¡Señor me robaron el himnario! VI parte

VI. El principio de la ADORACIÓN MOTIVADORA: “Es necesario… A estos adoradores busca el Padre”

La expresión “es necesario”  es enfática, la usa  en 4:4. Esto implica una necesidad impuesta y urgente. Es una necesidad sometida al plan de Dios. Entonces tal adoración no sólo es necesaria sino obediente a los deseos del Padre.  La expresión “busca” es “zeteo” en griego y habla de buscar, deliberar, investigar e inquirir diligentemente. El verbo es un presente indicativo, lo que implica es una búsqueda contínua. Implica entonces que Dios está investigando y buscando diligentemente a los adoradores en espíritu y verdad. Ahora ¿Por qué quiere Dios que lo adoremos? ¿Es acaso un ególatra que necesita que estemos destacando sus atributos y diciendo permanentemente lo hermoso y digno que es? ¿Será un esposo inseguro, que necesita que su esposa le esté permanentemente diciendo: te amo, te amo? Hemos sido creados, elegidos y redimidos por el Dios trino con el propósito de que seamos para alabanza de su gloria (Efesios I. 3-I4). Pero en relación con nosotros, ¿cuál es la razón por la que Dios quiere que le adoremos? El objetivo de la adoración es que nos parezcamos cada día más a él. Cuando entendemos la adoración como comunión íntima con Dios, podemos comprender su finalidad: Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor. 2 Corintios 3.18  Nuestra vida es transformada, no por meros esfuerzos humanos sino por estar en comunión íntima con Dios. Entonces su santidad se impregna en mí, su poder se refleja en mí, su amor me inunda más y más. A medida que, por medio de la adoración, penetro en su gloria, voy siendo transformado de gloria en gloria, porque reflejo su imagen. La adoración es una relación amorosa entre la iglesia y su Esposo, por medio de la cual ella se parece cada vez más a él. Es como un matrimonio que lleva muchos años de casados: ella era rubia y de tez clara, él moreno. Eran bien distintos, pero uno los mira, ahora que ambos son viejitos y están llenos de canas, y se parecen. Tienen los mismos gestos, las mismas expresiones. Después de tantos años de convivencia se fueron mimetizando y ahora se parecen. Lo mismo sucede con nosotros. De tanto estar en comunión con Dios por medio de la adoración, nos parecemos más y más a él, nos vamos mimetizando. Cuando la adoración no redunda en una vida transformada, caemos en el narcisismo espiritual. Nos quedamos embelesados con los momentos de adoración en el culto, sentimos mucha paz, pero no permitimos que la imagen de Cristo nos transforme y se refleje en nosotros. Nuestro culto es sólo de  labios y en consecuencia no modifica nuestra vida, La verdadera adoración, en cambio, no nos dejará iguales.

 

 

 

  1. El principio de la ADORACIÓN LIBERTADORA: “Tales adoradores…los que le adoran”.

Estas dos frases implican por un lado que no todos estarán interesados en hacer una adoración como la que pide Jesús. Sin embargo habrá otro que si lo hará. A ellos les llama “los que”. Esto implica decisión y libertad de elección. Dios no obliga pero los que decidan ser libres entonces ellos serán encontrados por el Padre.  Sin embargo debo hacer una aclaración aquí. Creo que hay dos extremos que debemos evitar.  Algunos creen que no hay que preparar nada para el culto, que debe ser todo espontáneo, el argumento es que no se debe restringir la obra del Espíritu Santo con un orden de culto preestablecido; el Espíritu inspirará en ese momento al que conduce el culto, porque allí donde está el Espíritu de Dios hay libertad. Lo cierto es que esta posición limita al Espíritu y lo restringe a obrar únicamente en el momento del culto. ¿Por qué no podría el Espíritu Santo obrar e inspirar en la preparación previa? Por el principio de la encarnación, el obrar del Espíritu siempre se realiza a través del ser humano, en este caso  el director de alabanza. En la medida en que el director esté mejor preparado, el Espíritu encontrará en él más posibilidades para actuar libremente.  El otro extremo es el que prefiere un orden estricto preestablecido, del cual no hay que moverse bajo ninguna circunstancia, Todo está absolutamente programado, dicen, porque Dios es un Dios de orden. Esta posición desconoce por lo menos dos cosas. La primera es que el obrar de Dios no puede programarse. El ser humano no alcanza a conocer plenamente todo lo que el Espíritu quiere hacer en un culto determinado. Además, el culto no es un monólogo, sino un diálogo amoroso entre la iglesia y Dios. Puedo programar lo que vaya hacer yo en el culto, pero no lo que Dios hará. Y su manera de actuar necesariamente modificará mi respuesta. La segunda es que el culto no se hace en la plataforma. El culto no es la actuación de los especialistas, sino la expresión del pueblo de Dios. El que dirige debe estar abierto para percibir lo que el pueblo está sintiendo, deseando, necesitando, brindando, recibiendo. Necesitamos un equilibrio. El director de alabanza debe prepararse lo mejor posible, recibir dirección de Dios acerca del culto que él desea, y transmitir esa visión a los músicos y a todos los que participen en la conducción. Sin embargo, después de prepararse, el director debe estar abierto y sensible a recibir en el momento del culto las modificaciones que el Espíritu le muestre. Hay ocasiones, que en general son excepciones, en las que el Espíritu indica una dirección absolutamente distinta a lo que se había preparado. La persona que conduce debe estar dispuesta a dejar de lado lo planeado y seguir las directivas del Espíritu. La mayoría de las veces el Espíritu conduce en la línea de lo que reveló previamente al conductor, con algunas modificaciones y agregados que le dan frescura y sobre todo pertinencia al culto, ya que responderá a lo que Dios desea y a lo que la gente está necesitando. Este equilibrio permite desarrollar una adoración ordenada y libre. Debemos recordar que el culto no es un espectáculo que se realiza desde la plataforma; es la ofrenda amorosa que toda la congregación eleva a Dios. Por lo tanto, se canaliza a través de formas participativas y accesibles a todos. No debe ser la ejecución de expertos sino la expresión anónima de toda la comunidad. El servicio de adoración es un encuentro comunitario. No es un acto de adoradores individuales. Cada uno puede alabar y adorar a Dios en su hogar, en la intimidad, y de hecho lo hacemos en el tiempo de devoción privada que tenemos con Dios. En cambio cuando nos congregamos, lo hacemos para rendir un culto comunitario. Muchas veces perdemos ese matiz colectivo. Esto es particular y paradójicamente cierto con el culto de Cena del Señor, un encuentro donde se ha dado excesivo énfasis al individualismo. Promovemos el diálogo individual entre Dios y el creyente, una gratitud íntima, una consagración privada, una adoración particular. Sin embargo, esta es la mesa de la comunión. Por eso el Espíritu se está encargando de restaurar este carácter comunitario, permitiendo una participación amplia de su pueblo por medio de los distintos elementos del culto y del uso de los diferentes dones que Dios ha dado a su cuerpo.

 

Conclusión

Ya mencionamos algunas de las razones por las cuales el himnario se dejó de utilizar en muchas iglesias. Otro motivo es que, al ser una colección cerrada de cánticos, el himnario impide la incorporación de canciones nuevas que el Espíritu va inspirando a su iglesia. Por supuesto, el hecho de no usar el himnario no significa que debamos dejar de lado himnos y canciones que formaron parte de la tradición de la iglesia a lo largo de los siglos. Cuando esos cánticos responden al objetivo de expresar alabanza y adoración a Dios, son de tremenda bendición en el culto. Hay una gran cantidad de canciones nuevas que, por lo general, han sido de gran inspiración; sin embargo, algunas iglesias cayeron en el error de desterrar en forma definitiva los himnos o las canciones más antiguas. En lugar de aprovechar toda la riqueza de la iglesia, se quedaron sólo con una parte. Es tan empobrecedora la decisión de cantar siempre los mismos himnos durante décadas como la de cantar sólo lo nuevo. En Mateo 13.52 Jesús enseñó algo que es muy importante en este asunto. Podríamos parafrasear sus palabras diciendo que todo líder de adoración sabio saca del tesoro de la iglesia cosas nuevas y cosas viejas. El equilibrio nos permitirá disfrutar de lo nuevo que el Espíritu está inspirando hoy y de lo hermoso que el mismo Espíritu inspiró en siglos pasados. Entonces no habrá necesidad de que nadie se queje: ‘¡Señor, me robaron el himnario!’ 

 

¡Señor me robaron el himnario! V parte

V. El principio de una ADORACION INTEGRADORA: “verdaderos adoradores”

Este pasaje habla de un verdadero adorador, lo que incluye por antítesis que habrá falsos adoradores. Estos adoradores están enfocados en una totalidad de su entrega a Dios. Es necesario entender que para ser un “verdadero adorador” no sólo se debe seguir la verdad escritural, sino que implica hacerlo con todo la integralidad del ser humano. En la entrega del artículo “¿Culto alegre o triste?” Plantee el siguiente cuadro con respecto a cómo impactaba la música en las tres dimensiones del hombre.  Note que el ser humano y la música concuerdan en los elementos. Pero ahora quiero incluir una nueva categoría que abona a esta adoración completa.

 

El ser total

 

Cuerpo

Elemento musical

 

Ritmo

Reacción

 

Física

Alma Armonía Mental y emocional
Espíritu Melodía Espiritual

 

 

 

 

Quiero que vea como quedaría este nuevo elemento:

El ser total

 

 

Cuerpo

Elemento musical

 

 

Ritmo

Reacción

 

 

Física

Expresión Bíblica  

Colosenses 3:16       

 

Salmos

Alma Armonía Mental y emocional Himnos
Espíritu Melodía Espiritual Cánticos Espirituales

 

Pueden usted notar como la Biblia es sabia y exacta al darnos una expresión de adoración tripartita también. Lo que implica esto es que la adoración y la liturgia de nuestras comunidades si quiere seguir una adoración de “verdaderos adoradores” deberían de incluir estas tres clases de cantos. Un poco más adelante quiero comentar cada uno de ellos, pero antes necesito comentar algo importante. Déjeme decirle que sin duda la Biblia concibe al ser humano como una unidad. Sin embargo, a fines del primer siglo y principios del segundo surgió una herejía, conocida con el nombre de gnosticismo. El Nuevo Testamento condena esta herejía, especialmente cuando Pablo escribe a los colosenses y en la primera carta del apóstol Juan. Los gnósticos creían que en el ser humano había una división entre el cuerpo y el espíritu, o entre lo material y lo espiritual; consideraban que el cuerpo y la materia eran malos, mientras que todo lo espiritual era bueno. Este concepto dualista produjo varias consecuencias. Dentro del gnosticismo surgieron, básicamente, dos grupos: por un lado estaban los que castigaban al cuerpo con el propósito de redimirlo. En el otro extremo estaban los que rechazaban todas las normas; declaraban que si el cuerpo es malo y el espíritu es bueno, podemos hacer con el cuerpo lo que queramos, porque de todos modos nunca será bueno. Hubo otras consecuencias heréticas de esta doctrina gnóstica. Una muy grave fue el docetismo. Los docetas creían que, como el cuerpo era malo, Cristo no pudo haber venido en cuerpo; para ellos Jesús era solamente espíritu, una representación fantasmal. En la iglesia del primer siglo ya estaban infiltradas estas doctrinas gnósticas, con todas sus consecuencias. Así lo evidencian, por ejemplo, las palabras del apóstol Juan: En esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios. 1 Juan 4.2-3 En su segunda epístola, el apóstol advierte que ‘Muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne’ (2 Juan 7). Esta visión dualista influyó en todo el mundo griego, penetró en la iglesia, y sigue hasta nuestros días. Resulta evidente en muchas de nuestras congregaciones, de manera especial en el ámbito de la adoración. Hemos desarrollado una adoración docética, fantasmal, en la cual el cuerpo no tiene lugar. Tampoco las emociones tienen en el culto el lugar que deberían tener. Pareciera que en algunas de nuestras iglesias hubiera un perchero gigante en la entrada de los templos, para que las personas que ingresan cuelguen el cuerpo y las emociones. Adoramos sólo con la mente y citamos las palabras de Pablo, cuando dice que nuestro culto debe ser racional. No es eso lo que dijo el apóstol; justamente, el culto racional significa la presentación a Dios de nuestro cuerpo, todo nuestro ser, como aclaran las nuevas traducciones: Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. Romanos 12.1 Jesús enseñó que el primero y más grande mandamiento es: ‘y amarás al Señor con todo   tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’ (Marcos 12.30). Dijimos que el culto de adoración es la expresión del amor de la iglesia por su Señor; si Dios espera que su pueblo lo ame con todo el ser, también la adoración debe expresarse con todo el ser. Las iglesias que prohíben todo tipo de manifestación emocional o física a veces argumentan que temen a los desbordes emocionales. Es cierto que los desbordes emocionales son peligrosos, pero no menos dañino es caer en desbordes racionalistas. Cualquier extremo es malo, pero la forma de evitar los excesos no es prohibir las expresiones físicas y emocionales, y tampoco hacer a un lado la racionalidad. La clave para evitar los excesos de cualquier tipo está en la conducción del culto. El que dirige debe hacerlo de forma que todos puedan, de manera equilibrada y sana, expresar a Dios, por medio del culto, el amor que tienen por el Señor, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. De esta manera Dios recibirá una adoración plena y sin amputaciones.  Ahora, ¿y que de  los dicho por Pablo en Colosenses? ¿Qué significa esto? Note que el texto de Colosenses 3:16 parte del hecho de que la Palabra de Dios debe estar saturada en lo que hacemos y en la sabiduría que tenemos. Por otro lado también no sólo dice el contenido sino el arte que debe llevar esos cantos. Note que dice “cantando con gracia” aunque exegéticamente en el original quizás tiene más una traducción de “con espíritu de agradecimiento, la implicación debe ser doble. Cuando una persona está agradecida con alguien las palabras que dice le salen del corazón y busca palabras bellas para agradecer el favor que se ha hecho.  Esto habla de hacerlo bien y bonito y agradable. No solo debe ser bíblico, sino de calidad y hermosura, pero por otro lado también desde el corazón. Es decir de la parte más importante y emocional del ser humano. Y luego se explica que es al Señor al que cantamos de esta manera. Pablo reconoce la naturaleza edificante del canto que glorifica a Dios. Ahora en cuanto al significado de los términos salmos, himnos y canciones espirituales (véase también Ef. 5:19), una breve investigación muestra rápidamente que no es fácil hacer una distinción clara entre estos tres. Es posible que aquí los significados coincidan en parte. Es  natural que al pensar en los salmos nos venga a la mente el salterio del Antiguo Testamento, y que vayamos a Lucas 20:42; 24:44; Hechos 1:20; 13:33, para apoyar este punto de vista. Hasta aquí no hay problema. Pero los expositores de ningún modo están de acuerdo en que este sea también el significado de la palabra salmos en 1 Corintios 14:26 (“cuando os reunís, cada uno tiene salmo”). Así que es probable que fueran cantos no solamente antiguo testamentario, sino cantos llenos de principios bíblicos que se cantaban de una manera muy dinámica. Note que por todo el AT se ve en los salmos una expresión jubilosa, física y muy festiva, incluso danzante. Ahora bien en cuanto a himnos, la palabra sólo aparece aquí (Col. 3:16) y en Ef. 5:19 en todo el Nuevo. Aunque en Mateo 26:30 se menciona que cantaron un “himno” el concepto va precedido por el artículo “el himno”, lo que implica que era un canto conocido y quizás usado en la celebración de la pascua. Es muy importante señalar que la raíz original del “jumneo” es la palabra “judeo” que significa celebrar. A veces se traduce alabanza, de allí viene el término hebreo “Judá”. Esto entonces nos lleva a la conclusión que los himnos, eran solemnes pero alegres y emotivos.  San Agustín ha declarado en más de una oportunidad que un himno debe poseer tres elementos principales: debe ser cantado; debe ser una alabanza; debe ser dirigido a Dios. Según esta definición, un salmo del Antiguo Testamento bien podría clasificarse como un himno. De este modo, cuando Jesús y sus discípulos estaban por dejar el aposento alto para ir al monte de los olivos, “cantaron himnos” (Mateo 26:30; Marcos 14:26). Y mucho sostienen que lo que cantaron fueron los salmos 115–118. Según Hechos 16:25, Pablo y Silas cantaron himnos en la prisión de Filipos. ¿No es probable que algunos, si bien no todos, de estos himnos fuesen salmos? Cf. también Hechos 2:12. Pero si Agustín está en lo correcto, entonces hay himnos que no pertenecen al salterio del Antiguo Testamento, himnos tales como el Magnificat de Lucas 1:46–55, el Benedictus de Lucas 1:68–79. Pareciera también que en las cartas de Pablo se incluyen algunos fragmentos de otros himnos del Nuevo Testamento (Ef. 5:14; Col. 1:15–20; 1 Timoteo 3:16, y otros quizá.

Ahora bien la palabra canción u oda (en el sentido de un poema escrito para ser cantado), no sólo aparece en Ef. 5:19 y Col. 3:16, sino también en Ap. 5:9; 14:3, donde se habla del “cántico nuevo”, y en Ap. 15:3, donde se hace referencia a “la canción de Moisés, el siervo de Dios, y la canción del Cordero”. Estos no son salmos del Antiguo Testamento. Además, una canción u oda no es por necesidad una canción sagrada. En la presente instancia, por cierto, lo sagrado se indica por la adición del adjetivo espirituales. Resumiendo, entonces, parecería que cuando Pablo usa aquí en Col. 3:16 estos tres términos, en alguna medida diferenciando entre ellos, el término salmos se refiere, por lo menos principalmente, al salterio del Antiguo Testamento; himnos principalmente a las canciones del Nuevo Testamento que alaban a Dios o a Cristo; y canciones espirituales principalmente a cualquier otro tipo de canción sagrada que trata temas que no están relacionados con la alabanza directa a Dios o Cristo. El punto que no se debe pasar por alto es éste: que estas canciones deben ser cantadas en un espíritu de agradecimiento. Las canciones  deben brotar en una forma sincera, levantándose desde el interior de los corazones humildes y agradecidos de los creyentes. Se ha dicho que después de la Escritura misma un buen himnario que contiene salmos es la fuente más rica de edificación. Sus canciones no son solamente una fuente de alimentación diaria para la iglesia, mas también sirven como un medio efectivo para expresar el gozo espiritual, la confesión de pecados, la gratitud y el éxtasis. Sea que fueren cantados en el servicio regular del Día del Señor, en el culto de entre semana, en reuniones sociales, en conexión con el culto familiar, en una ocasión festiva, o a solas, siempre son un tónico para el alma y promueven la gloria de Dios. Y logran esto debido a que centran el interés en la palabra de Cristo que mora adentro, y apartan la atención de la cacofonía mundana, por la cual la gente de normas morales bajas se estimulan emocionalmente. El pasaje que estamos tratando, a menudo ha sido usado para apoyar esta o aquella teoría sobre lo que se debe o no se debe cantar en los cultos oficiales. Quizá sea correcto afirmar que el asunto está justificado si uno queda satisfecho con unos pocos principios generales; por ejemplo: (1) No debemos olvidar los salmos en nuestros cultos. (2) En cuanto a los himnos, en el sentido estricto de canciones de alabanza, “probablemente es correcto que la gran mayoría deberían ser ‘himnos’ en el sentido estricto de la palabra. Deben dirigirse a Dios. Hay demasiados que son subjetivos, por no decir sentimentales, y sólo expresan las experiencias y aspiraciones personales que muchas veces faltan de realidad. Por lo demás, sería bueno recordar que Pablo no tiene como propósito sentar reglas detalladas en cuanto a la liturgia eclesiástica. Su interés es mostrar a los colosenses y a todos aquellos que leerían su carta cómo podrán crecer en la gracia y manifestar debidamente el poder de la palabra que mora en ellos. Por tanto, su exhortación bien puede aplicarse a cualquier tipo de reunión cristiana, sea en Domingo o durante la semana, sea en el templo o en la casa o en cualquier lugar. Así que tenemos libertad para cantar las tres cosas en nuestras congregaciones.

 

¡Señor me robaron el himnario! IV parte

IV. El principio de una ADORACIÓN FESTIVA: “en espíritu y en verdad”

Note que la expresión “espíritu” está en minúsculas esto significa que hay una dimensión espiritual, interna y alegre. Cuando nosotros decimos grite con todo su espíritu implica con toda su fuerza. Muchas personas entienden que “en el espíritu” se refiere a cierta actitud quieta, reposada, sin movimiento o expresión física. Y por sobre todo “reverente” (entiéndase serio, muy serio). Pero dice que Dios busca este tipo de adoradores. De hecho la palabra adorar aquí tiene una connotación muy física, aparte de postrarse es manifestar por lo físico una actitud de alegría y asombro.  Así que debemos recuperar esa  adoración festiva. Pienso que  El Espíritu Santo está impulsando a la iglesia a vivir la experiencia del culto como una verdadera fiesta espiritual. Nos invita a recuperar el concepto de fiesta como algo positivo. Esto es muy importante desde una perspectiva teológica y también desde una perspectiva cultural. Primero, Teológicamente hablando, el fundamento del culto cristiano es la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, a diferencia de la tradición judía, los cristianos centraron la celebración del culto en el domingo, el día del Señor, es decir, el día en que Jesucristo resucitó. A diferencia de la misa que celebra la iglesia católica romana, cuyo eje es la muerte de nuestro Señor, el culto evangélico tiene como base teológica a la resurrección. Por mucho tiempo nuestros cultos se parecieron más a un velatorio que a una fiesta. Por sus formas, la reunión  parecía girar alrededor de un muerto y no de alguien que está vivo. Decimos que celebramos con alegría que el Señor ha resucitado, vive y reina. Si realmente lo creemos, nuestros cultos deberían ser verdaderas fiestas de celebración. La segunda razón por la cual debemos recuperar el concepto de fiesta es de tipo cultural. Muchas de las iglesias del continente son el resultado de la tarea de misioneros que vinieron del mundo anglosajón. Ellos implantaron en las nuevas congregaciones lo que conocían, lo que ellos vivían y experimentaban. Lo hicieron con mucho amor, sacrificio y entrega, y debemos estar agradecidos por su tarea. Pero en esos tiempos fundacionales no había la conciencia ni el conocimiento que hoy tenemos acerca de la diversidad de las culturas. Muchos de los misioneros no tuvieron en cuenta la necesidad de proclamar el evangelio en el contexto de la nueva realidad. Lo vemos en las formas de evangelización, de discipulado, de organización de la iglesia, y en especial de la adoración. La cultura anglosajona privilegia la razón, la reflexión, el libro. Nuestra cultura latina no privilegia el estudio sino la fiesta. Dos latinos se encuentran por la calle y enseguida se invitan a sus casas a comer, a celebrar el reencuentro. Cuando un equipo de fútbol gana un campeonato, el festejo se hace en el  centro de la ciudad, con bombos y cornetas. Cualquier motivo es bueno para hacer una fiesta, y debemos tener esto en cuenta en toda la tarea de la iglesia, especialmente en el culto de adoración. Es obvio que debido a esta cosmovisión fiestera latinoamericana, muchos consideran la fiesta como cosas mundanas y no de Dios. Sin embargo el concepto de fiesta tiene sus orígenes en el contexto eclesiástico y litúrgico. La palabra viene del latín “festa” y esta procede del vocablo “festus” (festivo), que también implica manifestar, festejar, festín. La raíz también corresponde al latín “fanum” que se traduce templo. (http://etimologias.dechile.net/?fiesta). Según este origen la fiesta se originó en el templo. Así que es importante reconquistar ese espíritu festivo. Muchas personas piensan que si dejamos que las personas festejen en la iglesia, eso haría perder la reverencia. Pero por esa razón hay personas que deben dirigir toda la expresión de adoración para evitar los excesos. Pero no podemos seguir con un espíritu de velorio en nuestros cultos.

 

¡Señor me robaron el himnario! III parte

III. El principio de una adoración CONTEXTUAL: “Ni en este monte ni en Jerusalén”

Ya mencioné anteriormente que la expresión en griego se puede traducir: “ni en este monte exclusivamente ni en Jerusalén exclusivamente”. Es decir no estaría limitado a uno o dos contextos. Sino que sería de acuerdo a la persona y su cultura circundante que podría generar una adoración en “espíritu y en verdad”. Debemos entender que la adoración debe ser acorde al contexto. Ustedes y yo sabemos que por mucho tiempo, nuestros cultos fueron expresión de un trasplante cultural; por eso las formas de adoración no siempre expresan adecuadamente nuestra realidad ni nuestra cultura. Cuando a veces me tocó servir en iglesias indígenas del altiplano de Guatemala tuve  que considerar muy seriamente esta situación. En una congregación de un pastor amigo se estaban  recibiendo muchas personas sin tradición evangélica, y en consecuencia los cultos no reflejaban su realidad ni su cultura. Muchas eran analfabetas, o con escaso nivel de educación formal. La mayoría carecía de conocimientos musicales. La música que ellos escuchaban de lunes a sábado era música popular (cuarteto, baladas, rack, etc.)… y nosotros pretendíamos que el domingo cantaran ‘Oh, rostro ensangrentado’ de Johann Sebastian Bach. Era imposible que la gente sintiera esa música como un vehículo apropiado para expresar adoración. Ponían más esfuerzo en tratar de seguir la música que en adorar a Dios. Este tipo de música puede tener su lugar en el culto, pero interpretada por personas con la capacidad para hacerlo bien. No puede ser un vehículo de canto comunitario   latinoamericano. Las letras de himnos y canciones deben expresar nuestra forma de hablar. ‘Oh, aldehuela de Belén’, no es nuestra manera cotidiana de expresarnos. ‘Tan sólo una chispa puede encender el fuego y los de alrededor caliéntense muy luego’ tampoco lo es. Si estas frases se usaran en las predicaciones, seguramente sonarían ‘raras’. De la misma manera, son un impedimento para la adoración; distraen la atención del objetivo del culto, que es expresar amor y consagración a Dios. Las letras también deben reflejar nuestras realidades cotidianas. Muchos de nuestros himnos y canciones hablan de lugares y situaciones que nos resultan extraños. La adoración que tiene en cuenta el contexto implica también el uso de formas adecuadas. En muchas iglesias (bueno quizás ya no en tantas)  usan el himnario con música. Lo primero que tiene que  hacer el recién llegado es aprender a cantar con las palabras separadas en sílabas. Luego, cuando lograba terminar de leer la primera línea del primer pentagrama seguía con la segunda línea, mientras la congregación cantaba la primera línea del segundo pentagrama; entonces el pobre se daba cuenta que se había equivocado porque toda la iglesia se daba vuelta a mirarlo. Si en medio del esfuerzo por intentar leer el himno esa persona consigue adorar, es un verdadero milagro. Otro factor a tomar en cuenta es que en América Latina el himnario resulta caro para la gente más humilde. Muchos estudiantes universitarios en nuestro continente se gradúan prácticamente sin comprar libros, debido a su costo. Necesitamos tener esto en cuenta en las iglesias, no solamente en cuanto al himnario, sino a todos los elementos de la adoración. Claro que se puede hacer uso de la tecnología como un  retroproyector (aunque este ya va quedando obsoleto) o una cañonera (más moderno). Estos aparatos permiten que la gente cante leyendo la letra de las canciones proyectada sobre una pantalla, y de esta manera tiene las manos libres para adorar con todo el cuerpo. Sin embargo, el costo de estos aparatos es alto para muchas congregaciones pequeñas, y no se debe olvidar el costo de reposición de las lámparas. A parte que sólo funciona en lugares donde hay corriente eléctrica.  Además, en zonas donde el analfabetismo es muy pronunciado, es preferible el uso de canciones sencillas, cortas y fáciles de memorizar. Algo similar se podría decir de los equipos de sonido. Tenemos que desterrar la idea popular, pero errónea, de que si uno no tiene estos elementos no puede desarrollar un buen culto de adoración. Podríamos seguir mencionando otros ejemplos prácticos. Lo importante es que reconozcamos que el contexto social es un condicionante vital para la adoración. Repitámoslo, si el culto aliena a la gente de su realidad, le quita la posibilidad de adorar de manera adecuada. La adoración es un acto de amor entre el creyente y Dios, en el plano personal; y entre la iglesia y Dios, en el plano comunitario. El culto es una expresión de amor de la iglesia, en respuesta al amor manifestado por Dios. Es una relación íntima de amor entre la esposa (la iglesia), y su esposo (el Señor). Igual que en el matrimonio, el lenguaje que la iglesia usa para expresarle amor a su Esposo debe ser el propio, el que surge naturalmente en su interior. Expresamos los sentimientos más personales e íntimos en nuestro idioma nativo, aun si estamos radicados en otro país. De la misma manera, cuando tenemos que expresarle amor a Dios debemos hacerlo con nuestro idioma natural, es decir con nuestra música, nuestras letras, teniendo en cuenta nuestras realidades.

 

¡Señor me robaron el himnario! II parte

II. El principio de la ADORACIÓN TEOCÉNTRICA: “Adorar al Padre”

Lo primero que podemos ver es la recuperación de una adoración teocéntrica. Note que Jesús enfatiza que la adoración es  al Padre (vrs. 21, 23, 24). Pienso que el primer gran énfasis que el Espíritu quiere instalar en nuestras iglesias es que nuestros cultos se dirijan principalmente a Dios, A esto llamamos adoración teocéntrica, es decir, una adoración en la que Dios es el centro, la fuente y el principal destinatario, Que el culto debe estar dirigido a Dios parece algo obvio, Sin embargo, como veremos, no lo es, la mayor parte de nuestros cultos está dirigida a los seres humanos. A veces, a los creyentes a quienes hay que edificar; y otras, a los incrédulos a quienes hay que convertir. Pero no a Dios. Algunos ejemplos servirán para ilustrar esto y para afirmar la necesidad de recuperar el carácter teocéntrico de la adoración. Los carteles en nuestros templos, las tarjetas y folletos de invitación generalmente anuncian: ‘Domingo 10 hs. Cultos de predicación’. La frase indica algo más que el horario. ‘Cultos de predicación’ revela el contenido central de nuestros cultos: la predicación, y por lo tanto el destinatario principal de los mismos, el ser humano. Por desgracia muchos de nuestros cultos han sido cultos no sólo de predicación, sino también cultos a la predicación. Seguramente alguna vez escuchaste decir al que presidía el culto: ‘Hermanos, vamos a cantar un himno mientras los hermanos van llegando.’ Es decir que si todos los hermanos hubieran llegado a horario al culto, no hubiera sido necesario cantar un himno. ‘Mientras van llegando….’ ¿Llegando para qué? Obviamente, para escuchar el mensaje. Seguramente también escuchaste: ‘Hermanos, vamos a cantar un himno para prepararnos a escuchar la Palabra de Dios o mientras recogemos la ofrenda’ Como resulta claro, no cantamos ese himno para alabar o adorar a Dios, sino para preparar un clima propicio entre nosotros, los hombres y las mujeres presentes, una actitud que nos permita recibir adecuadamente el mensaje. Porque el culto, es culto de predicación. y en algunas iglesias se ha convertido en un culto al predicador. Una de las razones por las que muchas iglesias dejaron de usar los himnarios fue que en ellos se colocaba al ser humano, y no a Dios, en el centro del culto. No importa de qué denominación o iglesia sea el himnario, hay una característica común, por lo menos entre los himnarios más populares, y es la abrumadora mayoría de himnos dirigidos al ser humano, creyente o inconverso, sobre aquellos destinados a Dios. He  visto uno de los himnarios más utilizados en nuestro continente y ¿saben qué? De los 530 himnos, sólo el 15% son de alabanza y de adoración. El 85 % restante contiene cánticos cuyo objetivo es evangelizar, educar, animar, exhortar, etc., pero no adorar a Dios. Más aún, de ese 15% cuyo enfoque es de alabanza y adoración, el 94 % está destinado a los creyentes, motivándolos a alabar y adorar al Señor. Sólo una pequeñísima parte, el 6% de los himnos, está dirigido directamente a Dios con el propósito de adorarle, en una relación ‘yo-tú’ o ‘nosotros-tú’ con Dios. El 94 % (sí, leíste bien) está dirigido al hombre. Te invito a hacer tu propia investigación, con el himnario de tu iglesia o denominación. Comprobarás que los resultados son similares. ¿Quiere decir que himnos como ‘Firmes y adelante’, ‘Tal como soy, un pecador’, ‘Lluvias de bendición grandes’ y tantos otros no sirven más? Por supuesto que no estoy diciendo eso. Lo que estoy argumentando es que hay un tiempo para cada cosa. En el culto de adoración, debemos dedicar tiempo a adorar a Dios. Habrá momentos para animar a la iglesia, otros para evangelizar, interceder, enseñar. Y el uso de la música, por medio de himnos tan preciosos, con contenidos tan sólidos, será seguramente un vehículo muy apto para alcanzar los fines deseados. Pero si queremos adorar a Dios, procuremos que él sea el centro y no nosotros. Cuántas veces decimos que venimos al templo a rendir culto a Dios pero luego, en lugar de alabar y adorar a su persona, lo que hacemos es cantar a los creyentes para adoctrinarlos, ofrendar a la iglesia para que cubra sus gastos, predicar a los  inconversos para evangelizarlos. y nos vamos apurados a almorzar, no sea que la comida se nos arruine. Mientras tanto, Dios sigue esperando que alguna vez le rindamos culto a él. Por supuesto, debe haber espacio y tiempo dentro del programa de la iglesia, y aún dentro de la reunión, para enseñar, para animar y para evangelizar. Pero si en el tiempo que dedicamos a adorar a Dios hacemos otras cosas, el objetivo no se alcanzará. Por eso el  Espíritu está motivando a la iglesia para que desaloje al ser humano del lugar central y restablezca a Dios en el trono del culto. Recuerde que Jesús le enfatizo a la mujer que era al Padre a quien se iba a  adorar

¡Señor me robaron el himnario! I parte

Este es el segundo estudio de la serie que estoy dando en mi iglesia con relación a la preparación de directores de adoración y alabanza. El primero de la serie  se llamó ¿Culto alegre o triste? En esta segunda oportunidad quiero escribir sobre la renovación actual en la iglesia contemporánea. Se trata de presentar algunas ideas acerca de cómo ha surgido un cambio anunciado por Jesús y a  cambio que muchas iglesias todavía se resisten. De hecho el grito de muchas iglesias hoy es “me robaron el himnario y no me di cuenta”. La plataforma de reflexión será  Juan 4:21-24 y  dice : Jesús le dijo: Mujer créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre, vosotros adoráis lo que no sabéis, nosotros adoramos lo que sabemos porque la salvación viene de los judíos”, mas la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también  el Padre tales adoradores buscan que le adoren”, Dios es Espíritu; y los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. Voy a usar unas cuantas frases del texto para explicar las ideas que tengo en mente sobre este tema.

 

  1. El principio  de la ADORACION CAMBIANTE: “La hora viene y ahora es”

 

En el texto se repite dos veces este concepto. La hora viene (vrs. 21); la hora viene y ahora es” (vrs. 23) ¿A qué se refiere con la hora viene? En la teología de Juan se refiere al momento de glorificación de Jesús a través de todo el proceso de muerte y resurrección. Ahora quiero que note que El Espíritu Santo está obrando en corazón de esta mujer samaritana. A ella, aunque no le agrada la idea de seguir hablando acerca de su vida de pecado, ya empieza a sentirse apesadumbrada por su estado. Pero, ¿a dónde irá, y qué hará? ¿Debe adorar en el Gerizim o en Jerusalén? “Nuestros padres”(p.ej. Abraham y Jacob, Génesis  12:7; 33:20) erigieron altares en Siquem y en el Gerizim o en sus alrededores. Y el Pentateuco samaritano sustituye Gerizim por Ebal en Dt. 27:4. Por otra parte, los judíos habían insistido mucho en que Jerusalén era el único lugar de adoración. Implícitamente, la mujer estaba preguntando: ¿Quién tiene razón? He aquí la propuesta de esta mujer y que ha sido por muchos años hoy, la misma propuestas ¿quién tiene la razón en cuanto a la adoración? ¿Los conservadores o los pentecostales? Probablemente una de las marcas más visibles y distintivas de la renovación que experimentan hoy nuestras iglesias sea la nueva adoración que se ha impuesto en la mayoría de las congregaciones. A la vez, es una de las cuestiones más conflictivas. Los cambios de los himnos tradicionales por nuevas canciones; el reemplazo del clásico órgano por sintetizadores, batería, guitarras eléctricas y otros instrumentos; la sustitución de una liturgia formal y racional por una más espontánea, donde lo emocional y lo físico tienen un lugar importante; la incorporación de formas de expresión más ‘pentecostales’ como levantar las manos, aplaudir, danzar, saltar; la extensión de la duración del culto, la manifestación de otros dones además de la predicación y la enseñanza … estas y otras modificaciones en los servicios han sido motivo de discusión en muchas congregaciones. En muchos casos, debido a la ausencia de una sólida enseñanza de parte de quienes adoptan la renovación, a la falta de comprensión de algunos hermanos que la resisten, y especialmente a la carnalidad de ambos grupos, este tema se ha tomado como excusa para la división. Por supuesto, mientras la gente discute y pelea, nadie adora, y Dios sigue esperando adoradores que le adoren en espíritu y en verdad. Lo que Jesús concluye en este pasaje es que no se trata de saber quien tiene la razón, porque las dos posiciones tienen grandes limitaciones de perspectiva. Jesús contesta que lo que importa no es dónde se debe adorar, sino la actitud del corazón y la mente, y la obediencia a la verdad de Dios en cuanto al objeto y el método de adoración. No es el dónde, sino el cómo y el qué lo que realmente importa. Jesús le dijo: Mujer, créeme. Esto lo dijo para acentuar el carácter sorprendente de la declaración que está a punto de hacer. Como lo mencioné brevemente anteriormente la expresión la hora viene se encuentra también en 4:34; 5:25, 28; 16:2, 25, 32. El Señor continúa y dice: … cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre; prediciendo así que los elegidos de Dios de toda tribu y nación le servirán (cf. Sofonías 2:11; Malaquías 1:11). Esta cláusula se puede parafrasear desde el griego así: “la hora viene cuando ni en este monte exclusivamente ni en Jerusalén exclusivamente adoraréis al Padre (a través de Jesucristo) de la Iglesia Universal”. Esta es la respuesta en cuanto al dónde (que en sí ya contiene indicios del cómo y el que. Esto nos conlleva a que no hay una forma única y exclusiva de adorar. Nadie posee la patente de la forma en cómo y en donde adoramos. A continuación Jesús presenta que los dos modelos que la mujer ha presentado indudablemente tienen carencias. No te como establece los dos modelos. Los llamaré por cuestiones didácticas el modelo “Gerizim” y el modelo “Jerusalén”

  1. A.     El modelo “Gerizim”

¿Cuál era el problema de este modelo? Según Jesús dice refiriéndose al qué, vosotros (los samaritanos) adoráis lo que no conocéis—esto es, un ser creado por vuestra imaginación, por haber rechazado los libros proféticos y poéticos del Antiguo Testamento. ¿Cómo se puede adorar sin conocer? Cuando sólo hay una expresión de tradición, emocional sin el análisis de la verdad en la forma que adoramos. Y el objeto al que adoramos. Es una adoración ignorante. Note que Jesús expresa que durante muchos años los samaritanos creían tener una adecuada adoración pero resulta que Jesús declara que es limitada. Note que Jesús no la define en términos de mala o equivocada sino en términos de adoración limitada. Entonces es obvio que debería haber un cambio en la adoración al estilo de “Gerizim”. Es decir Jesús dice que les conviene cambiar de este tipo de adoración a una adoración verdadera. Sin embargo he aquí un misterio, si la de los Samaritanos era limitada, y la de Jerusalén era por decirlo así la correcta, ¿Por qué razón Jesús dice que también ya no se ve a adorar al estilo “Jerusalén”? ¿Por qué cambiar este estilo de adoración?

 

  1. B.      El modelo “Jerusalén”

El modelo Jerusalén quizás es el más difícil de cambiar. Por varias razones que explicaré adelante, pero primero veamos lo que Jesús dice acerca de este modelo. Dice Jesús: Nosotros (los judíos) adoramos lo que conocemos—es decir, el Dios que nos ha sido revelado en todo el Antiguo Testamento, porque la salvación viene de (ἐκ) los judíos. Jesús habla de la salvación en concreto; o sea, de la liberación específica de la culpa, la corrupción y el castigo del pecado, y la suma total de todo don espiritual que Dios concede a su pueblo por los méritos de la obra redentora de su Hijo. Esta salvación procede de los judíos, como se ve claramente en Sal. 147:19, 20; Is. 2:3; Am. 3:2; Mi. 4:1, 2; Ro. 3:1, 2; 9:3–5; 9:18. 147:19, 20; Is. 2:3; Am. 3:2; Mi. 4:1, 2; Ro. 3:1, 2; 9:3–5; 9:18.  Sin embargo si el modelo “Gerizim” es emocional, el de Jerusalén será “racional”. Jesús dice que adoran lo que conocen. Es decir tenía un contenido de la verdad del AT toda la forma de adoración. La culminación de esa adoración se centraba en la expiación y el perdón de pecados por el Sumo Sacerdote. Toda la adoración se centra en la gratitud de los hechos salvíficos de Dios en medio de su pueblo. Ahora, este modelo fue y ha sido (hasta hoy por los movimientos mesiánicos) el más difícil de cambiar. Primero porque tiene sus raíces en Dios, es decir todo lo revelado en el AT procede de la boca de Dios. La forma, la liturgia, los sacerdotes, etc. fueron directrices de Dios. Segundo porque fue repetido por cientos  y cientos de años. Esto ya era parte de su tradición ancestral. Adorar así los identificaba como judíos, eso le daba una identidad nacional y por decirlo así denominacional. Tercero porque el sistema apoyaba este formato. El hombre que  propone un cambio no es de simpatía del sistema. Es decir Jesús no era considerado como parte del sistema judío por su crítica y cuestionamiento al sistema de Jerusalén. Cuarto, este sistema otorga poder y control. Por medio de el los sacerdotes tenían un gran poder, dominio, recursos y puestos en el sistema ya de ellos. ¿Se pueden ustedes imaginar que este sistema controlaba a toda la población que llegaba al templo a adorar? Ellos les decían que sacrificios hacer, donde comprarlo, como comprarlos, etc. Quinto este sistema giraba alrededor de un edificio que generaba pingues ganancias personales. No se podía separar la adoración del monstruoso edificio en Jerusalén. Por esa razón Jesús les dijo que destruiría ese edificio, para que pudieran salir de la cosmovisión templaria. Creo que estas son las mismas razones que tienen las iglesias históricas para no entender que “ya viene una hora, y ahora es” en que debemos cambiar en relación a la adoración. Así que son cinco razones por las que a los del modelo de “Jerusalén”, el modelo racional, les costará renovarse. Primero una razón tradicional, sus raíces procedían de Dios, segundo una razón habitual, lo habían ejecutado repetidamente por cientos de años, tercera una razón social les daba un identidad como judíos y los diferenciaba socialmente, cuarta una razón posicional por medio de ello podían tener gran control sobre la gente, y quinto una razón espacial, es decir el templo era una belleza y los hacía importante en medio de la ciudad.

Sin embargo lo triste de esta historia es la conclusión de Jesús. Note que en 4:23, 24 Jesús declara lo referente al cómo y al qué. Como introducción a este gran dicho, Jesús emplea una expresión que también se encuentra en 5:25: Mas la hora viene—sí, ¡ya ha llegado! En la mente del Señor, el estado ya perfeccionado del futuro se halla prefigurado en el presente. El presente es el futuro en embrión. Así, el reino de los cielos es tanto presente como futuro. Esto es también válido en relación con la vida eterna. Es cierto que la adoración al Padre en espíritu y en verdad no alcanzará la perfección hasta el gran día de la consumación de todas las cosas; pero ya ahora empieza a desvanecerse la religión de la antigua dispensación que daba tanta importancia a días, lugares y otras observancias externas. Pronto se rasgará el velo del templo de arriba abajo (Mateo 27:51), y, con él, cesará de existir el último residuo de la validez de la adoración ceremonial. … cuando los verdaderos adoradores (esto es, los que merecen ese nombre) adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El verbo adorarán (futuro de indicativo de προσκυνέω) en el cuarto Evangelio nunca significa simplemente respetarán; véase también 4:20, 21, 22, 24; 9:38; 12:20. La frase final: en espíritu y en verdad ha recibido varias interpretaciones. El contexto debe decidir. Jesús ha estado poniendo de relieve dos cosas: a. una adoración que merezca ese nombre no se ve coartada por consideraciones de tipo físico; p.ej., el que uno ore en este o en otro lugar (4:21); y b. que esa adoración opera en al ámbito de la verdad: el conocimiento claro y definido de Dios que se deriva de su revelación especial (4:22). En este contexto el adorará en espíritu y en verdad sólo puede significar, a nuestro entender, lo siguiente: a. tributar a Dios un homenaje en que participe todo el corazón, y b. hacer esto en completa armonía con la verdad de Dios según está revelada en su Palabra. Esta adoración, por lo tanto, no sólo será espiritual en lugar de material, interna en lugar de externa, sino que también estará dirigida al verdadero Dios que la Escritura presenta y que se ha revelado en la obra de la redención. Para algunos, la actitud humilde y espiritual no significa gran cosa. Para otros, la verdad o pureza doctrinal no tiene mucha importancia. Ambos son parciales, están desequilibrados, y, por lo tanto, equivocados. Los adoradores genuinos adoran en espíritu y en verdad. Porque tales adoradores busca el padre. Esto no significa que existen personas que se han hecho adoradores ellas mismas, y que, por así decirlo, el Padre las está buscando; más bien tiene el sentido de que el Padre continúa buscando intensamente a sus elegidos para hacerles tales adoradores. Su búsqueda entraña salvación (cf. Lucas 19:10). Siempre es Dios el que toma la iniciativa en la obra de salvación; nunca el hombre (véase 3:16; 6:37, 39, 44, 65; 15:16). Ahora bien note la necesidad de una adoración realmente espiritual tiene sus raíces en la esencia de Dios: Dios es Espíritu. En el original (πνεῦμα ὁ θεός) el sujeto, Dios, va al final y lleva artículo. El predicado, Espíritu, es la primera palabra de la oración y va sin artículo. El predicado se pone en primer lugar para hacer resaltar esta verdad: ¡Dios es completamente espiritual en su esencia! ¡No es un dios de piedra, ni un árbol, ni una montaña para que se le tenga que adorar en este o aquel monte; p.ej., el Gerizim! Es un Ser incorpóreo, personal e independiente. Por ello, los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad. Los verdaderos adoradores no sólo adorarán al Padre en Espíritu y en verdad; sino que deben hacerlo así. Jesús pone su deben en contraste con el de la mujer (cf. 4:24 con 4:20).  Y a  partir de esa declaración así debe ser nuestra adoración hoy. Eso no ha cambiado, pero los creyentes ha seguido como la mujer deteniéndose en el cómo y en el donde, y el Padre todavía sigue sin ser adorado. ¿Cuándo entenderemos esto? ¿Por qué no lo ponemos en práctica hoy en el 2011 en nuestras vidas? ¿Haremos caso de que la hora ya cambio y ahora es el cambio en la adoración? Espero que sí.

Ahora quiero que pasemos a un segundo principio que se puede desprender del pasaje, y nuevamente tomaré una frase de Juan 4.

¿Es el divorcio un pecado imperdonable? : La clausula de excepcion III parte

Algunos, erróneamente, han enseñado (y aún enseñan hoy) que cuando Jesús usó la palabra for­nicación estaba hablando del pecado sexual du­rante el período de compromiso; no durante el matrimonio. Pero, como ya hemos visto (y vere­mos de nuevo en algunas reflexiones más adelante), este punto de vista procede de una seria equivocación sobre el uso bíblico de pomeia. La idea de que el divorcio es permitido después del compromiso, pero no después del casamiento, no se puede de­fender. Éstas son algunas de las razones: Primero, Jesús y los fariseos no estaban discutiendo sobre el compromiso, sino sobre el matrimonio. Segundo, los pasajes sobre los cuales Jesús y los fa­riseos estaban hablando (Génesis 2; Deuteronomio 24:1-4) no se refieren al compro­miso, sino al matrimonio. Tercero, ya se ha mencionado (y seguiremos tratando de mostrarlo bíblicamente) que la palabra porneia era usada para hablar de pecado sexual que llevaba al adulterio como resultado. Cuarto,  también ya se ha hablado que el divorcio era permitido a las personas casadas (1.a Co­rintios 7:15). Quinto, en Deuteronomio 22:13-19; 22:28, 29, se mencionan dos casos en los que, como cas­tigo a las personas implicadas se les prohíbe divorciarse de sus esposas por causa al­guna. Pero todo el contenido del pasaje se pierde si nadie, después de todo, podía di­vorciarse de su esposa. No es un castigo para todos. La existencia de esta pena exi­ge la aceptación de que Dios reconocía la posibilidad de un divorcio legítimo des­pués del casamiento. Sin esta asunción, estos versículos de Deuteronomio 22 care­cen de sentido. Sexto, en Ezequiel 23:1-9 Dios refiere la historia de dos mujeres desposadas con Él (v. 4). Éstas cometieron fornicación antes y des­pués del matrimonio (ver vv. 3, 5, 7, 8, 11, 14, 17, 19, 29, 30, 37, 43, 45, 46). El adul­terio es el efecto de esta fornicación. En el versículo 5 leemos: «Y Oholá cometió pe­cado sexual (fornicación) aun cuando me pertenecía a mí.» La expresión «me perte­necía a mí» significa estaba bajo mi auto­ridad y jefatura como marido (ver el uso de esta expresión en Números 5:19, 20, 29). Y en el versículo 29 leemos: «Y te de­jarán desnuda y descubierta; y se descu­brirá la inmundicia de tus fornicaciones, y tu lujuria y tu prostitución» (otras versio­nes dicen: «de tus adulterios, de tu lujuria y tu fornicación»), (Nótese la evidente conexión de los términos en cuestión).( La lujuria y la fornicación describen la manera de come­ter adulterio). La tesis del compromiso no encaja en este uso de la terminología Aquí hay, de nuevo, un caso de adulterio por fornicación. Séptimo, Dios mismo se divorció de Israel por forni­cación adúltera. El pasaje en Jeremías 3:1-8 es poderoso; deja anulada la teoría del divorcio durante el compromiso. Esto es lo que leemos en el versículo 8: «Ella vio que por haber cometido adulterio la apóstata Israel, yo la había despedido y le había dado carta de repudio.» Evidentemente, Dios conocía lo que son el adulterio y la fornicación; Dios siempre usa los términos propiamente, y no intenta con­fundirnos. Si Dios dice que se había divorcia­do de Israel, en la figura de una mujer casada con Él, por adulterio pecaminoso, entonces su uso de los términos deja claro que las personas casadas pueden divorciarse legítimamente. Como se puede percibir , estas razones no son exhaustivas, pero son convincentes. La teoría del compromiso no tiene apoyo en las Escrituras y, realmente, el uso que se hace de la palabra en toda la Biblia la aniquila. La popularidad de los maestros que puedan adoptar la teoría no es base para que sea aceptada. De modo que debería ser aparente, ya que hay buenas razones para la interpretación del Protes­tantismo histórico de que un creyente puede di­vorciarse de su cónyuge en caso de fornicación. Nótese, sin embargo, que digo puede. La Biblia no requiere el divorcio en estos casos; el divorcio es permitido. Es claro que un marido o una esposa pueden perdonar al cónyuge que peca, si se arre­piente. En realidad, en la mayoría de este tipo de casos el consejero bíblico procurará llevar al cón­yuge culpable al arrepentimiento, y entonces pro­curará efectuar una reconciliación. Si el cónyuge culpable se arrepiente, su cónyuge debe perdonar­le (ver Lucas 17:3 y ss.).  El perdón incluye que la cosa no ha de volver a ser mencionada. No es posible que un creyente busque la obtención del divorcio después de ha­ber concedido el perdón. El perdón también lleva a una nueva relación con el perdonado. El divorcio de un cónyuge creyente que ha cometido fornicación debe ser restringido, pues, a aquellos que rehúsan arrepentirse de su pecado. Pero ¿qué diremos de la situación de uno que ha sido ofendido, quiere perdonar (lo ha hecho en su corazón en oración ante Dios), quiere seguir con el matrimonio, pero no puede conceder el perdón al ofensor porque éste persiste en el peca­do, o (por lo menos) no quiere arrepentirse y pro­curar el perdón (recordar que Lucas 17:3 y ss. ha­blan de conceder el perdón a aquellos que se arre­pienten!     En estos casos la dinámica de la reconcilia­ción/disciplina entra en juego.     Como un ejemplo concreto de la naturaleza crucial de la dinámica de la reconciliación/dis­ciplina, consideremos el problema creciente del divorcio entre cristianos. Este es un pro­blema que se presenta al pastor cada vez con más frecuencia. John Murray bosqueja varias situaciones en su excelente libro Divorcio y Nuevo Matrimonio  como paradigmas para tratar casos prácticos. Son útiles, pero su uso es limitado. Un pastor des­cubre pronto que hay muchas más situaciones que no encajan en el marco de estos paradig­mas. Sin embargo, la adición de un nuevo fac­tor —algo que Murray ha dicho tan bien sobre el matrimonio y el divorcio— va a traer a estos casos a problemas dentro de su marco, y posi­bilitará a los consejeros el llevar cada caso a una conclusión satisfactoria. Este factor es la dinámica de la reconciliación/disciplina. Queda el problema, sin embargo, de lo que hay que hacer cuando dos cristianos profesos fallan en mantenerse unidos y no tiene lugar la reconciliación. Supongamos que un marido que es un cristiano profeso rehúsa reconciliar­se con su esposa. Si la esposa insiste en la re­conciliación (según Mateo 18), pero falla en sus esfuerzos en una contradicción privada, tiene que traer a otros dos de la Iglesia y entre­vistarse junto con ellos con su marido. Supon­gamos que lo hace y que él todavía se niega a escucharla. En este caso ella debe someter el problema oficialmente a la Iglesia, la cual, en último término, puede verse forzada, por la negativa inflexible del marido, a excomunicar­le por contumacia. La excomunicación, dice Cristo, cambia el estado del marido al de un pagano y un publicano, es decir, alguien fuera de la Iglesia (Mateo 18:17). Ahora debe ser tra­tado como «un pagano y un publicano». Esto significa, por ejemplo, que después de intentos razonables de reconciliarle con la Iglesia y con su esposa puede ser llevado a los tribunales (1.a Corintios 6:1-8 prohíbe a los hermanos liti­gar entre sí) para pedir el divorcio (sólo, naturalmente, si el excomunicado abandona a su cónyuge). Si se sigue la dinámica de la recon­ciliación, hay que esperar que haya reconci­liación en muchos casos siempre que se si­guen los principios de la reconciliación con fi­delidad, raramente llega la disciplina a su más alto nivel de la excomunicación. La mayoría de matrimonios no sólo puede ser salvada, sino que con la ayuda apropiada pueden cam­biar radicalmente para bien, tal como la solda­dura es, a veces, más fuerte que el metal antes de ser soldado. Pero en los pocos casos en que se rehúsa la reconciliación, el creyente que la busca no se queda en el limbo. Tiene un curso de acción a seguir, y si llega a la excomunica­ción y la deserción, ya no está obligado a se­guir casado indefinidamente. Esto es verdad sólo si el cónyuge del creyente ha fallado en demostrar evidencia de arrepentimiento y fe durante el proceso de disciplina si este cónyu­ge ha sido excomunicado y si desea disolver el matrimonio. El rechazo continuado de la ayu­da y autoridad de Cristo y su Iglesia finalmen­te lleva a la excomunicación. Un cónyuge excomunicado que sigue sin arrepentirse debe ser considerado y tratado como pagano y publicano. No muestra señales de una obra de gracia. Cuando ha sido expul­sado de la Iglesia y sigue sin evidencia de sig­nos de salvación, el cónyuge creyente tiene que tratarle como un no creyente. Esto significa que si deja al creyente bajo estas circunstan­cias, este último ya no está bajo «servidum­bre». La palabra en 1.a Corintios 7:21 y sig. Que rige la relación de un creyente con un cón­yuge no creyente entra, pues, en efecto. Con el uso apropiado de la dinámica de la reconcilia­ción/disciplina en el problema del matrimo­nio-divorcio-nuevo casamiento, empieza a ver­se la solución del noventa y nueve por ciento de los casos que hasta entonces habían pareci­do insolubles de modo inmediato. La mayor parte de los cónyuges es de esperar que acepte la reconciliación, pero los que no quieran arre­pentirse y reconciliarse deben ser disciplina­dos. En uno y otro caso las cosas no quedan colgando, no quedan cabos sueltos.

 

 

¿Es el divorcio un pecadoimperdonable? : La clausula de excepción II parte

Ma­teo es cuidadoso en incluir esta cláusula porque quiere restringir el divorcio entre los judíos conver­tidos. En contra de los temores, hoy, de algunos que creen que el permitir el divorcio por fornica­ción es debilitar seriamente la moral cristiana, Mateo vio el efecto de la inclusión de esta cláusu­la de excepción bajo una luz totalmente opuesta. Al indicar la única excepción de Cristo, sabía que para muchos esto tendría el efecto de apretar las clavijas de la moralidad en la Iglesia. Es instruc­tivo que la inclusión por Mateo del pasaje que si­gue (Mateo 19:10 y ss.) demuestre precisamente qué clase de reacción hubo por parte de los dis­cípulos (que eran, probablemente, representantes típicos de otros en su sociedad): Los discípulos le dijeron: «Si así es la condi­ción del hombre con su mujer, no conviene casar­se» (Note que Jesús está hablando de personas casadas y no comprometidas) (Mateo 19:10).       Es evidente que la respuesta de los discípulos indica que esta excepción única, en la sociedad de aquel tiempo, se consideraría como una severa restricción sobre las prácticas del divorcio. Ahora bien, vayamos a la cláusula en detalle. Veámosla en sus dos formas: Primera «…a no ser por causa de fornicación» (Mateo 5:32). Segunda «… salvo por causa de fornicación»     (Ma­teo 19:9).   La forma de la cláusula difiere en los dos luga­res en que aparece (en el original), pero el conte­nido básico y la intención son los mismos. Proba­blemente hay una respuesta más formal en Mateo 19:3 (donde Cristo usa logos = «base, causa» como contestación a la aitia = «causa o razón» de los fariseos. Por fortuna no hay ningún problema con respecto a la evidencia textual de estas cláu­sulas, y apenas se halla alguien que dispute su genuinidad. Pero ha surgido toda clase de problemas con referencia a las cláusulas; éstos (en gran parte) tienen que ver con asuntos de interpretación. Por ejemplo: a) algunos se han preguntado si la ex­cepción que permite el divorcio se extiende no sólo al divorcio, sino también al nuevo casamien­to, o sea, que lo permite, b) Luego, algunos han tomado la palabra porneia (fornicación, pecado sexual) y han afirmado que la cláusula se refiere a la disolución de un compromiso, pero no al ma­trimonio. Consideremos primero si la cláusula de excep­ción se refiere también tanto al nuevo casamiento como también al divorcio. La respuesta es que sí. No hay manera de separar las dos ideas de Mateo 19:9 y Mateo 5:32. En el primer pasaje Jesús dice que se comete adulterio si uno se casa, a menos que el divorcio de la previa mujer haya sido por causa de fornicación de ella. Éste es el punto bá­sico de toda la afirmación sobre el adulterio. Ade­más, en el último, a la mujer divorciada y a su se­gundo marido se les advierte que van a cometer adulterio, a menos que ella fuera divorciada por fornicación. Quieras que no —y algunos se resis­ten a admitirlo— esto es lo que dijo Cristo. No voy a discutir este asunto con más detalle, si alguno quiere tener mayor conocimiento de este análisis le sugiero leer el libro de John Murray: “Divorcio y nuevo matrimonio” que es un excelente trabajo en cuanto a esta exégesis. Sin embargo podemos citar dos afirmaciones sumarias de Murray: «En otras palabras, hay que observar que en esta frase, tal como está, el pensamiento no queda completo sin el verbo principal, moi-chatai («comete adulterio». Este cometer adulterio es el pensamiento dominante en este pasaje, y es por completo indefendible su supresión (p. 40).

Y: «El tema de que se trata, pues, es quitar de delante y volverse a casar, en coordinación, y esta coordinación no puede ser alterada en forma alguna» (p. 41). La argumentación que lleva a estas dos con­clusiones es sólida y convincente. Ahora bien a fin de responder a la segunda objeción —que el uso de la palabra fornicación indica que Jesús hablaba de la disolución de un compromiso, no de un matrimonio, hemos de considerar (entre otras cosas) el significado del término fornicación (por­neia) y de adulterio (moichao). Algunos consideran que son equivalentes, y creen que se puede usar uno u otro indiferentemente. Pero un estudio cuidadoso del uso de estas palabras, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo (incluido el uso de la Septuaginta), revela que hay una dis­tinción clara entre ellas. Fornicación se refiere al pecado sexual de cualquier clase; adulterio es la infidelidad hacia el marido o la esposa en el ma­trimonio.        El que haya esta confusión sobre la palabra for­nicación es comprensible. En muchos países legalmente, la palabra fornicación ha llegado a signi­ficar pecado sexual cometido por personas no ca­sadas, frente a adulterio, que significa pecado se­xual implicando a una persona casada. Sin em­bargo, esta distinción no debe considerarse válida en la Biblia, como equivocadamente algunos creen que es. No era una distinción bíblica. En realidad, los escritores de la Biblia usan la pala­bra fornicación (porneia) para describir el pecado sexual en general, y en la Biblia se usa en casos de incesto (1.a Corintios 5:1), homosexualidad (Judas 7) y aun adulterio (Jeremías 3:1, 2, 6, 8; aquí una adúltera casada es divorciada a causa de su forni­cación; ver los vv. 2, 6, de la Septuaginta) como fornicación. (Por ejemplo si vemos  Apocalipsis 2:20, 23. Por otro lado en 1.a Corintios 10:8 se dice que 23.000 personas cometieron fornicación. ¿Eran todos ellos no casados? ¿Sólo personas no casadas cometían peca­dos sexuales? Se puede ver también el uso de porneia en la Septuagin­ta en Ezequiel 16:23; Oseas 2:3, 5 y Amos 7:17. Éstos y otros pasajes (algunos de ellos serán mencionados más tarde) de­muestran el verdadero uso bíblico de porneia (hebreo zah-nah.) Más tarde, en los pasajes, Él realmente dice algo sobre el adulterio. Pero nótese bien que en ambos pasajes los dos términos son usados de modo consecuente y cuidadosamente distinguidos. Es interesante el hecho de que la palabra adul­terio hace siempre referencia a más del pecado se­xual. El pacto matrimonial está siempre a la vista. Además de la noción de infidelidad sexual, el adulterio se refiere a la violación del pacto de compañía, mediante la introducción de otro en el cuadro. Esta tercera persona aparece en escena a fin de proveer compañía (generalmente de natu­raleza sexual, si no siempre) en vez de la esposa o el marido «de la juventud» de uno. Aunque algunos equiparan adulterio y fornica­ción, es equivocado hacerlo. Con frecuencia uno oye citada mal la cláusula de excepción: «Excepto por adulterio.» Pero, como hemos visto, esto está mal. Aunque en el contexto de Mateo 5 y 19 el adulterio se halla en la mente del que lee la cláu­sula de excepción, ésta en sí no pone el énfasis (en este punto) sobre el efecto del pecado sexual (adulterio), sino sobre el pecado mismo: el acto por el cual uno infringe el pacto matrimonial. Tanto en Mateo 5 como en 19 el permiso de Jesús a un cónyuge para el divorcio se basa en el acto de infracción (el pecado sexual, porneia), no en su efecto (adulterio) ¿Por qué se centra Jesús en el acto? Porque quiere cubrir todas las posibilidades. Declara que la fornicación (el pecado sexual) es la base sobre la cual uno puede pedir carta de divorcio, porque la fornicación cubre el incesto, la bestialidad, la homosexualidad, el lesbianismo y el adulterio. El hablar sólo del adulterio podría tender a estre­char demasiado el foco. La mayoría de las traducciones modernas tra­ducen porneia por las palabras «pecado sexual», evitando de este modo la confusión. Todo pecado sexual condenado como fornicación queda in­cluido.

¿Es el divorcio un pecado imperdonable?: La clausula de excepción I parte

En esta entrega quiero que veamos lo que se refiere a la clausula de excepción en el texto bíblico. Hemos tratado de  establecer que aunque Dios no instituyó el divorcio (sin embargo) lo regula. Enfatizo el hecho de que en la Biblia  Dios aborrece el divorcio, no como proceso, sino debido a sus causas pecaminosas y sus mu­chas consecuencias devastadoras. Todos los divor­cios, en una forma u otra, son causados por el pe­cado; pero no todos los divorcios son pecamino­sos. En el artículo anterior, examina­mos un caso así: el divorcio de un matrimonio mixto (creyente y no creyente). La Biblia conside­ra legítimo este divorcio después que el creyente ha hecho todo lo posible por mantener el          matri­monio con su cónyuge no creyente. Pero si este có­nyuge rehúsa del todo seguir con el matrimonio, se le requiere que no presente más obstáculos al divorcio (1.a Corintios 7:15). Este divorcio es con­cedido de mala gana, después que han fallado todos los intentos de evitarlo. El efecto de este di­vorcio —notamos— era el de liberar al creyente de todas las obligaciones del matrimonio, así como toda obligación de volverse a casar con el antiguo esposo no creyente. Está libre de casarse con otra persona. Ahora veremos la cláusula de excepción en Mateo, capítulos 5 y 19, en la cual Jesús deja bien claro que el único justificante a base del cual un creyente puede divorciarse de su cónyuge es la fornicación (o pecado sexual). En este caso, sin embargo, no se le hace requerimiento de que se divorcie del ofensor. Nótese bien ya al principio que Jesús reconoció sólo uno, y nada más que un motivo, como base para el divorcio entre creyen­tes: porneia (fornicación o pecado sexual). No voy a discutir por qué Pablo, en 1 .a Corin­tios 7:10, 11, y Marcos y Lucas en sus Evangelios, omiten todos ellos esta cláusula excepcional (ya he comentado sobre la omisión de Pablo, y los co­mentarios sobre Marcos y Lucas serían aún más especulativos). Quizá lo que haya que notar como más importante es que Mateo la incluya dos ve­ces. ¿Por qué?         El Evangelio de Mateo fue escrito para los ju­díos. Y, como muestran los datos de la controver­sia sobre el divorcio entre los judíos (tanto en la Biblia como en otras fuentes), había muchos en el campo de Hillel que decían que el divorcio puede ser concedido por «cualquier causa». (Ver Mateo 19:3 Los seguidores de Hillel defendían que las palabras «algo impropio» de Deuteronomio 24 permi­ten el divorcio por razones tan pequeñas como echar a perder una comida, y, desde luego, uno podía divorciarse de su espo­sa si hallaba otra mujer a quien prefería (Ver  Josefo, Antigüedades 4 23  allí se dice que Josefo se divorcio de su mujer porque «su conducta le había desagradado», Vida, p 75. (Se verá  este punto más plenamente cuando examinemos las enseñanzas de Jesús a la luz de Deuteronomio 24:1-4.)  De momento, sin embargo, contentémonos considerando la cláusula de excepción en sí

¿Es el divorcio un pecado imperdonable?: El divorcio en el yugo desigual III parte

C.     La tercera opción es divorcio y no separación provisional

En este pasaje no hay limitación al divorcio después de la deserción, aunque (evidentemente) la deserción debería ser un acto que muestre un deseo fuerte de separarse. Implica falta de consentimiento a continuar el matrimo­nio (vv. 12, 13). Así que el principio general parece claro: cuando no hay consentimiento (acuerdo) por par­te del no creyente para continuar el matrimonio (vv. 12, 13), sino que (al contrario) hay el deseo de disolverlo, el cristiano no ha de oponerse a la se­paración. Pablo usa un imperativo permisivo: «que se separe». Esto es una orden; es uno de los casos en que el divorcio es requerido. Ahora bien hay en el versículo 15 una descripción del es­tado del creyente después del divorcio y una ra­zón añadida a la orden de «que se separe». Exa­minemos los dos.

 Primero,  se declara el estado en el cual se halla el creyente después de un divorcio: «Bajo estas circunstancias el hermano o herma­na no está ligado.» La expresión “sujeto o ligado” es la palabra “douleo” que viene de esclavitud. Implica estar bajo la autoridad de alguien. Así que la evidencia es que todos los lazos del matrimonio han sido quitados. Se le deja libre en absoluto de toda obligación del matrimonio, y es una persona libre totalmente. Ni tiene obligación de procu­rar reconciliarse en el matrimonio. Una aclaración por si hay dudas en esta decisión. Queda claro que el creyente no podría volver a casarse con el no creyente (a menos que se hubiera hecho cristiano), puesto que de hacerlo violaría otro mandato bíblico a casarse «sólo con el Señor» (v 39). Un creyente no ha de casarse con un no creyente, ¡aun cuando el no creyente sea el cónyuge an­terior’. Pablo ex­presa esta idea, más tarde, en el versículo 27b, cuando habla de «.estar libre de mujer». La pa­labra usada para «libre» viene de luo, «soltar», que en versículo 27 es puesta en oposición a deo, «ligar» (que se usa de estar ligado a una esposa). La palabra deo aparece de nuevo en el versículo 39 con el mismo significado. (Deo se usa también en Mateo 16.18,  en la fór­mula de «atar» y «soltar», como su equivalente hebreo ashar) Sin em­bargo, como lo mencioné anteriormente  en el versículo 15 la palabra traducida como «sujeto» es douloo; un verbo aún más fuerte, que significa «esclavizar». La idea es que cuando los lazos del matrimonio han sido cortados, el creyente está libre de sus obliga­ciones matrimoniales con respecto al no cre­yente y de la carga de procurar mantener un matrimonio que el no creyente no desea. Está libre de su esclavitud.

En segundo lugar la razón añadida a la orden es: «Dios nos ha llamado a paz.» Esta importante consideración ha sido pa­sada por alto por varios comentaristas. Creo que sería peligroso pasarla por alto. Debemos llegar al fondo del problema que Pablo tiene a la vista. Dios no quiere dejar en el matrimonio cristiano cabos sueltos colgando; quiere que los proble­mas en el matrimonio queden resueltos. Quie­re paz. O bien ha de ser un matrimonio o ha de dejar de serlo; Dios no se queda en medio. Esto, simplemente, no es posible. Para que haya paz hay que dejar la materia quieta de una o de otra forma. Con demasiada frecuencia los cristianos, si­guiendo un mal consejo, han aceptado algo in­termedio. Permítaseme describirlo. Creyendo (erróneamente) que ha de permanecer casada con un marido no creyente, a pesar de todo, la mujer cristiana persiste en el matrimonio aunque el marido quiere terminarlo. El marido, pues, empieza a entenderse con otras mujeres (si no lo había hecho ya antes) y, al final, la deja. No obstante, instada por un mal consejo, ella no quiere conceder el divorcio. Es posible que él esté fuera de casa durante períodos de seis meses a la vez, y que asome durante una semana. Esto perturba a los hijos y la vida de la casa (crea y destruye esperanzas), la esposa puede quedar embarazada (estando casada tie­ne que acceder a las relaciones sexuales si él las quiere), y, así, las cosas siguen. Ella está siempre esperando contra lo imposible, y, sin embargo, no hay evidencia de que él tenga de­seo de seguir en el matrimonio. ¡De este modo la mujer puede quedar agarrada a una tabla, sobrevivir durante años; toda la vida! ¡No hay nada relacionado con la «paz» en todo esto! Todo está constantemente trastornado; no hay nada resuelto. No hay más que cabos sueltos. Dios quiere que la cosa concluya de modo que (en una forma u otra) haya paz, la solución del problema. Éste es un principio importante. Y creo que debe ser visto con un corazón pastoral amoroso. La idea popular, hoy, de la separación en vez del divorcio, evidentemente, no es bíblica, debido a que infringe este principio. No resuel­ve nada, sino que mantiene las cosas en el aire – y milita contra la paz. Lo que hay es una relajación parcia, que lo hace es que pone renuentes a la pareja a volverse a encontrar y solucionar el conflicto. Esta perversa sustitu­ción de la solución bíblica (paz por medio de reconciliación o divorcio) lucha contra la ver­dadera paz. Todo queda en un limbo. Engaña con una falsa sensación de alivio interpretada equivocadamente, como si fuera paz. Pero no se resuelve nada —nada se vuelve pacífico— por medio de ella. Los cristianos, con frecuencia recurren a la separación en vez del divorcio, pensando que es un mal menor. Pero, debido a que es un sus­tituto humano a las opciones bíblicas, la sepa­ración, en vez del divorcio, hace más daño que beneficio. Los consejeros  dirán que en la mayoría de los casos en que ocurre la separa­ción es mucho más difícil efectuar una recon­ciliación que cuando no la hay. No es fácil jun­tar a dos personas a quienes han estimulado (o permitido) que se separen; en la separación no sólo hay una falsa sensación de paz, sino que aprenden a no hacer frente a los problemas con miras a resolverlos. Dios quiere la solu­ción de las dificultades, no el evitarlas. La moderna separación es descrita con fre­cuencia como un «período de enfriamiento». A menos que se considere este período como de un par de horas o, a lo máximo, un par de días, para luego hacer frente a las dificultades de modo más objetivo y ver de resolverlas, se habla de algo totalmente no bíblico.       Así que hemos visto que sólo hay un caso en el cual, cuando todo lo demás ha fallado, el creyente es requerido a que se separe de su cónyuge no cre­yente por medio del divorcio. Hemos de ver ahora un caso en que el creyente puede separarse de otro creyente por divorcio. Pero, a diferencia del caso presente, nunca se le requiere que lo haga. Lo veremos en la próxima entrega.