ¡Ella, en cambio, ha sido tan sincera y amable conmigo que ha derrumbado su vida a mis pies ofreciéndome lo mejor de sí misma! ¡La actitud de esta mujer manifiesta claramente el amor que hay en su corazón! ¡Y ese amor es mucho más importante a los ojos de Dios que todos tus ritos de pureza!

Tercero, te habla con un sentido de intimidad. Es un asunto de conversión.

El versículo 47 ha sido desde antiguo motivo de disputas y controversias entre los comentaristas bíblicos debido a que parece contener, a primera vista, una importante contradicción. La primera parte del mismo dice: «Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho;…». De estas palabras parece deducirse que se perdona a quien ama previamente, sin embargo la segunda parte: «…más aquel a quien se le perdona poco, poco ama», sugiere el sentido inverso, es decir, que el amor sería una consecuencia del perdón. ¿En qué quedamos? ¿Qué es primero el amor o el perdón? La exégesis católica es partidaria de la primera parte del texto y afirma que es el amor del ser humano el que conduce al perdón divino. Los comentaristas protestantes, ya desde la Reforma, han venido prefiriendo el sentido de la segunda parte del versículo ya que es la interpretación que mejor coincide con la idea global de la parábola. En ésta vemos que es el acreedor el primero que toma la iniciativa y perdona a los dos deudores. El agradecimiento de éstos no podía existir antes del perdón sino después. De manera que el perdón es lo que llega primero, mientras que el amor sería una consecuencia y una confirmación de que ese perdón se ha producido. La mujer se presenta ante Jesús, en casa de Simón, después de convertirse y haber experimentado el perdón de Dios, con la intención de manifestarle su amor y gratitud; las lágrimas que mojan los pies del Maestro, los besos y el derroche de perfume son la expresión visible de ese amor que es la consecuencia de haber sido perdonada. Es su fe lo que la ha llevado a gozar de la salvación. Por medio de esta parábola Jesús le ofrece a Simón la posibilidad de que reconsidere el comportamiento de la mujer. Le sugiere que la vea no como quien ha transgredido el código de pureza sino como quien acaba de dar testimonio público de su fe y ha recibido el perdón. El Maestro pretende que su anfitrión se dé cuenta no ya de lo que le separa de la pecadora sino de aquello que le une a ella. Y eso que los vincula a ambos, lo que los dos tienen en común, es precisamente que son deudores perdonados. Aparentemente la deuda de la mujer era mayor que la de Simón pero por eso también demostró mayor amor.

La elección es ahora para el fariseo. Es él quien tiene que decidir entre permanecer aferrado a sus ritos de pureza despreciando el perdón que Dios le ofrece o aceptar ese perdón aunque para ello tenga que superar sus prejuicios religiosos. No hay más alternativa. La parábola le obliga a la elección.

Al Señor Jesús, que tiene un olfato muy fino, estas criaturas le «huelen mal». No desprenden un olor grato sino una pestilencia insoportable. El perfume que desprendían aquellos trozos rotos del frasco de alabastro era la fragancia de la sinceridad, de la contrición, del amor germinado del perdón. Esto es lo que agradó a Jesucristo. Pero el hedor del orgullo, de la hipocresía, de la apariencia y del poco amor que salía de aquel fariseo arrogante le produjo y le sigue produciendo una repugnancia fatal. El Dios de la Biblia es un Dios de amor y perdón que continúa, todavía hoy, invitando a todas sus criaturas a vivir en la sinceridad y el arrepentimiento verdadero.

Esta es la palabra para ti hoy…una palabra de visión, de opinión y de evaluación de tu vida.

Parece que dos hombres estaban pescando en botes separados. Y uno miraba al otro con esta creciente curiosidad porque atrapaba un pez, lo guardaba, luego atrapaba otro pez y lo tiraba a la basura. Y él seguía haciendo esto, ya sabes, captura tras captura. La parte realmente extraña era que siempre eran los grandes los que tiraba. ¿Qué tipo de pescador es este? Bueno, finalmente, el hombre que estaba viendo todo eso no pudo contener su curiosidad, por lo que gritó la pregunta obvia: «¿Cómo es que estás tirando los grandes?» El hombre respondió: «¡Oh, porque solo tengo una sartén de ocho pulgadas!»

Supongo que si pequeño es para lo que estás preparado, entonces pequeño es todo lo que obtienes. Si tu mente y tu corazón es tan estrecho para darle espacio a un Dios grandioso entonces eso tendrás, un Dios reducido.

Cuatro preguntas…

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Hace algunos años, trabajaba como capellán en una Universidad Evangélica de El Salvador. Teníamos grupos de evangelismo y discipulado entre los más de tres mil estudiantes del campus. Acostumbrábamos a utilizar las típicas herramientas de evangelismo de ese tiempo. Una de las frases, que solíamos utilizar era: “Jesús es la respuesta”. Un día al acercarme a un estudiante de medicina, utilice la frase. Le dije: “Oye, Jesús es la respuesta”, a lo que él contestó: ¿Y cuál es la pregunta? Por un momento me sentí un tanto apenado, porque jamás había recibido esa respuesta.

¿Será posible que los evangélicos estemos haciendo preguntas que la gente no se hace, o lo que es más grave estamos dando respuestas a preguntas que la gente no se está haciendo?

Ni las personas ni los grupos humanos pueden soportar por mucho tiempo el vacío existencial. En un primer momento, quizás se eche mano de la compensación y de la «distracción», pero la insatisfacción creciente desencadenará una actitud de búsqueda de la plenitud presentida: es la búsqueda espiritual. Algo así parece estar sucediendo entre nosotros.

A ojos de muchos analistas, resulta innegable que, en nuestro medio sociocultural, nos hallamos frente a un creciente resurgir de la espiritualidad. Y que dicho resurgir corre paralelo a un no menos evidente declive de la religión institucional. Hasta el punto de que, según ellos, nos encontraríamos ante el umbral de una etapa transreligiosa, transconfesional y postcristiana. ¿Es así en realidad?

Para empezar creo que «Espiritualidad» ha llegado a ser una palabra desafortunada. Para muchos significa algo alejado de la vida real, algo inútil que no se sabe exactamente para qué puede servir o, como mucho, un «añadido», superfluo o poco significativo, a lo que es la vida ordinaria. Frente a eso llamado «espiritual», de lo que se podría fácilmente prescindir, lo que interesa es lo concreto, lo práctico, lo tangible.

Pero «Espiritualidad» es, además, una palabra gastada, porque ha sido víctima de una doble confusión: el pensamiento dualista que contraponía espíritu a materia, alma a cuerpo.

En tercer lugar “Espiritualidad” es una palabra estropeada porque ha habido una reducción de la espiritualidad a la religión. Como consecuencia, se produjo un rechazo más y más generalizado hacia ella en la cultura moderna. Por una parte, la modernidad, celosa de la racionalidad y de la autonomía, arremetía contra una religión (institución religiosa) poderosa, autoritaria y dogmática, que parecía desconfiar de lo humano. Por otra, cegada en su propio espejismo adolescente, la misma modernidad cayó en un reduccionismo tan estrecho que no aceptaba sino aquello que fuera materialmente mensurable.

Ahora bien ¿Cuál es el papel de las religiones en el siglo XXI? ¿Por qué las religiones pierden adeptos cuando más necesidad hay de espiritualidad? ¿A qué nos estamos refiriendo cuando decimos “religiones”?, ¿nos referimos a las diversas tradiciones religiosas actualmente existentes? Desde algunas de nuestras culturas emergentes en el siglo XXI y desde nuevas experiencias religiosas, mucha gente está descubriendo que una cosa son las creencias, otra cosa son las instituciones religiosas tradicionales y otra cosa es la fe personal. La espiritualidad traspasa los límites de nuestra inteligencia para iluminar la realidad en su última profundidad y sentido.

Cabe hacernos entonces ¿Qué es la creencia y qué es la fe?  Bueno quizás la creencia es la expresión más simple de la religiosidad. De hecho, la mayor parte de las veces opera sin ninguna conexión con la verdadera religiosidad. Creencia es casi sinónimo de militancia. El creyente es siempre un militante. La creencia codifica la experiencia religiosa.

La expresión popular de la mayoría de las religiones actuales está sustentada en creencias de este tipo. La creencia no es exclusiva del sentimiento religioso. Se da también en ámbitos científicos, culturales e ideológicos. Los fanatismos, los fundamentalismos, las guerras santas, las inquisiciones diversas, sean del color que sean, proceden todos ellos de este nivel de religiosidad basado en las creencias.

Por otra parte, está la fe. La fe no es exactamente lo mismo que creencia. El creyente y el hombre o la mujer de fe viven una espiritualidad  interiormente muy distinta, aunque exteriormente parezca la misma porque comparten los mismos símbolos o creencias externas. La fe es el sentimiento espiritual que queda cuando la creencia ha pasado el filtro de la razón. La persona de fe verdadera tiende a alejarse del literalismo, del dogmatismo, del deseo de convertir a otros y del fundamentalismo que definen al creyente estereotipo. La persona de fe no busca el consuelo de la creencia, razón por la cual es presa a menudo de grandes y angustiosas dudas espirituales. La fe se aleja de la certeza literal y dogmática de la creencia y por ello la persona de fe experimenta a menudo la tensión provocada por la duda. Tensión que sólo puede ser resuelta mediante la verdadera experiencia de conversión. La fe es un impulso hacia la verdadera experiencia espiritual. Es el objetivo místico de la espiritualidad.

¿Se pueden transformar los ámbitos materiales con una espiritualidad genuina y profunda? ¿Hasta dónde puede llegar nuestra espiritualidad de una manera amplia y concreta?

En esta porción del evangelio de Lucas, 3:10-20  encontramos a lo menos cuatro cuestionamientos que proviene de diferentes ámbitos de la sociedad en la Juan el Bautista predicaba. Estas cuatro preguntas proceden de cuatro grupos en donde las posibilidades de la manifestación de Dios eran escazas desde la perspectiva institucional. Era como ámbitos que estaban “lejos de las posibilidades de una manifestación divina”. ¿Qué nos enseñan estas cuatro preguntas con respecto a una espiritualidad de alto impacto? Démosle un vistazo a las cuatro inquietudes de la gente del tiempo de Juan.

La primera pregunta aparece en los vrs. 10-11 y es una búsqueda de la espiritualidad en el campo de lo material, es un asunto de la  realidad de la vida.

Observe que la pregunta procede de las masas, de la gente en general. En el contexto de que si no se da fruto se es echado en el fuego la gente entonces en general se preguntaría acerca de cuál es la verdadera existencia. En el pasaje  Juan presenta dos tipos de personas, y dos tipos de ilustraciones acerca de las pertenencias. Las dos personas son las que tienen y las que no tienen. Es decir los que han logrado satisfacer las necesidades más básicas de la vida y los que no han podido satisfacer sus necesidades. Por otro lado presenta las túnicas y el alimento. La túnica tenía que ver con lo externo y el alimento con lo interno. Eso significa que la vida en general es suficiente teniendo el sustento y el abrigo. Tener más allá de eso era ser una persona con mayores recursos en la sociedad judía.

Jesús establece tres aproximaciones con respecto a la satisfacción de la vida. La primera tiene que ver con la disponibilidad de dar. Se trata del que tiene dando al que no tiene. Segundo tiene que ver con sensibilidad de identificar. Se trata de darse cuenta que uno tiene más que otro. Y tercero tiene que ver con la solidaridad de ayudar. Se trata de compartir lo que tienes con el que no tiene.

La segunda pregunta aparece en los vrs. 12 y 23.  Y es una pregunta que procede de los publicanos. Tiene que ver con la integridad de la vida.

Antes de entrar en detalle déjeme describir desde que perspectiva viene la pregunta. Los publicanos era una persona a la que se le había dado el derecho de recaudar los impuestos internos para Roma. Tales impuestos abarcaban: 1. El del censo, que cada persona tenía que pagar; muy insultante para los judíos en vista de que era un reconocimiento tácito de su sumisión a Roma. 2. El impuesto sobre las propiedades, que era igualmente ofensivo, porque su pago se consideraba un insulto a Dios, a quien los judíos consideraban el dueño verdadero de la tierra y el dispensador de sus productos.

Ahora bien en lugar de cobrar los impuestos directamente por medio de sus propios funcionarios, el gobierno romano remataba el privilegio dentro de una provincia o de una ciudad a un ciudadano rico que pagaba una suma establecida, sin importarle cuánto de ella podía recuperar mediante los impuestos. La persona que así contrataba subdividía la región que le había sido asignada entre subcontratistas, o empleaba a personas para que hicieran el trabajo. Los publicanos o «cobradores de impuestos» del NT eran los agentes que realmente recaudaban; quizás en casi cada caso eran judíos. Se esperaba que cada publicano cobrara una suma adicional suficiente como para producir ganancia. Si ya era suficientemente odioso tener que pagar los impuestos a los romanos, infinitamente peor era que se les ayudara a cobrarlos. Los publicanos, con pocas honrosas excepciones, extorsionaban a la gente y, con la complicidad de los soldados romanos, explotaban todo lo posible sus fuentes de recursos. Por ello, eran sumamente detestados; la sociedad los aislaba y los evitaba en todo lo posible, y rara vez se los veía por el templo o la sinagoga (Mt. 11:19; 21:31). Un judío que se hacía publicano era considerado un lacayo de los odiados romanos y un traidor de Israel.

Aunque Jesús reconocía el bajo estado moral de la mayoría de los publicanos (cf Mt. 5:46, 47; 18:17), se asoció libremente con ellos, y por esto incurrió en la censura de las autoridades judías (9:10-13; 11:19). La razón que daba para justificar su actitud era que había venido a llamar a pecadores como ellos al arrepentimiento (9:13). Apreciaban su bondad, y aparentemente unos cuantos creyeron en él y llegaron a ser discípulos suyos (21:31, 32). En la parábola del fariseo y del publicano, Jesús hace un contraste entre los 2, favoreciendo al último (Lucas 18:9-14). Uno de los discípulos de Jesús, Leví Mateo, había sido publicado (Mt. 9:9; 10:3). En algún momento posterior a su llamamiento, recibió a Jesús en su casa, donde asistieron muchos de sus compañeros publicanos (Mt. 9:9, 10; Mr. 2:14,15; Lucas 5:27-29). Unos pocos días antes de su crucifixión, Jesús se relacionó con Zaqueo, un judío cobrador de impuestos de Jericó (Lucas. 19:1-9), que llegó a ser uno de sus seguidores.

Técnicamente la pregunta proviene del círculo de la política gubernamental. Es allí donde Dios está manifestando sus buenas nuevas. Básicamente los publicanos tenían tres preocupaciones en su pregunta. Primero tenía que ver con acercamiento. ¿Cómo podían acercarse a Dios siendo lo que eran? Por eso dice “vinieron también”. Ese acercamiento era arriesgado porque al hacerlo serían rechazados por su propio gremio y rechazados por la gente a la que estafaban. Ese acercamiento era genuino. Realmente querían cambiar. Lo segundo tiene que ver con discernimiento. Ellos saben que al bautizarse y demostrar su arrepentimiento algo debe cambiar en su proceder ético. Saben que no pueden seguir siendo los mismos. Por esta razón ellos preguntan “que haremos”. Esta pregunta es honesta y busca agradar ahora a Dios a través de la integridad de sus vidas. La expresión en griego implica una duda sobre el comportamiento a seguir en un momento dado.

¿Cómo es vivir la vida cristiana en ambientes corruptos y seculares? Hay dos dimensiones implicadas en la respuesta de Jesús. La primera es “no exigir más” y segundo “lo que está ordenado”. Es la lucha entre lo que es justo y es legal. La primera tiene que ver con violentar los principios no sólo legales sino los principios divinos. Exigir demás era robar a los pobres. Era hacer de menos a una persona y convertirla una acción de desgastar y usar a la persona como un objeto de explotación. La segunda cosa es que Jesús establece que lo legal tiene que ver con lo ordenado o establecido por la ley. A veces las personas son tan legales pero a costa de la justicia. La diferencia entre la legalidad y la justicia en este texto tiene que ver con la manera en que vemos a la persona. Si la persona es alguien al le exprimimos de más entonces estamos cometiendo una injusticia grande. Así que la tercera cosa tenía que  ver, además del acercamiento, discernimiento, es lineamiento.

La tercera pregunta aparece en el vrs. 14. Y es una pregunta que procede de los militares. Es la fe en contextos cerrados. ¿Cómo se vive en esos ambientes tan rígidos? Tiene que ver con la libertad de la vida. ¿Cómo se puede ser libre en ambientes que coartan mi libertad?

Observemos que la pregunta tiene que ver con una búsqueda honesta. Es una pregunta que parte de un grupo de genuinos buscadores. La expresión es ¿Qué haremos? Ellos no ponen en duda que su profesión no riñe con la búsqueda espiritual. Jesús les da tres consejos para vivir con libertad en el contexto donde ellos se desenvuelven. La primera instrucción tiene que ver con el poder. Jesús les dice “no extorsionen a nadie”. ¿A qué se refiere con esta expresión? El diccionario establece que extorsión es obtener una cosa de una persona mediante el uso de la violencia, las amenazas o la intimidación. En ese sentido por ser militares y tener el poder de las armas podían fácilmente usar la violencia para obtener ganancias personales. La segunda expresión tiene que ver con el uso del hablar. Es por medio del uso de rumores y palabras utilizadas para debilitar la voluntad de una persona. La extorsión usa la violencia mientras que el chantaje usa la sutiliza y la amenaza.  La tercera cosa está relacionada con el recibir. Está asociado con la insatisfacción de lo que se percibe para vivir. La gente inconforme con su salario siempre buscará otras fuentes para aumentar sus entradas. La extorsión y el chantaje a otras personas nace del hecho de que la persona considera que su salario no es suficiente. Así que la libertad según Lucas tiene que ver con ser libres de prácticas que dañan el testimonio de Dios en nuestras vidas diarias. La primera tiene que ver con prácticas erradas en la posición, la segunda tiene que ver con prácticas erradas en la relación, y la tercera está relacionada con las prácticas erradas en la satisfacción.

 Una cuarta pregunta aparece en los vrs. 15-16. Tiene que ver con la honestidad de la vida. Y  es una pregunta que proviene del pueblo. ¿Cómo se es honesto en medio de las multitudes y de la presión de ellas? Juan tendrá que ser honesto ante la inquietud de ser percibido como la persona que no es. Juan sabía que la gente lo podría confundir con el Cristo así que él es lo suficientemente honesto para aclarar que no lo es.  Hay tres dimensiones de la honestidad en la respuesta de Juan. Primero, Juan comenta lo que es realmente. Esto es fragilidad. Él es solamente un instrumento frágil. Hay alguien “más poderoso” que él. No se aflige en admitir que hay alguien mejor que él.  Segundo, Juan comenta lo que no es realmente. Esto es sinceridad. Ante el Cristo el simplemente no es “digno”. La expresión ikanos denota que falta mucho para completar algo. Si la primera cosa de la honestidad es la fragilidad, la segunda cosa es la sinceridad de ver nuestras limitaciones y expresarlas. Y una tercera característica de la honestidad es la veracidad. Juan es precursor de la verdad de Cristo. Habla de juicio, de la manera en que las personas serán transformadas, etc. Finalmente esa veracidad lo llevó al encarcelamiento. Siempre hay un precio grande que pagar por ser honesto.

El mundo en el que vivimos tiene sus preguntas. Muchas de ellas tienen muchas aristas. A veces es difícil vivir en medio de las contradicciones del mundo. Sin embargo el cristianismo tiene respuestas para los grandes cuestionamientos de la sociedad. Si tan solo fuéramos más luz y s