Vidas Bìblicas que retan al mundo posmoderno: Sifra y Fùa

El temor, la reverencia hacia el Señor nos impulsa a actuar, incluso si eso supone oponernos a autoridades inmorales. El faraón, el rey de Egipto, decidió poner en marcha una política de genocidio. El diccionario lo define como la aplicación sistemática de medidas encaminadas a la destrucción de un grupo étnico. Y eso era precisamente lo que pretendía el gobernante de Egipto, eliminar a todos los niños varones que nacieran de familias hebreas. Las razones para ello eran políticas, en caso de invasión por una potencia extranjera los hebreos podían representar un peligro para la seguridad nacional. Aquella era una medida que era totalmente legal, ya que había sido ordenada por el legítimo gobernante del país, sin embargo, desde un punto de vista ético, no puede considerarse como una medida moral. Algo puede ser totalmente legal y, al mismo tiempo, ser totalmente inmoral. La legalidad o ilegalidad de algo se decide a la luz de la legislación de un país, la moralidad se hace a la luz del carácter de Dios y de su voluntad expresada en su Palabra. Lo que un gobierno aprueba, Dios puede desaprobarlo totalmente. En un conflicto de intereses entre moralidad y legalidad los creyentes obedecen a Dios antes que a los hombres, ese es el principio bíblico (Hechos 4:19). Sifra y Fúa se encontraron delante de un dilema de lealtades enfrentadas, la obediencia a la ley humana que exigía la participación en un acto legal pero inmoral como era el matar a los niños hebreos varones o, por el contrario la obediencia a la ley divina que les exigía el preservar la vida de los niños recién nacidos.  Ambas tomaron una decisión arriesgada, desobedecer la ley humana y someterse a la ley de Dios. Sería interesante el examinar más detalladamente esta decisión. En primer lugar, ellas actuaron, según nos dice el libro de Éxodo, debido a su temor, reverencia, respeto hacia el Señor. De aquí fácilmente se deduce que ambas tenían un conocimiento del carácter moral de Dios y, al mismo tiempo, una capacidad de discernir cuál era Su voluntad. En segundo lugar, fue precisamente su temor del Señor el que proveyó la fuerza, el coraje y la motivación suficiente para poder enfrentar el riesgo de la desobediencia. En tercer lugar, Éxodo nos dice que su actitud de desobediencia civil, de rebeldía pasiva ante leyes injustas agradó a Dios y como consecuencia. Éste las preservó y bendijo sus vidas.  Algo que caracteriza más y más a las sociedades postmodernas es su constante alejamiento del consenso cultural judeocristiano. En el pasado nuestras culturas basaban su ordenamiento moral e incluso jurídico en los principios que emanaban del cristianismo. Sin embargo, con el creciente proceso de secularización más y más la conducta y también la legislación se apartan de los valores cristianos y se rige en muchas ocasiones por valores auténticamente anticristianos. La consecuencia, esto es una realidad especialmente en los Estados Unidos y Europa Occidental, son leyes perfectamente legales porque han sido aprobadas por parlamentos democráticos pero no necesariamente morales desde un punto de vista cristiano. Algunos ejemplos en este sentido podrían ser las legislaciones relativas a manipulación genética, matrimonios y adopción por parte de gays y lesbianas, aborto, eutanasia activa y pasiva y, otras muchas que con el tiempo irán viniendo. Sifra y Fúa son para nosotros un ejemplo de personas que se opusieron a legislaciones que eran inmorales y que practicaron una clara desobediencia civil contra las mismas. Para nosotros son un referente de cómo navegar en sociedades legales pero inmorales

Vidas Biblicas que retan al mundo posmoderno: Esaù

Esaú buscó satisfacer sus impulsos y deseos de forma inmediata sin pararse a valorar las implicaciones y consecuencias de sus decisiones.  Esaú era el primer hijo de Isaac, el primogénito, el heredero. La primogenitura, es decir, los derechos concedidos al primer hijo, era una institución muy importante en el mundo antiguo y así lo atestigua la Biblia. El primer hijo se beneficiaba de una herencia considerablemente mayor que el resto de sus hermanos. De esta manera se trataba de garantizar que los patrimonios no se disolvieran con sucesivas reparticiones. Pero las ventajas del hijo mayor no eran únicamente de índole económica, aunque estas, eran notables. Juntamente con una porción mayor de los bienes y recursos familiares también recibía la jefatura de la familia.  Se convertía en el jefe de la familia, el clan o la tribu y eso le atribuía funciones de tipo social, judicial y religioso muy importantes. El estatus del primer hijo conllevaba todas esas ventajas y responsabilidades.  Parece ser que el único inconveniente de la primogenitura consistía en que había que esperar hasta la muerte del padre para poder disfrutar de la herencia y de todos los derechos y privilegios que la jefatura familiar conllevaba.  En resumidas cuentas, el hijo mayor debía aprender a postergar su gratificación para un futuro que nadie sabía exactamente cuando iba a presentarse. No es aventurado afirmar que Esaú debía ser una persona impulsiva e incluso tal vez compulsiva. Sus impulsos y deseos debían ocupar un lugar muy importante en su vida.  Si nos hacemos una idea de él con base en el pasaje de Génesis 25, todo parece indicar que cuando un deseo o impulso se apoderaba de su mente no paraba hasta satisfacerlo.  Puede ser que estos deseos e impulsos se convirtieran en obsesivos y, por tanto, se veía forzado, obligado o empujado a satisfacerlos, y por hacerlo, no siempre se fijaba en el precio que debía pagar por ello.  Alguien puede pensar que mis juicios sobre Esaú son osados y arriesgados. Creo que no. Fijémonos en todo lo que Esaú estaba dispuesto a perder y a cambio de qué estaba dispuesto a perderlo. El pasaje, aunque lacónico y escueto, nos indica que Esaú con total frivolidad despreció sus derechos como hijo mayor –ya hemos hablado de todo lo que implicaba- simplemente porque tenía hambre y quería satisfacer de forma instantánea su impulso y su deseo.  Si alguien está dispuesto a dejar tanto por tanto poco, todo parece indicar que nos encontramos ante la descripción de una persona incapaz de postergar su gratificación. Nos encontramos ante alguien que no se para a valorar ni pensar las consecuencias e implicaciones que satisfacer sus impulsos podría traerle a medio y largo plazo. Esaú estaba dispuesto a hipotecar su futuro a cambio de una breve, simple y pasajera gratificación presente.
Una de las características de la sociedad en que nos ha tocado vivir es su capacidad para despertar en nosotros todo tipo de impulsos y deseos y manipularlos hasta convertirlos en necesidades vitales que deben ser satisfechas, a menudo, a cualquier precio.  De hecho, la sociedad del capital funciona de esta manera. El ser humano tiene una gran necesidad de llenar su sentido de trascendencia, el vacío existencial provocado por su alejamiento y ruptura con Dios. Aprovechando esta realidad la sociedad nos ofrece todo tipo de productos, experiencias y servicios que promete podrán hacernos felices y satisfacer nuestra necesidad de trascendencia.  La presión es tan fuerte, y en ello los medios de comunicación y la publicidad son expertos, que, a menudo, nos vemos impulsados a satisfacer nuestras necesidades sin pararnos a considerar el coste, las implicaciones, las posibles consecuencias que ello nos reportará. De forma consciente o inconsciente identificamos la satisfacción de las mismas con nuestra felicidad y, en consecuencia, queremos satisfacerlas. Esaú nos desafía a mirarnos en su ejemplo y aprender, en primer lugar a postergar la gratificación y en segundo lugar a nunca tomar decisiones sin considerar y hacer un cálculo de las implicaciones, consecuencias e hipotecas que podrán acarrearnos.
La presión de Esaú no es muy diferente de la que todos vivimos, una presión a ser felices hoy satisfaciendo todo lo que queremos, todo lo que deseamos, todo lo que ansiamos. El precio, no vale la pena considerarlo, vivamos el presente, qué importa el  futuro.

Vidas Biblicas que retan al mundo posmoderno: Lea

Lea ilustra la idea de encontrar la satisfacción y el contentamiento en Dios.
La Biblia nos dice que Labán tenía dos hijas. De Lea, la mayor, únicamente se nos dice que tenía unos ojos muy dulces. Nada más. Es muy posible que se trate de una forma educada de afirmar que no era bonita. De Raquel, la menor, se nos dice todo lo contrario, se afirma clara y contundentemente que era hermosa de los pies a la cabeza. Parece ser que el escritor de Génesis se sintió obligado a decir algo positivo de Lea para que el contraste en lo poco agraciada que debió ser Lea no fuera tan evidente ni agresivo.  Génesis indica que Jacob se enamoró de Raquel, quedó totalmente prendado por ella. Y ya se sabe, cuando uno está enamorado el tiempo parece que vuela, de hecho volaba para Jacob ya que la Biblia nos dice que: “Jacob trabajó por Raquel durante siete años, aunque a él le pareció muy poco tiempo porque la amaba mucho”. Así es el amor .Sin embargo Labán astutamente engañó a su sobrino y le obligó a quedarse con Lea, la hermana mayor. Jacob se vio obligado a casarse con alguien a quien no quería, con quien nunca pensó casarse y por quien no tenía el más mínimo interés. Aunque legalmente estaba casado con Lea su corazón seguía perteneciendo a Raquel y, finalmente, la consiguió aunque tuvo que trabajar siete años más por ella. Catorce años de tu vida es una buena señal de que realmente amas a una mujer. ¿Cómo debió sentirse Lea? Tuvo que ir a vivir con alguien que, no solamente no la amaba ni deseaba, sino que abiertamente la despreciaba (29:31). Lea se vio envuelta en una trama entre Labán y Jacob, de que ella fue víctima, sobre la que no tuvo ningún control ni posibilidad de opinión pero de la cual estaba sufriendo todas las consecuencias. ¿Cómo debió de sentirse Lea? Lea decidió poner en marcha una estrategia para ganarse el corazón de su marido y usó una táctica que pensó le otorgaría resultados: tener hijos. Lea debía ser una persona infeliz, obligada a vivir con un hombre que no la quería y la despreciaba. Lea pensó que sólo podría ser feliz, dichosa y realizada si conseguía el amor de su marido.  Los nombres de los diferentes hijos que Lea dio a Jacob ponen de manifiesto cómo se sentía y cuál era su propósito. El nombre del primer hijo fue Rubén. Nos dice la Biblia que Lea le puso ese nombre porque pensó: “el Señor me vio triste. Por eso ahora mi esposo me amará”. Pero no fue así. Así que siguiendo con su estrategia le dio un segundo hijo, Simeón. En sus cábalas ella pensó lo siguiente: “el Señor oyó que me despreciaban, y por eso me dio un hijo más”. Pero tampoco se produjo un cambio en la actitud de su esposo hacia ella. Pero Lea, tal vez no era guapa, sin embargo, era persistente y continuó en sus intentos. Le dio a su marido un tercer hijo, Leví. Le puso ese nombre porque imaginó que: “ahora mi esposo se unirá más a mí, porque ya le he dado tres hijos”.  Desgraciadamente tampoco fue así. De hecho no hay ninguna evidencia en la Biblia de que Jacob nunca llegara a amar a Lea. Más bien, encontramos signos en sentido negativo. Cuando Jacob regresó para encontrarse con su hermano Esaú, inseguro acerca de su respuesta, dividió su grupo en dos y envío en primer lugar a Lea y sus hijos. Claramente denota por dónde iban sus preferencias. Pero Lea sí que cambió. El nombre de su cuarto hijo lo pone de manifiesto. Su nombre fue Judá, porque dijo: “Esta vez alabaré al Señor”. Las circunstancias de Lea no cambiaron, su esposo continuó sin amarla, sin embargo, ella decidió que su felicidad, su dicha y su contentamiento no iban a depender de ello. Lea decidió que esto lo encontraría en Dios, que Él sería quien le proporcionaría el sentido, la satisfacción y la plenitud que su relación matrimonial, sus circunstancias nunca le iban a proporcionar.  Nuestra sociedad es la sociedad del “tan sólo si”. Vivimos en un mundo en que pensamos que tal y como estamos no podemos ser felices, tener dicha o sentirnos contentos. Creemos que si nuestras circunstancias pudieran ser diferentes, pudieran cambiar un tanto, entonces podríamos encontrar y disfrutar de esa felicidad que parece eludirnos de forma descarada. Nuestra sociedad nos induce a pensar –y nosotros fácilmente lo aceptamos- que nuestra felicidad sería posible si cambiaran nuestras circunstancias. Y nosotros, llegamos a creérnoslo con una fe casi religiosa.  Lamentablemente esa felicidad tan elusiva depende de un cambio de circunstancias exteriores sobre las cuales, en la inmensa mayoría de las ocasiones, no tenemos el más mínimo control y poca o nula capacidad de incidir. Por lo tanto, hacemos depender nuestra satisfacción en la vida de algo que se escapa de nuestro control. Mientras perseguimos un cambio de esas circunstancias y nos lamentamos por nuestro estado actual, perdemos toda la capacidad de poder vivir, disfrutar y poderle sacar provecho al presente. Hipotecamos nuestro presente por un futuro que está más allá de nuestro alcance. Eso nos impide encontrar nuestro contentamiento en Dios. La palabra que la Biblia traduce por contentamiento es la griega autarquía. Significa autosatisfacción sin depender de las circunstancias. No deja de ser interesante que en la Biblia nunca se hable de felicidad sino de contentamiento (1 Timoteo 6.6-8). Nunca vamos a encontrar nuestra felicidad en las circunstancias. Nunca vamos a vivir circunstancias perfectas de forma permanente. Nuestro contentamiento, dicha y satisfacción únicamente pueden venir de Dios y esto sólo es posible cuando este conocimiento es real, no simplemente teórico o ideológico. Lea nos desafía a encontrar en Dios la satisfacción. La alabanza, la acción de gracias en medio de las circunstancias, especialmente las adversas, es un signo de nuestra satisfacción en el Señor.    

Vidas Bìblicas que retan al mundo posmoderno: Josè


La tentación es y será siempre una realidad con la que todo cristiano deberá lidiar. José es un ejemplo de cómo afrontarla. Con toda probabilidad José es el primer caso de acoso sexual en el trabajo que aparece registrado en la historia de la humanidad. Triste precedente, pero precedente al fin y al cabo.  La historia de José es bien conocida y aparece perfectamente narrada en el libro de Génesis. Después de haber sido vendido por sus hermanos como esclavo José fue llevado a Egipto y acabó en la casa de Potifar, un alto funcionario del monarca egipcio, para más señas capitán de su guardia, lo cual parece indicar que se trataba de un cargo de confianza e importancia.  La Biblia nos dice que el Señor estaba con José y, por tanto, las cosas le fueron muy bien. Como consecuencia de ello la casa de Potifar progresó y Dios le dio gracia a José ante los ojos de su amo de tal modo que éste lo nombró mayordomo de su casa y dejó todas las cosas bajo su cuidado. Como consecuencia la bendición de Dios alcanzó también a la casa de su amo. Sin embargo, no todo podía ser de color rosa. La mujer de Potifar hizo proposiciones sexuales a José. Nuestro héroe se negó en redondo y explicó las razones por las cuales no podía hacerlo: fidelidad a su amo y respeto hacia el Señor. Sin embargo la mujer no se dio por vencida y día tras día continuó acosando a José con proposiciones deshonestas. La presión que José debió de sufrir tuvo que ser horrible. José como todo ser humano era sensible al deseo y a la necesidad sexual y había una persona que día tras día se insinuaba y abiertamente requería sus servicios sexuales. Además, esta persona se encontraba en una posición de ventaja sobre José al ser la esposa de su amo, es por eso, que José no únicamente tuvo que afrontar la tentación sino un auténtico acoso sexual. Finalmente José se vio en una situación de auténtico peligro y se vio obligado a huir dejando su ropa en la habitación de la mujer de Potifar. El resto de la historia y las consecuencias que José tuvo que pagar por su decisión de afrontar la tentación las conocemos muy bien. José prefirió huir antes que pecar. Su negativa a pecar y mantenerse firme en sus convicciones y temor del Señor le trajo consigo la pérdida de su posición de privilegio y le acarreó varios años de prisión  La sociedad postmoderna es cada vez más permisiva. Los límites morales cada vez son más endebles y cada vez más personas, con más facilidad y con más frecuencia los trasgreden. Además, nuestra sociedad, no únicamente rompe con las normas morales sino que además, como indica Pablo en Romanos 1:32, ánima y acosa a otros para que hagan lo mismo.
Por tanto, los creyentes nos vemos inmersos en un contexto social en que las tentaciones y las posibilidades de pecar están a la orden del día. Ya no es preciso que de forma clandestina vayamos en busca de tentaciones y oportunidades de pecar, éstas nos son presentadas y vienen hasta nosotros cada día, a veces, en cada momento. El ejemplo de José es valioso para nosotros y nos enseña dos estrategias que nos pueden ser muy útiles para afrontar la tentación. En primer lugar, José tenía temor de Dios y, por tanto, estaba en condiciones de identificar aquellas cosas que podían ofenderle y desagradarle. El conocimiento que tenía del Señor le permitía tener un rumbo moral en medio de situaciones de tentación. Le permitía tener la capacidad de orientarse por aquello que era conforme a la voluntad de Dios, en vez de hacerlo por sus impulsos sexuales.  Todos nosotros nos vamos a ver inmersos en situaciones en las que, a menos que tengamos una comprensión de qué es correcto e incorrecto a los ojos de Dios, podemos sucumbir ante nuestros propios instintos e impulsos que se verán aplaudidos y animados por la permisividad del entorno social. En segundo lugar, José nos muestra que en determinadas situaciones, cuando la presión de la tentación es demasiado fuerte, huir es una estrategia adecuada. Es cierto. Pablo indica que no demos lugar al diablo. Pedro nos dice que Satanás anda alrededor nuestro buscando a quien devorar. En ocasiones hay relaciones, situaciones, experiencias, contextos en los cuales nos encontramos en situaciones de vulnerabilidad, debilidad y extremo peligro. Es mejor como prevención evitarlos, pero si no ha sido posible es mejor huir.
José es un buen ejemplo para nosotros de cómo afrontar la realidad de la tentación en la vida cotidiana.   

Vidas Bìblicas que retan al mundo posmoderno: Lot

Lot tuvo que elegir el entorno humano y de relaciones en el que quería desarrollar su estilo de vida.  Dios llamó a Abram a un estilo de vida nómada. Dada la estructura familiar de aquel tiempo, Lot, su sobrino, tuvo que acompañarle. El estilo de vida nómada implicaba el frecuente desplazamiento de un lugar a otro en búsqueda de los recursos naturales, agua, pastos, etc., para poder alimentar a los rebaños. Los rebaños eran la fuente básica, junto con la caza, de las tribus o sociedades nómadas.
El nomadismo proporcionaba un gran grado de autonomía y libertad, al mismo tiempo, también tenía sus inconvenientes, la búsqueda de los necesarios recursos naturales impedía el poder tener raíces fijas y permanentes en ningún lugar. El relato bíblico nos indica que los rebaños de Abram y los de Lot habían crecido demasiado y se producía una competencia entre ambos por la utilización de los limitados recursos existentes. A fin de evitar que los conflictos económicos envenenaran las relaciones familiares Abram, a pesar de ser el jefe de la familia y, por tanto, tener el derecho de escoger, plantea a Lot la necesidad de separarse y le da la posibilidad de elegir el lugar adonde ir. Lot sopesó sus posibilidades y escogió. Vio el valle del río Jordán y lo valoró como la mejor opción. Sin duda lo era, al menos desde el punto de vista económico. La descripción que del mismo encontramos en el capítulo 13 de Génesis así parece indicarlo. Era el lugar ideal para echar raíces y para poder acabar con el estilo de vida nómada. El valle tenía suficientes recursos naturales para satisfacer las necesidades de Lot y evitar el peregrinaje en busca de nuevos medios de vida. El valle es descrito como un jardín. Sin embargo, con todo y ser la mejor opción económica, no necesariamente era la mejor opción desde el punto de vista social y moral. La descripción que se hace del entorno social al que se trasladó Lot no es nada halagüeña. Se nos indica que las personas de aquellos lugares eran gente mala que cometía horribles pecados contra Dios. Todo parece indicar que si bien el sobrino de Abram valoró bien su decisión desde el punto de vista económico, su valoración no fue tan acertada desde un punto de vista espiritual. Lot no tuvo en cuenta o bien subestimó la influencia espiritual que la maldad del entorno pudiera tener sobre su familia y sobre él mismo. Esto, en el mejor de los casos, porque en el peor de los mismos podríamos pensar que prefirió el peligro de la influencia espiritual negativa si con ello mejoraba su situación social, económica y, quien sabe, tal vez incluso política. Por su parte el texto nos dice que Abram continuó su estilo de vida nómada y se fue a la zona encinar de Manré. Allí el Señor se le volvió a aparecer y de nuevo le hizo la promesa de que toda aquella tierra sería en un futuro su herencia y la de sus descendientes. ¿Hizo mal Lot? ¿Abogamos por un estilo de vida ermita alejado de la sociedad? En absoluto. Hablamos de la importancia de valorar, a la hora de tomar las decisiones sobre con quién relacionarnos y en qué entorno desarrollar nuestro proyecto de vida, los beneficios que nos puede reportar desde un punto de vista social, cultural, económico, político, etc., pero al mismo tiempo las implicaciones espirituales y morales que puede tener sobre nuestras vidas, nuestro caminar con Dios y, eventualmente, sobre nuestras familias.  La economía, el poder, la influencia y la ganancia mueven el mundo. Las personas toman decisiones que les permiten avanzar sus carreras profesionales y políticas al precio de dañar o poner en peligro sus familias y su propia integridad personal. Los cristianos no estamos exentos ni de la tentación y presión ni del peligro de caer en ese juego social. La posibilidad de mejorar en determinadas áreas de nuestras vidas puede llevarnos al punto de poner en peligro nuestro caminar con el Señor y vernos sometidos a influencias que van más allá de nuestra capacidad para manejarlas o resistirlas. Lot, con su ejemplo, nos llama la atención sobre la importancia de no tomar ese tipo de decisiones a la ligera. De él podemos aprender a colocar de una forma realista y honesta en la balanza todos los pros y contras de una determinada decisión. El sobrino de Abram nos enseña que no podemos menospreciar ni subestimar la influencia que el entorno pueda tener sobre nuestro caminar con Dios y nuestra integridad personal. La economía, el bienestar, el progreso, el poder, la influencia, no son los únicos criterios a la hora de tomar decisiones vitales.

Vidas Bìblicas que retan al mundo posmoderno: Abraham II parte

Abraham una persona con un corazón compasivo en una sociedad malvada
La historia que narra este pasaje es una de las más sorprendentes del Antiguo Testamento. Dios aparece encarnado, como un ser humano. Incluso comparte con Abraham la hospitalidad que éste le ofrece y comen juntos. Precisamente en esta aparición tan inaudita del Señor en forma humana es cuando Abraham recibe, por fin, la confirmación de la promesa con un plazo fijo para el cumplimiento de la misma. Pero Dios tenía otra misión y decide compartir su corazón con una persona que es definida por el mismo Señor como su escogido. Dios desvela su propósito de destruir Sodoma y Gomorra a causa de la maldad que ambas ciudades habían acumulado. Entonces se produce la curiosa reacción del patriarca.  Sin duda Abraham era conocedor de la fama de depravación de ambas ciudades. No era la primera ocasión que tenía contacto con las ciudades del valle. Ya en una ocasión anterior narrada en el mismo libro de Génesis había intervenido para salvar a su sobrino Lot y los reyes de ambas ciudades se beneficiaron de su acción militar. Abraham debía tener plena conciencia del estado moral de los habitantes de ambas ciudades y, sin embargo, tiene la osadía de interceder al Señor por la población de ambas ciudades.  El pasaje narra una osada y arriesgada negociación e intercesión de Abraham ante Dios. El patriarca apela a Dios como juez y apela, por tanto, a su justicia.  Es interesante que no apela, porque no puede, a la bondad de los cananeos que vivían en aquellas ciudades. Sin duda era una causa perdida, la maldad de aquellos hombres debía ser sobradamente conocida en toda la región. Abraham apela a los pocos justos que puedan existir y que serían víctimas inocentes del castigo de Dios. El Señor se muestra de acuerdo con su razonamiento y está dispuesto a perdonar la ciudad si fuera posible encontrar en ella un número de cincuenta justos. El resto de la historia es ampliamente conocido, en una negociación sin precedentes en la historia de la relación del hombre con Dios, Abraham va regateando el número de personas necesario para salvar la ciudad de la destrucción hasta la irrisoria cantidad de únicamente diez. Lamentablemente ni siquiera esos diez fueron encontrados y ambas ciudades y su entorno fueron destruidas como juicio de Dios contra sus maldades y pecados. El lamentable fin de Sodoma y Gomorra no quita ningún mérito al carácter de Abraham que se mostró como un hombre compasivo, capaz de arriesgarse a negociar con Dios buscando la salvación de unos hombres y mujeres que a los ojos de Dios únicamente merecían la muerte como juicio por sus pecados.  Una de las tendencias más acusadas de la sociedad postmodernas es una creciente falta de sensibilidad hacia el dolor y el sufrimiento ajeno. Por un lado, los medios de comunicación nos bombardean día y noche con escenas reales de muerte, destrucción, sufrimiento y dolor.  A la vez, muchos de nosotros hemos de vivir en entornos donde la pobreza, el sufrimiento y la depravación están presentes y forman parte de la realidad cotidiana. Uno de los peligros que corremos es perder nuestra sensibilidad ante todas estas realidades. La exposición continuada a todo ello puede llevarnos a habituarnos a las mismas y a inmunizarnos y, por tanto, perder nuestra capacidad de responder ante tanta necesidad humana. Abraham nos desafía a conservar nuestra capacidad de ser compasivos hacia una humanidad en necesidad. Abraham nos desafía a no racionalizar nuestra falta de compasión en la maldad o depravación de los seres humanos. Abraham nos desafía a conectar con Jesús, quien cuando veía a las multitudes las veía desamparadas, necesitadas, como ovejas sin pastor

Vidas Bìblicas que retan el mundo posmoderno: Abraham

Abraham ilustra la idea de caminar por fe, de vivir por fe confiando en el carácter y las promesas de Dios y no en las percepciones sensoriales, las circunstancias o la razón. Vivir por fe es tener un estilo de vida que se caracteriza por la confianza en Dios y sus promesas.  El conocimiento de Dios, un conocimiento vivo y experimental, precede a toda confianza en Dios y su Palabra dada.  Dios certifica y garantiza su Palabra con su propia personalidad y carácter. Por tanto, el conocimiento de Dios es la base de toda confianza en Él. Vivir por fe significa, en muchas ocasiones, vivir en contra de todo pronóstico objetivo.  Significa ir en contra de la realidad objetiva, es decir de aquello que perciben nuestros sentidos. Una buena parte de nuestra concepción o idea de la realidad viene dada por los estímulos, información y experiencias que captamos a través de nuestros sentidos. No es infrecuente que las promesas y la Palabra de Dios dada choquen con aquello que percibimos a través de nuestros sentidos. Es decir, se produce un choque entre la realidad de Dios y la realidad de este mundo, una se percibe por fe, la otra por los sentidos. Significa ir contra las circunstancias. Las circunstancias que vivimos y experimentamos pueden enviarnos mensajes y pueden invitar a una interpretación de las mismas que sea, no solamente contradictoria, sino opuesta a la promesa por Dios dada. Dios dice algo pero las circunstancias nos indican de forma clara y meridiana todo lo contrario. Significa ir contra nuestras proyecciones mentales. En ocasiones el presente puede parecer enfrentado con la realidad vista desde la perspectiva de Dios. Sin embargo, podemos proyectarnos en el futuro y nuestra mente puede imaginar una evolución de las circunstancias, relaciones y personas que permitan que eventualmente pueda darse, cumplirse y manifestarse una promesa o palabra dada por Dios. Es más fácil andar por fe cuando somos capaces de imaginar nuevos escenarios donde las promesas puedan llevarse a cabo. Ahora bien, no siempre eso es posible. A menudo caminar por fe significa ir contra nuestras proyecciones mentales porque nuestra mente es incapaz de prever, visualizar o crear una perspectiva de futuro donde la promesa o palabra de Dios pueda darse y tomar lugar. Entonces sólo podemos caminar por fe, no podemos recurrir a la vista (suena paulino ¿verdad?) ni física, ni mental para guiar nuestros pasos. Abraham experimentó todas estas situaciones y supo caminar por fe en medio de ellas. La historia de este patriarca es bien conocida y corre a lo largo de los capítulos 12 al 25 del libro de Génesis. Pablo, tanto en Romanos como en Gálatas hace mención en varias ocasiones a su vivir por fe. Pero es en Hebreos capítulo 11 donde se nos dicen varios detalles interesantes sobre su vivir confiando en Dios. Abraham por fe –confianza- obedeció y salió de su tierra sin saber a dónde iba Es decir, dejó estabilidad y seguridad por una aventura incierta y desconocida. En el momento de su partida él carecía de información sobre su destino final. Se movió, por tanto, por confianza, no por una comprensión mental y racional de las implicaciones. Tampoco pudo sopesar las ganancias que aquello le reportaría ni pudo imaginar escenarios ni proyecciones mentales que pudieran facilitar su toma de decisiones y su caminar confiando en obediencia a Dios.  Fue totalmente una cuestión de confianza en la palabra dada. Abraham por fe –confianza- vivió como un extranjero en la tierra concedida  Abraham creyó que poseería una tierra que nunca poseyó, ni él ni su hijo, ni sus nietos. Todo aquello sucedió varias generaciones después. Abraham creyó en la promesa de que poseería la tierra cuando ni siquiera tenía hijos que pudieran hacer cierta la promesa. Abraham confió en Dios cuando la razón, las circunstancias y sus posibles proyecciones mentales le indicaban que todo aquello carecía de sentido y no había forma humana de que pudiera realizarse. Abraham por fe –confianza- recibió fuerzas para ser padre Sara era estéril y, además, ni siquiera estaba ya en la edad de tener menstruaciones. Abraham era demasiado viejo para que su cuerpo pudiera procrear, sin embargo creyó en Dios a pesar de que la razón, toda lógica y toda esperanza apuntaban en el sentido y la dirección totalmente contraria. Abraham no vio la realidad “objetiva” que le proporcionaba su razón, las circunstancias y sus proyecciones mentales. Contrariamente creyó la realidad de Dios, basada, certificada y garantizada por sus promesas y palabra dada. El libro de Génesis nos dice que Abraham creyó la palabra dada por Dios y, por tanto, Dios lo consideró su amigo. No todo es negativo en los tiempos que nos han tocado vivir. Una de las cosas que la postmodernidad defiende es que la realidad objetiva, aquella que viene definida por nuestros sentidos, no es la única realidad existente. Hay otras realidades que se perciben de otras formas. No podemos ni debemos confiarnos con total certeza a nuestros sentidos o nuestra razón, pueden engañarnos. En esto, la postmodernidad se acerca más al concepto bíblico de realidad. Abraham nos enseña que hay otras realidades que no pueden ser percibidas por nuestra razón, que no dependen de las circunstancias ni tampoco pueden estar condicionadas en su existencia por nuestra capacidad de imaginarlas en el futuro.  Hay otra realidad, la realidad de Dios, y ésta se percibe únicamente por medio de la fe. Precisamente Hebreos 11:1 es traducido de la siguiente manera por la Versión Interconfesional: “Por la fe vivimos convencidos de que existen los bienes que esperamos y estamos ciertos de las realidades que no vemos”. La realidad de Dios se percibe por la fe y la seguridad no proviene de la experiencia sensorial, proviene del conocimiento de Dios y sus promesas. Abraham nos desafía a vivir un estilo de vida caracterizado por la comprensión y aceptación por medio de la fe de esta realidad.

Vidas bíblicas que retan el mundo posmoderno: Cam

Cam ilustra la pérdida del principio de honra hacia los padres. La historia de Cam aparece narrada en el capítulo 9 del libro de Génesis.  Todo empezó con una borrachera por parte de Noé. Noé perdió el control y yació totalmente desnudo en medio de su tienda. La borrachera en las Escrituras simboliza la pérdida del control del ser humano sobre su propia conducta. Junto con la borrachera Noé perdió su dignidad al yacer desnudo. La dignidad es definida como la excelencia, el realce, la gravedad y el decoro que rodea a las personas en su manera de comportarse. Parece evidente que la imagen de Noé borracho, desnudo y tirado en medio de su tienda nos hace pensar en la pérdida de su gravedad y decoro y en una manera incorrecta de comportarse. Sin duda el comportamiento de Noé fue incorrecto, indigno y censurable desde todo punto de vista. No representaba un buen ejemplo ni un buen precedente para sus hijos. La respuesta de Cam a la pérdida de dignidad de su padre fue totalmente incorrecta. El relato bíblico nos indica que Cam, no sólo despreció a su padre por su estado, sino que además, hizo partícipes a sus hermanos de su desprecio y de la indignidad de Noé. La conducta inadecuada de Noé no puede servir de tapadera ni justificación a la manera en que se comportó su hijo Cam. Éste despreció a su padre, su conducta era realmente censurable, pero en vez de cubrir el pecado de su padre y honrarlo lo hizo público ante sus hermanos para que éstos también participaran de su burla y desprecio ante la indignidad del progenitor. Es interesante la respuesta de Sem y Jafet. ¿Qué debieron pensar al enterarse del lamentable estado de su padre? ¿Qué juicios de valor debieron venir a sus mentes al pensar en lo que había hecho? No lo sabemos. Sin embargo, no sería nada extraño que censuraran su conducta y que estuvieran en desacuerdo y consideraran penoso el estado en que Noé se encontraba. Ahora bien, fueran cuales fueran sus pensamientos y juicios sobre la conducta de su padre, a pesar de ello lo honraron. La honra es definida por el diccionario como estima y respeto. La honra se otorga a la persona a pesar de que su conducta no sea merecedora de dicha estima y respeto. La honra no significó en el caso de Sem y Jafet el estar de acuerdo con la conducta de su padre. No significó pasar por alto la falta. Tampoco la convivencia con su proceder. La honra significó el continuar mostrando respeto y estima hacia la persona sabiendo disociarla de su conducta. La honra hacia los padres es un mandamiento bíblico dado en el Antiguo Testamento y confirmado en el Nuevo. La honra –estima y respeto- hacia los padres no está vinculada ni relacionada con la conducta de los mismos, sino a pesar de cómo ésta sea. La sociedad postmoderna se caracteriza por un cuestionamiento generalizado de todo tipo de autoridad.   Todas las instituciones son cuestionadas, toda autoridad es cuestionada y esto, se extiende también a los padres y su autoridad. Un reciente estudio realizado en España mostraba que el 40% de los padres tienen conflictos de autoridad con sus hijos adolescentes y no saben cómo solucionarlos. Hay una tendencia a infravalorar, despreciar y no honrar a los padres, sus opiniones, sus valores y su perspectiva de la vida. Es cierto que en ocasiones muchos padres, debido a su conducta, no parecen ser merecedores de ningún tipo de honra. Can, Sem y Jafet nos muestran dos posibles vías de actuación la honra o la deshonra y el desprecio. El mismo desafío sigue estando presente hoy en día con relación a nuestros padres.

Vidas bíblicas que retan el munposmoderno: Enoc

Enoc ilustra una fe no fragmentada sino bien integrada en el cotidiano vivir. El capítulo cinco de Génesis es uno de esos aburridos capítulos de la Biblia que uno tiene que enfrentar cuando está llevando a cabo un plan sistemático de las Escrituras  No es único, hay otros similares en el Antiguo Testamento. Genealogías, listas, etc. Uno tiene la tentación de saltárselos pensando que Dios no va a enfadarse y que poco provecho puede sacarse de semejantes textos. Pues bien, así es el capítulo 5 del primer libro de la Biblia. Un capítulo totalmente anodino. Nombre tras nombre se van desgranando y únicamente se hace mención del número de años que estas personas vivieron y de su ascendencia y descendencia. No se dice nada de interés acerca de su biografía, tampoco de su relación con Dios. Entonces aparecen los comentarios acerca de Enoc. Se nos indica que Enoc caminó con Dios. Además en tan sólo dos versículos se nos indica por dos veces la misma expresión. Tanta redundancia en tan poco texto nos indica con total y meridiana claridad de qué se trata, de que nos encontramos ante algo extremadamente importante y significativo en este personaje. En la Biblia caminar es utilizado, salvo que el contexto indique lo contrario, como una analogía de la vida cotidiana, del estilo de vida, del diario vivir.  Un caminar con Dios sería por tanto un estilo de vida caracterizado por la relación y la intimidad con Dios.  Ahora bien, merece la pena señalar que la intimidad y la relación de amistad con Dios estaban integradas en su forma cotidiana de vivir, de enfrentar y solucionar la vida. Su fe no era fragmentada, no estaba reservada a ciertas áreas de su vida, a ciertos lugares o a ciertos tiempos. No había una vertiente privada de la fe totalmente disociada y divorciada de la vertiente pública de la persona. No había una esquizofrenia en su personalidad espiritual. Enoc simplemente era, y eso se manifestaba en todo lo que hacia, en cualquier área de su vida.  Es interesante lo que Hebreos indica con relación a Enoc. En Hebreos 11: 5 y 6 se nos dice que la forma de vivir de Enoc agradó a Dios. Su fe integrada placía a Dios. Además, plació tanto al Señor que Él le evitó el tener que experimentar la muerte. Junto con Elías son los dos únicos seres humanos de los cuales tenemos noticia que han sido arrebatados por Dios y no han tenido que experimentar la muerte.  Hebreos también nos revela otros matices con relación a la forma de vivir de Enoc, era un hombre de fe, lo cual en la Biblia significa que era un hombre que confiaba en Dios ya que se nos indica que sin ese requisito es imposible agradar a Dios. La confianza en Dios nace del conocimiento íntimo de Él.  Así pues Enoc tenía la fe plenamente integrada en su vida cotidiana. Y su estilo de vida estaba caracterizado por una íntima comunión con Dios a quien conocía y en quien confiaba. Una de las presiones más fuertes de nuestra sociedad tiene como objetivo reducir todo tipo de expresión religiosa al ámbito estricto de la vida privada de la persona. Una persona puede creer lo que desee, por algo estamos en una sociedad democrática, liberal, pluralista y tolerante. Ahora bien, se espera que las creencias no interfieran en el ámbito de la vida pública.  Las creencias no pueden ni deben teñir nuestras actividades profesionales, políticas, culturas, laborales o económicas. Estas pertenecen al ámbito público, la fe pertenece al ámbito privado. Esta presión y exigencia social puede llevarnos a una auténtica esquizofrenia espiritual. Podemos disociar nuestra actuación como cristianos de nuestra actuación como profesores, médicos, políticos, financieros, artistas, agentes sociales, etc., etc. El siguiente paso consiste en simplemente fragmentar nuestra vida cotidiana y vivir con valores, prioridades, esquemas y pautas de actuación de lunes a viernes. Somos de una manera en el trabajo y de otra en la iglesia. Enoc, desde los miles de años que nos separan de su experiencia nos reta a vivir nuestra fe integrada, no disociada de nuestra cotidianeidad. A ser, a simplemente ser en todo momento, lugar y circunstancia. A evitar la esquizofrenia espiritual a la que la sociedad nos quiere llevar y nos presiona para vivir.