- Segundo, Describamos el suceso de la Canonización
Según la tradición católica hay cinco pasos en el proceso oficial de la causa de los santos, una vez transcurridos cinco años desde la muerte del candidato o candidata:
Postulación: se presenta y da a conocer la intención de elevar a la santidad a esa persona, y se recaban datos biográficos y testimonios.
La persona es declarada «sierva de Dios».
La persona es declarada «venerable».
Beatificación: la persona es declarada «beata» si se prueba la existencia de un milagro debido a su intervención.
Canonización: la persona es declarada «santa» cuando puede atribuírsele un segundo milagro.[1]
Observe la descripción de este proceso. Una vez más lanzó la pregunta ¿los evangélicos que admiran tanto a Romero, aceptan esto?
Ahora bien siguiendo con el paralelo de Jeroboam debemos entender que antes de responder a la pregunta, tal vez sea útil para nosotros dividir el pecado en dos categorías mayores: pecados morales y pecados religiosos. Esto lo hago con propósitos didácticos porque es evidente que la Biblia no hace tal distinción en pasaje alguno. Solo estamos tratando de hacerla aquí para definir con claridad el pecado del cual fue culpable Jeroboam. Los pecados morales son aquellos que se consideran malos porque hacen daño a otros o nos hacen daño a nosotros. Observe bien no son dañinos porque sean prohibidos; son prohibidos porque son dañinos. Dios como Padre amoroso que Él es, ha procurado lo que mejor nos conviene al prohibirnos actitudes y acciones que dañan y estropean la mente y la conciencia, el cuerpo y la personalidad. Basta con hacer uso de nuestra limitada razón, para llegar a la conclusión de que todo lo que daña o corrompe a un ser humano, debe considerarse pecado.
Sin embargo los pecados religiosos son aquellos pecados que se consideran malos porque infringen claros mandamientos de Dios. Son dañinos porque son prohibidos; no son prohibidos porque sean dañinos. Dios es soberano, y Él nos dice que Él ha de ser adorado, servido y representado. Puede que no siempre dé las razones fundamentales para Sus mandamientos, pero requiere que los obedezcamos. Por ejemplo, en Levítico 10 dijo a Nadab y Abiú qué clase de fuego debían usar para la adoración en el tabernáculo. Ellos conocían Su ley, pero no la tomaron en cuenta, la menospreciaron y la desecharon. No acatar Sus instrucciones les produjo resultados desastrosos. Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová (Levítico 10.1–2). Nadab y Abiú no eran culpables de homicidio, ni de robo, ni de chisme, pecados que corrientemente se consideran pecados morales. Sencillamente hicieron caso omiso de Sus mandamientos. No tomaron en cuenta Sus directrices. Rechazaron Sus requerimientos. Cometieron pecado religioso, no pecado moral. «¿Qué tenía de malo usar un fuego diferente del que Dios?», podría decir alguien. «Después de todo, no hizo daño a nadie. Fue una iniciativa inocente, un cambio de ritmo, un nuevo estilo». Las acciones de ellos fueron más allá de las cuestiones de opinión. Cometieron el pecado de rechazar la voluntad de Dios. Fueron desobedientes. Tomaron el lugar de Dios. Con sus acciones dijeron: «Nosotros tomaremos las decisiones sobre cómo adorar a Dios». La diferencia, entonces, entre un pecado religioso y un pecado moral, es evidente. La razón fundamental de no hacer daño a otros ni a nosotros, es lo que está detrás de la prohibición del pecado moral, mientras que la razón fundamental que está detrás de evitar el pecado religioso es que a Dios debe respetársele y obedecérsele. El grave error de Jeroboam fue religioso, no moral. Él no mató personas inocentes como hizo Manases (2o Reyes 21.16); no cometió el adulterio de David (2o Samuel 11.1–5); y no incumplió promesas del modo que Saúl hizo (1º Samuel 15.17– 22). No obstante, rechazó la ley de Moisés; escribió sus propias leyes religiosas e indujo al pueblo a obedecerlas.
Una vez más se plantea la pregunta ¿El canonizar a un hombre y darle un altar que sólo le pertenece a Dios, es un pecado religioso y por lo tanto condenable ante los hijos de Dios? ¿Es similar a lo que hizo Jeroboam al establecer una desviación de la adoración del único verdadero Dios?
- Tercero, El desarrollo del suceso de la Canonización
La primera etapa: Siervo de Dios
El obispo diocesano y el postulador de la causa solicitan iniciar el proceso de canonización y presentan a la Santa Sede un informe sobre la vida y las virtudes de la persona de que se trate. En todo caso, se considera requisito necesario que haya muerto perteneciendo a uno de los dos ritos admitidos por la Iglesia católica: el oriental o el occidental. La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de los Santos, examina el informe y dicta un decreto diciendo que nada impide iniciar la causa (decreto «Nihil obstat»). Este Decreto es la respuesta oficial de la Santa Sede a las autoridades diocesanas que han pedido iniciar el proceso canónico. Obtenido el «Nihil obstat», el obispo diocesano dicta el Decreto de introducción de la causa del ahora Siervo de Dios[2].
La segunda etapa: Venerable
Con el título de Venerable se reconoce que un fallecido vivió y practicó las virtudes cristianas en grado heroico, es decir, de forma excepcional y ejemplar. Esta declaración la hace el cardenal correspondiente a la zona geográfica donde vivió esa persona, en la catedral más importante de esa zona.
La tercera etapa: Beato
Es reconocido mediante el proceso de beatificación. Además de las virtudes heroicas, se requiere un milagro obtenido a través de la intercesión del siervo de Dios verificado después de su muerte. El milagro no es requerido si la persona ha sido reconocida como mártir. Los beatos son venerados públicamente por la iglesia local (en España, por la provincia correspondiente). La beatificación la hace el papa o un cardenal en su nombre, generalmente en la Basílica de San Pedro o en la Plaza de san Pedro del Vaticano.
La cuarta etapa: Santo
Con la canonización, al beato le corresponde el título de santo. Para llegar a esto, hace falta otro milagro, ocurrido después de su beatificación. Al igual que ocurre en el proceso de beatificación, el martirio no requiere habitualmente un milagro. Esta canonización la hace el papa en la basílica de San Pedro o en la plaza de San Pedro del Vaticano. En el caso del papa Juan Pablo II, las canonizaciones las realizaba en el país de origen del beato a canonizar durante sus viajes pontificios por el mundo.
Mediante la canonización se concede el culto público en la Iglesia católica. Se le asigna un día de fiesta y se le pueden dedicar iglesias y santuarios.[3]
Volviendo al texto en discusión debemos entender que poco después de ascender al trono, Jeroboam hizo alarde de la advertencia que se le había hecho y se lanzó precipitadamente en la desobediencia religiosa. Lo primero que hizo, fue instituir nuevos centros de adoración en Bet-el y Dan. Betel se encontraba a menos de doce kilómetros de Jerusalén, en la parte sur de Israel, y Dan estaba en el extremo norte de Palestina. … y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; […] Y puso uno en Bet-el, y el otro en Dan (12.28–29). Cuando el reino se dividió, el reino del sur conservó a Jerusalén, el lugar escriturario de adoración. El pueblo de Dios debía ir a Jerusalén a adorar, tres veces al año (Éxodo 23.17).
Así, Jeroboam tuvo que hacerse una pregunta: «¿Qué haré con la gente que vaya a Jerusalén a adorar? Si van a Jerusalén a adorar, puede que quieran quedarse. Yo podría perder mi reino». ¿Cómo manejaría él esta situación? ¿Animaría a la gente a ir a Jerusalén, obedeciendo de este modo a Dios, o haría nula la ley de Dios y organizaría un nuevo sistema de adoración que no exigiera a la gente ir a Jerusalén? Era una decisión importante. Toda una nación esperaba su orientación. Para tomar l decisión correcta iban a ser necesarias la integridad, la convicción y la valentía.
En completa desobediencia a Dios, Jeroboam estableció nuevos centros de adoración con la excusa de que para ir a Jerusalén a adorar a Dios, había que hacer un largo e inconveniente viaje. Jeroboam fue aún más allá y estableció nuevos objetos de adoración: becerros de oro. Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: … he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto (12.28). Esta clase de acción era inconcebible para un fiel adorador de Jehová. Jeroboam e Israel debían haber conocido el error de tal táctica, por lo sucedido al pie del monte Sinaí cuando Aarón condujo al pueblo en la fabricación y la adoración de un becerro de oro (Éxodo 32.1–6). Antes que Moisés pudiera bajar del monte Sinaí con los Diez
Mandamientos, Israel ya había infringido varios de estos.
¿Estaremos los evangélicos siguiendo esos becerros de oro con esto de la canonización?
Tal vez Jeroboam deseaba que estos becerros fueran símbolos visibles de la adoración a Jehová, y no un sustituto de esta adoración. Tal como algunos argumentan con el hecho de que no se adora sino que se venera a un “santo. Pero en la práctica no es así. Se termina en idolatría.
Sin embargo con respecto a Jeroboam, aúnn si esto era lo que él deseaba, la hechura de tales becerros estaba claramente desautorizada y constituía una violación del segundo de los Diez Mandamientos. Jeroboam no había terminado con sus innovaciones. Tenía ante sí un problema relacionado con el altar. Desde los tiempos de Noé, Abraham y Moisés, estaba arraigada en los israelitas la necesidad de ofrecer sacrificios a Dios. Israel iba a insistir en ofrecer sacrificios a Dios. Si Jeroboam erigía nuevos centros de adoración, pero los equipaba con altares nuevos para los sacrificios, esto no satisfaría a su pueblo en Israel; ellos todavía insistirían en ir a Jerusalén a ofrecer sus sacrificios. Otra complicación relacionada con su problema era que Dios había especificado a Jerusalén como el lugar de los sacrificios para todo Israel. Establecer nuevos altares sería equivalente a desobedecer directamente a Dios. Jeroboam tenía ante sí un dilema: ¿Debía él establecer nuevos altares y desobedecer a Dios, o debía rehusar el establecimiento de nuevos altares y correr el riesgo de perder a su pueblo a Judá cuando fueran a Jerusalén a hacer sacrificios? ¿Qué hizo? Eligió establecer nuevos altares.
Me parece muy curioso que una de las descripciones que la ICR hace sobre la aprobación de su santo es que se le autoriza a “construir altares”. ¿Y eso nos alegra a los evangélicos? Mmm…que peligroso…
Al seguir con la historia de Jeroboam, más adelante se ve que sus nuevos centros de adoración están acabados: tienen todo lo que Jerusalén tenía, incluso nuevos altares. « [Subió al] altar que él había hecho en Betel…» (12.33). Había ido demasiado lejos con su nueva religión, como para devolverse; estableció nuevos altares sin importarle cuál era la voluntad de Dios. Un pecado había llevado a otro.
Por otro lado, Jeroboam estableció una nueva orden de sacerdotes. «Hizo también casas sobre los lugares altos, e hizo sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví» (12.31). Dios había ordenado que solamente los levitas de la casa de Amram pudieran oficiar como sacerdotes (2o Crónicas 13.10). Jeroboam tendría problemas para obtener sacerdotes verdaderos para servir en los nuevos centros de adoración. ¿Por qué habrían de hacer tal cosa? Si respetaban la Palabra de Dios, no se atreverían a hacerlo, horrorizados por la idea de suscribirse a tan flagrante error (2o Crónicas 13.9). Jeroboam, por lo tanto, estableció su propia clase de sacerdotes, hombres tomados de las once tribus que cumplirían el mandato del rey sin importarles cuán pecaminoso fuera. Quizás aquí sale sobrando hablar de todo el “clero católico” pero no se puede obviar el paralelo.
Por otro lado Jeroboam, instituyó una nueva fiesta anual y cambió el calendario religioso. Sacrificó, pues, sobre el altar que él había hecho en Bet-el, a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado de su propio corazón; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar para quemar incienso (12.33). La ley de Moisés apartaba el mes sétimo como una parte importante del año religioso: el primer día era la fiesta de las Trompetas (Levítico 23.23–25), el día décimo era el día de la Expiación (Levítico 23.27), y desde el décimo quinto hasta el vigésimo segundo día era la fiesta de los Tabernáculos (Levítico 23.33–36). Jeroboam sencillamente trasladó hacia adelante el calendario religioso por espacio de un mes, lo trasladó al día décimo quinto del mes octavo. La Biblia dice que este era el mes «que él había inventado de su propio corazón» (12.33).
Observe la declaración bíblica “él había inventado de su propio corazón”. ¿Las fiestas que se declaran a los “santos” nacen en el corazón de Dio o “son inventos del propio corazón”? Usted creyente evangélico tiene que ver la repuesta en la Palabra de Dios. ¿Para qué necesitamos un día para “un santo” si lo que hace es desviarnos del Santo de Santos.
Observe que como resultado de todas estas alteraciones y cambios de fecha se obtuvo la religión de Jeroboam, no la de Dios. Jeroboam no andaba procurando hacer la voluntad de Dios, sino los pensamientos de su propio corazón. Había fracasado totalmente como líder de la nación. Había de ser un representante de Dios, que guiara al pueblo a hacer la voluntad de Dios, pero se había convertido en un semidiós que estaba guiando al pueblo a hacer su propia voluntad. Satanás en realidad no trata de destruir totalmente la religión; él procura persuadir a los hombres a que acepten las religiones sustitutas de los hombres a cambio de la religión de Dios. Jeroboam era agradable, en apariencia razonable, y evidentemente práctico. Solo había un problema con lo que estaba haciendo: ¡estaba sustituyendo la voluntad de Dios con la suya! Y me temo que hoy está pasando exactamente lo mismo. O de lo contrario como se puede evaluar la ceremonia solemne de la canonización, en donde el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos presenta la causa de la canonización ante el papa quien, al final del rito, pronuncia la siguiente fórmula en latín:
Ad honorem Sanctae et Individuae Trinitatis, ad exaltationem Fidei Catholicae et Christianae Religionis augmentum, auctoritate Domini nostri Iesu Christi, Beatorum Apostolorum Petri et Pauli, ac Nostra: matura deligeratione praehabita, et divina ope saepius implorata, ac de Venerabilium Fratrum Nostrorum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalium, Patriarcharum, Archiepiscoporum et Episcoporum, in Urbe exsistentium, consilio, Beatum (Beata) N.N. Sanctum (Sancta) esse decernimus et definimus, ac Sanctorum Catalogo adscribimus: statuentes eum in universa Ecclesia inter Sanctos pia devotione recoli debere. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.
En honor a la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocando muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos en el episcopado, declaramos y definimos santo(a) al (a la) beato(a) N.N. y lo (la) inscribimos en el Catálogo de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sea devotamente honrado(a) entre los santos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén[4].
[1]Saraiva Martins, José (29 de septiembre de 2005). «El rostro de la Iglesia se renueva en la continuidad». Congregación para las causas de los santos – Libr. Editrice Vaticana.
[2] Benedicto XIV (1840). Typis societatis Belgicæ de propagandis bonis libris, ed. Benedicti papæ XIV Doctrina de servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione in synopsim redactam ab Emm. de Azevedo S.J.. Bruselas.
[3] Ibíd
[4]Benedicto XIV (1840). Typis societatis Belgicæ de propagandis bonis libris, ed. Benedicti papæ XIV Doctrina de servorum Dei beatificatione et beatorum canonizatione in synopsim redactam ab Emm. de Azevedo S.J.. Bruselas.