II. En segundo lugar la AUTORIDAD DE LA ESPIRITUALIDAD es BIBLICA en TIEMPOS MALOS. (12:1ª; 3; 5B;6-7)
¿Qué debemos hacer en tiempos malos? ¿Qué debemos hacer hoy? Bueno hay tres cosas importantes que debemos hacer para tener autoridad en nuestra espiritualidad.
A. En primer lugar IR A DIOS
Note lo que el pasaje dice: “Salva oh Jehová”. La expresión se puede traducir como libera, actúa salvíficamente. Es un imperativo. Es decir una acción urgente. Primero Debemos ir Dios urgentemente. La gente como y corriente no tiene donde ir. Nosotros sí. Tenemos un Dios al cual podemos acceder. Nuestra primera reacción como creyentes ante un mundo malo es ir a Dios. Está usted asqueado y en shock por lo que ve, por lo que oye y por lo que sucede a su alrededor, entonces vaya a Dios. Búsquelo urgentemente. Segundo debemos ir a Dios pasionalmente. La expresión salva es un grito de desesperación, no es alguien que está susurrando sino gritando por su liberación. La interjección “oh” habla de emoción, de pasión. Es como un grito angustioso pero audible y manifiesta la desesperación del salmista. Tercero debemos ir a Dios personalmente. David usa en este verso el nombre propio de Dios y no un título. Para entrar a la presencia de Dios personalmente necesitamos tener una relación familiar y una profundidad devocional. Aparte de que la intercesión es personal y no se deja en manos de otros. Si yo asumo mi oración personal por la maldad y los tiempos malos habría más intercesores que ya hubieran cambiado el mundo. Puede ir ante Dios por sus temores, los problemas de la nación, el temor por sus hijos y decirle a Dios “Salva Dios”. Y Dios contestará su oración.
B. Debemos ir CONTRA LOS MALOS
Observe lo que dice en los vrs. 3-5. La primera frase es “destruirá”. La palabra en hebreo es karath que significa cortar, destruir, eliminar y a veces se traduce como decapitar. Esta expresión por estar en hiphil imperfecto denota de una acción fuerte y continua. Es decir da la certeza de que Dios realmente va a intervenir cortando la cabeza de los malos. Otra expresión que David utiliza es “levantarás”, esta expresión demuestra una acción dinámica de Dios respaldando al que ora contra los malos. Es importante entender que hemos sido llamados a batallar contra el mal. Pero no lo hacemos, no desarrollamos una guerra a través de la oración para destruir y detener el mal. Simplemente no lo hemos entendido. Hoy por hoy hay ideas, campos donde debemos luchar contra ese mal o de lo contrario perderemos la batalla. Por ejemplo es malo la idea que todas las religiones son iguales ante los ojos de Dios y que todas nos llevan a Dios, ha orado en contra esa idea maligna. Es maligno que los hijos desobedezcan a los padres, pero eso lo vemos a cada rato hoy, ¿ha orado en contra de eso? Es maligno que los padres maltraten a sus hijos y los abandonen ¿ha orado en contra de eso? Es maligno que se tenga sexo en cualquier contexto excepto en el contexto del matrimonio y con su esposo o esposa ¿ha orado en contra de eso? Es maligno trabajar los siete días sin dedicarle un día al Señor ¿ha orado en contra de esa vileza? Eso es lo que David está haciendo aquí, está orando en contra de los malvados. Porque la gente mala dice: ¡Já! Nadie puede detenernos, nadie puede pararnos. Hacemos lo que queremos y decimos lo que queremos. ¿Será posible que Dios no pueda parar el mal? Siempre he sido un poco renuente a atribuir a Dios desgracias que no proceden de su mano, pero hay hechos “misteriosos” que cualquiera puede decir que detrás de ellos está la mano de Dios. Como lo que sucedió en Minneapolis en el 2009. Lea lo que ocurrió en esa ocasión: “Esta historia recién ocurrió el 19 de agosto de 2009, cuando la iglesia luterana de Minneapolis, celebraba una enorme asamblea en el Centro de Convenciones de esa ciudad. Este Centro queda situado exactamente enfrente, al otro lado de la calle del edificio gótico de dicha iglesia construida en 1928. La iglesia está coronada con un enorme campanario, cuyas campanas de bronce lucen una inscripción: «Dedicado a la iglesia de Dios». Este campanario, a su vez lo corona imponente cruz. El Centro de Convenciones fue contratado por la iglesia para dar cupo a los millares de luteranos que se congregarían para tratar importantes acuerdos de su iglesia. Asistieron más de 2,000 feligreses llegados de todo Estados Unidos, quedándose toda la semana en el Centro, que igualmente sirvió para ceremonias pertinentes. Habría una votación cuyas mociones provocarían una verdadera avalancha mediática: 1- Reconocer las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y su matrimonio. 2-Permitir a estos practicantes homosexuales y lesbianas acceder al pastorado de la iglesia luterana en Estados Unidos.
Ambas mociones necesitaban 2/3 del voto presente para ser aprobadas. Esto fue obtenido en la primera vuelta con el 66.6%. Afuera brillaba el sol y el tiempo era inmejorable antes de la votación. Inesperadamente, después de votar, de la nada se formó un brutal tornado en la lejanía, que al tocar tierra se dirigió velozmente por la carretera directamente al Centro de Convenciones e iglesia. Ninguna emisora meteorológica tuvo tiempo de anunciar el tornado y expertos consideraron extrañísimo la formación súbita e inexplicable del fenómeno. Aunque no hubo heridos, las carpas de la Convención quedaron destrozadas. Al revisar otros daños, constataron cómo la enorme cruz, que majestuosamente señalara al cielo por 81 años –1928-2009–, había sido derribada violentamente, quedando destruida y colgando para abajo, terminando así, justo ese día, en el mismo lugar donde se aprobara una resolución contra la Palabra de Dios. Así la cruz de Cristo, símbolo por excelencia del cristianismo universal, fue abatida allí, siendo un día negro para el cristianismo norteamericano y mundial.[1]
¿Advertencia? Las señales se siguen dando. Dios está allí, pero el hombre no quiere verlo, constituyéndose en su mismo Dios, idolatrando su propio cuerpo donde el sexo no tiene responsabilidad alguna y la conveniencia personal es suficiente justificación, donde «mi» placer es el último y único fin de «mi» vida, o sea, el hedonismo. Nunca más «voy» a aceptar cruces que intercepten «mis placeres» de lujuria, gula, avaricia, soberbia porque… «soy» Dios. Así derribo, «yo» «personalmente», cualquier cruz que pueda interferir con «mi» «libertad», tal como fue derribada la de la iglesia luterana mediante la defensa del hedonismo. Y cuándo llegue tu final ¿qué? La cruz de la muerte no puede ser derribada. Así vemos cómo la homosexualidad se extiende cada vez más por ignorar a Dios en iglesias «pseudo-cristianas. No obstante, homosexuales que exigen tolerancia, deberían sentirse obligados a no ser intolerantes con quienes defendemos el único verdadero matrimonio que puede existir, «hombre-mujer», como manda Jesucristo: «Fueron presa de pasiones vergonzosas, cambiando la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a seres creados en vez del Creador». «Mujeres y hombres cambiaron las relaciones sexuales naturales, apasionándose varones por varones y mujeres por mujeres, así reciben el castigo merecido por su aberración». Romanos1; 25-27.
C. Debemos ir CON LAS PALABRAS DE DIOS
Debemos tener la plena confianza que en tiempos como estos, tenemos la Palabra de Dios como un arma segura que nos mantiene en esperanza y contra esperanza. La Palabra de Dios tiene dos características importantes primero son el poder de la palabra y segundo las promesas de la palabra. Note pues el poder de la Palabra de Dios. (vrs. 7). Dice el texto: “Las palabras de Jehová son palabras limpias”. Debido a que el poeta recibió la seguridad de parte de Dios en el sentido de que los afligidos serían librados (v. 5), el salmista expresó su confianza en las inmarcesibles palabras de Dios, aunque seguía rodeado de malvados. Haciendo un contraste con las palabras mentirosas de los malos, el poeta dijo que las palabras de Jehová son palabras limpias y verdaderas. Por el hecho de ser limpias y puras, las compara con el proceso de purificar la plata refinada en horno de tierra; es como si los dichos del Señor fueran plata purificada siete veces, el número que expresa cabalidad y perfección. Lo que Dios dice es verdad (cf. “y acrisolada la palabra de Jehová” cf. 18:30) y confiable. Sus palabras no están adulteradas de engaño o de adulaciones falsas (en contraste con las palabras de los impíos, 12:2–3), por lo tanto, se puede fiar en ellas.[2] La palabra tiene poder para limpiar, sanar y transformar. Ese es el sentido terapéutico de la Escritura. Estas palabras según Spurgeon tienen tres características interesantes. Al tratar de explicar mi texto, consideraremos tres puntos. Primero, la calidad de las palabras de Dios: “Las palabras de Jehová son palabras limpias;” en segundo lugar, las pruebas de las palabras de Dios: “como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces;” y luego, en tercer lugar, las demandas de estas palabras derivadas de su limpieza y de todas las pruebas que han experimentado”.[3] Es importante entonces entender algunas cosas en cuanto al poder de esas palabras. De este enunciado se puede decir primero, la uniformidad de su carácter. (Unidad) No se hace ninguna excepción a ninguna de las palabras de Dios, sino que todas son descritas como “palabras limpias.” No todas son del mismo carácter; algunas son para enseñar, otras son para consolar, y otras para corregir; pero por lo pronto son de un carácter uniforme de tal forma que todas son “palabras limpias.” Yo concibo que es un mal hábito tener preferencias en relación a la Santa Escritura. Debemos preservar este volumen como un todo. Quienes se deleitan con textos doctrinales, pero omiten la consideración de pasajes prácticos, pecan contra la Escritura. Si predicamos doctrina, ellos claman, “¡Cuán dulce!” Quieren escuchar acerca del amor eterno, la gracia inmerecida y el propósito divino; y me alegra que lo quieran. A tales yo les digo: coman de la grosura y beban de lo dulce; y regocíjense porque hay grosuras plenas de médula en este Libro. Pero recuerden que hombres de Dios en tiempos antiguos, se deleitaban grandemente en los mandamientos del Señor. Sentían mucho respeto por los preceptos de Jehová, y amaban Su ley. Si alguien da la espalda y rehúsa oír acerca de los deberes y ordenanzas, me temo que no ama la Palabra de Dios del todo. Quien no la ama en su totalidad, no la ama del todo.[4]
Por otro lado, quienes se deleitan con la predicación de deberes, pero no le dan importancia a las doctrinas de la gracia, están igualmente equivocados. Ellos dicen, “Valió la pena escuchar ese sermón, pues tiene que ver con la vida diaria.” Me agrada mucho que piensen así; pero si, al mismo tiempo, rechazan otras enseñanzas del Señor, tienen serias fallas. Jesús dijo: “El que es de Dios, las palabras de Dios oye.” Me temo que si consideran que una porción de las palabras del Señor son indignas de su consideración, no son de Dios. Amados hermanos, nosotros valoramos las palabras del Señor en toda su extensión. No hacemos de lado las historias, como tampoco las promesas. Sobre todo, no caigan en la semi blasfemia de algunos, que consideran al Nuevo Testamento grandemente superior al Antiguo. No quisiera errar afirmando que en el Antiguo Testamento encuentran más lingotes de oro que en el Nuevo, pues de esa manera caería yo mismo en el mal que condeno; pero esto diré: que son de igual autoridad, y que proyectan tal luz el uno al otro, que no podríamos pasar por alto a ninguno de los dos. “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.” En todo el Libro, desde Génesis hasta Apocalipsis, se encuentran las palabras de Jehová y siempre son palabras limpias.[5]
Toda la verdad revelada es de la misma calidad, aun cuando algunas de sus porciones no tienen el mismo peso metálico.
Guiándonos por el texto, a continuación observamos la pureza su carácter(Inspiración) “Las palabras de Jehová son palabras limpias.” En el comercio hay diferentes tipos de plata, como todos ustedes saben: plata impura y plata libre de metales inferiores. La Palabra de Dios es plata sin escoria; es como plata que ha sido purificada siete veces en un crisol de tierra en el horno, hasta haberla despojado de toda partícula sin valor: es plata absolutamente limpia. Jesús dijo: “Tu palabra es verdad.” Es verdad revestida de bondad, sin mezcla de mal. Los mandamientos del Señor son justos y rectos. Hemos escuchado ocasionalmente a algunos oponentes que censuran ciertas expresiones toscas utilizadas en la traducción que poseemos del Antiguo Testamento. He escuchado que se han dicho muchísimas cosas terribles, pero nunca me he encontrado con ningún caso en el que alguien haya sido conducido a pecar por un pasaje de la Escritura. Las perversiones son posibles y probables; pero el Libro mismo es eminentemente puro. Se dan detalles de actos de criminalidad crasa, pero no dejan en la mente una huella que lesiona. La más triste historia de la Santa Escritura es un faro, y nunca un señuelo. Este es el Libro más limpio, más claro, más puro, que existe entre los hombres; es más, no se debe listar conjuntamente con los fabulosos registros que pasan por libros santos. Viene de Dios y cada palabra es limpia.
Vemos también la pureza del contenido. (Inerrancia) Es también un libro puro en el sentido de verdad, siendo sin mezcla de error. No dudo en decir que no hay ningún error en el original de las Santas Escrituras, de principio a fin. Puede haber, y hay, errores en las traducciones, pues los traductores no son inspirados; pero inclusive los hechos históricos son correctos. La duda ha sido arrojada sobre ellos aquí y allá, y algunas veces con gran despliegue de razón: duda que ha sido imposible responder por algún tiempo; pero tan solo den suficiente espacio, y suficiente investigación, y las piedras sepultadas en la tierra gritarán para confirmar cada letra de la Escritura. Viejos manuscritos, monedas, e inscripciones, están del lado del Libro, y contra él no hay nada sino sólo teorías, y el hecho que muchos eventos en la historia no tienen otro registro sino el que la propia Biblia nos suministra. El Libro ha estado recientemente en el horno de la crítica; pero mucho de ese horno se ha enfriado debido a que la crítica misma es despreciada. “Las palabras de Jehová son palabras limpias”: no hay ningún error de ningún tipo en toda su extensión. Estas palabras provienen de Aquél que no puede cometer errores, y que no puede tener el deseo de engañar a Sus criaturas.
Si yo no creyera en la infalibilidad del Libro, preferiría no contar con él. Si yo fuera a juzgar el Libro, él no sería mi juez. Si fuera a tamizarlo, como el cúmulo de granos que van a ser trillados, e hiciera esto a un lado y únicamente aceptara aquello, de conformidad a mi propio juicio, entonces no tendría ninguna guía, a menos que fuera lo suficientemente arrogante para confiar en mi propio corazón.
Las nuevas teorías le niegan infalibilidad a las palabras de Dios, pero prácticamente se la concede a los juicios de los hombres; por lo menos, esta es toda la infalibilidad que pueden concebir. Yo protesto que prefiero arriesgar mi alma con una guía inspirada del cielo, que con líderes que altercan y que se levantan de la tierra al llamado del “pensamiento moderno.”
Ahora en segundo lugar notemos las promesas de su Palabra. Además, este Libro es puro en el sentido de confiabilidad: no tiene en sus promesas ninguna mezcla de fallas. Observen esto. El texto dice: “Pondré a salvo”, los guardarás. Ninguna predicción de la Escritura ha fallado. Ninguna promesa que Dios haya dado, resultará ser mera palabrería. “El dijo, ¿y no hará?” Tomen la promesa como el Señor la dio, y la encontrarán fiel a cada jota y tilde de ella. Algunos de nosotros no tenemos el derecho de ser llamados “viejos y de cabellos canos,” aunque las canas son bastante conspicuas en nuestras cabezas; pero hasta este punto hemos creído en las promesas de Dios, y las hemos probado y comprobado; y ¿cuál es nuestro veredicto? Yo doy solemne testimonio que no he visto una sola palabra del Señor caer a tierra. El cumplimiento de una promesa ha sido algunas veces demorado más allá del período que mi impaciencia hubiese deseado; pero la promesa se ha cumplido en el momento preciso, no únicamente al oído, sino también en obra y en verdad. Tú puedes apoyar todo tu peso sobre cualquiera de las palabras de Dios, y te sostendrán. En tu hora más oscura puedes estar desprovisto de velas pero cuentas con una sola promesa, y sin embargo esa luz solitaria convertirá tu medianoche en un brillante mediodía. Gloria sea dada a Su nombre, las palabras del Señor son sin mal, sin error, y sin fallas.
Además, bajo este primer encabezado, el texto no habla únicamente del carácter uniforme de las palabras de Dios, y de su pureza, sino de su preciosidad. David las compara con plata refinada, y la plata es un metal precioso: en otros lugares ha comparado estas palabras con oro puro. Las palabras del Señor pudieran haber parecido comparables al papel moneda, tales como nuestros cheques; pero no, son el metal mismo. En las palabras de Dios tienes el sólido dinero de la verdad: no es ficción, sino la sustancia de la verdad. Las palabras de Dios son como lingotes de oro. Cuando las tienes empuñadas por la fe, tienes la sustancia de las cosas esperadas. La fe encuentra en la promesa de Dios la realidad de lo que busca: la promesa de Dios es tan buena como su propio cumplimiento. Las palabras de Dios, ya sean de doctrina, o de práctica, o de consuelo, son de metal sólido para el hombre de Dios que sabe cómo ponerlas en el bolso de fe personal.
De la misma manera que nosotros usamos la plata en muchos artículos en nuestros hogares, así usamos la Palabra de Dios en la vida diaria; tiene mil usos. De la manera que la plata es la moneda corriente del comerciante, así son las promesas de Dios moneda corriente tanto para el cielo como en la tierra: nosotros tratamos con Dios por Sus promesas, y así trata Él con nosotros.
Como los hombres y las mujeres se engalanan con plata a manera de ornamento, así son las palabras del Señor nuestras joyas y nuestra gloria. Las promesas son cosas bellas que son un gozo para siempre. Cuando amamos la Palabra de Dios, y la guardamos, la belleza de la santidad está en nosotros. Ésta es verdadero ornamento del carácter y de la vida, y la recibimos como un don de amor del Esposo de nuestras almas. No necesitamos engrandecer en su presencia la preciosidad de la Palabra de Dios. Muchos de ustedes la han valorado por largo tiempo, y han probado su valor.
Además, este texto nos presenta, no solamente la pureza y la preciosidad de las palabras del Señor, sino la permanencia de ellas. Son como plata que ha soportado los fuegos más hirvientes. Verdaderamente, la Palabra de Dios ha aguantado el fuego por largas edades; y fuego aplicado en sus formas más fieras: “refinada en horno de tierra,” es decir, en ese horno que los refinadores consideran como su último recurso. Si el diablo hubiera podido destruir la Biblia, habría traído los más hirvientes carbones del centro del infierno. Él no ha sido capaz de destruir una sola línea. El fuego, de acuerdo al texto, era aplicado de una manera muy diestra: la plata era colocada en un crisol de tierra, para que el fuego pudiera alcanzarla completamente. El refinador está muy seguro de emplear su calor de la mejor manera conocida para él, con el objeto de derretir la escoria; de igual manera, hombres con habilidad diabólica se esfuerzan por destruir las palabras de Dios, mediante la más astuta censura. Su objetivo no es la purificación; es la pureza de la Escritura lo que les fastidia, y tienen por objetivo destruir el testimonio divino. Su labor es en vano; pues el Libro sagrado todavía permanece como siempre fue, las palabras limpias del Señor; pero algunas de nuestras falsas concepciones de su significado han perecido felizmente en los fuegos.
Las palabras del Señor han sido probadas frecuentemente, ay, y han sido probadas perfectamente: “Purificada siete veces.” Cuánto falta todavía, no puedo adivinarlo, pero ciertamente los procesos han sido ya muchos y severos. Pero permanece sin cambios. El consuelo de nuestros padres es nuestro consuelo. Las palabras que alentaron nuestra juventud son nuestro apoyo en la edad adulta. “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.”
Estas palabras de Dios son un cimiento firme, y nuestras esperanzas eternas están sabiamente construidas sobre él. No podemos permitir que nadie nos despoje de esta base de esperanza. En tiempos antiguos los hombres eran quemados antes que dejaran de leer sus Biblias; nosotros soportamos oposiciones menos brutales, pero que son bastante más sutiles y difíciles de resistir. Dejémonos guiar siempre por esas palabras eternas, porque ellas siempre estarán con nosotros. Las palabras del Siempre Bendito son sin cambio e incambiables. Son como plata sin escoria, que continuará de edad en edad. Esto es lo que creemos, y en esto nos regocijamos. Y no es una carga sobre nuestra fe creer en la permanencia de la Santa Escritura, pues estas palabras fueron habladas por quien es Omnisciente, y lo sabe todo; por tanto no puede haber error en ellas. Fueron habladas por quien es Omnipotente, y puede hacerlo todo; y por tanto, Sus palabras se cumplirán. Fueron habladas por quien es Inmutable, y por tanto estas palabras no sufrirán nunca alteración alguna. Las palabras que Dios habló hace miles de años son verdaderas a esta hora, pues provienen de quien es el mismo ayer, hoy y para siempre. Quien habló estas palabras es infalible, y por tanto las palabras son infalibles. ¿Cuándo erró Él alguna vez? ¿Podría cometer errores y sin embargo ser Dios? “El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” Estén seguros de esto: “Las palabras de Jehová son palabras limpias.”
Para cerrar…
En su libro la Historia de dos ciudades, Charles Dickens comienza diciendo:
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo” [6]
Creo que lo mismo se aplica para lo que vivimos hoy como cristianos. Hay una supuesta espiritualidad evangélica que no encaja en la realidad de maldad que vivimos, lo que necesitamos ya no es cristianes, sino cristianismo puro para que nuestra espiritualidad tenga autoridad deberá recuperar su carácter bíblico, su esencia escritural o de lo contrario serán lo peor de la época…