VI. El principio de la ADORACIÓN MOTIVADORA: “Es necesario… A estos adoradores busca el Padre”
La expresión “es necesario” es enfática, la usa en 4:4. Esto implica una necesidad impuesta y urgente. Es una necesidad sometida al plan de Dios. Entonces tal adoración no sólo es necesaria sino obediente a los deseos del Padre. La expresión “busca” es “zeteo” en griego y habla de buscar, deliberar, investigar e inquirir diligentemente. El verbo es un presente indicativo, lo que implica es una búsqueda contínua. Implica entonces que Dios está investigando y buscando diligentemente a los adoradores en espíritu y verdad. Ahora ¿Por qué quiere Dios que lo adoremos? ¿Es acaso un ególatra que necesita que estemos destacando sus atributos y diciendo permanentemente lo hermoso y digno que es? ¿Será un esposo inseguro, que necesita que su esposa le esté permanentemente diciendo: te amo, te amo? Hemos sido creados, elegidos y redimidos por el Dios trino con el propósito de que seamos para alabanza de su gloria (Efesios I. 3-I4). Pero en relación con nosotros, ¿cuál es la razón por la que Dios quiere que le adoremos? El objetivo de la adoración es que nos parezcamos cada día más a él. Cuando entendemos la adoración como comunión íntima con Dios, podemos comprender su finalidad: Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor. 2 Corintios 3.18 Nuestra vida es transformada, no por meros esfuerzos humanos sino por estar en comunión íntima con Dios. Entonces su santidad se impregna en mí, su poder se refleja en mí, su amor me inunda más y más. A medida que, por medio de la adoración, penetro en su gloria, voy siendo transformado de gloria en gloria, porque reflejo su imagen. La adoración es una relación amorosa entre la iglesia y su Esposo, por medio de la cual ella se parece cada vez más a él. Es como un matrimonio que lleva muchos años de casados: ella era rubia y de tez clara, él moreno. Eran bien distintos, pero uno los mira, ahora que ambos son viejitos y están llenos de canas, y se parecen. Tienen los mismos gestos, las mismas expresiones. Después de tantos años de convivencia se fueron mimetizando y ahora se parecen. Lo mismo sucede con nosotros. De tanto estar en comunión con Dios por medio de la adoración, nos parecemos más y más a él, nos vamos mimetizando. Cuando la adoración no redunda en una vida transformada, caemos en el narcisismo espiritual. Nos quedamos embelesados con los momentos de adoración en el culto, sentimos mucha paz, pero no permitimos que la imagen de Cristo nos transforme y se refleje en nosotros. Nuestro culto es sólo de labios y en consecuencia no modifica nuestra vida, La verdadera adoración, en cambio, no nos dejará iguales.
- El principio de la ADORACIÓN LIBERTADORA: “Tales adoradores…los que le adoran”.
Estas dos frases implican por un lado que no todos estarán interesados en hacer una adoración como la que pide Jesús. Sin embargo habrá otro que si lo hará. A ellos les llama “los que”. Esto implica decisión y libertad de elección. Dios no obliga pero los que decidan ser libres entonces ellos serán encontrados por el Padre. Sin embargo debo hacer una aclaración aquí. Creo que hay dos extremos que debemos evitar. Algunos creen que no hay que preparar nada para el culto, que debe ser todo espontáneo, el argumento es que no se debe restringir la obra del Espíritu Santo con un orden de culto preestablecido; el Espíritu inspirará en ese momento al que conduce el culto, porque allí donde está el Espíritu de Dios hay libertad. Lo cierto es que esta posición limita al Espíritu y lo restringe a obrar únicamente en el momento del culto. ¿Por qué no podría el Espíritu Santo obrar e inspirar en la preparación previa? Por el principio de la encarnación, el obrar del Espíritu siempre se realiza a través del ser humano, en este caso el director de alabanza. En la medida en que el director esté mejor preparado, el Espíritu encontrará en él más posibilidades para actuar libremente. El otro extremo es el que prefiere un orden estricto preestablecido, del cual no hay que moverse bajo ninguna circunstancia, Todo está absolutamente programado, dicen, porque Dios es un Dios de orden. Esta posición desconoce por lo menos dos cosas. La primera es que el obrar de Dios no puede programarse. El ser humano no alcanza a conocer plenamente todo lo que el Espíritu quiere hacer en un culto determinado. Además, el culto no es un monólogo, sino un diálogo amoroso entre la iglesia y Dios. Puedo programar lo que vaya hacer yo en el culto, pero no lo que Dios hará. Y su manera de actuar necesariamente modificará mi respuesta. La segunda es que el culto no se hace en la plataforma. El culto no es la actuación de los especialistas, sino la expresión del pueblo de Dios. El que dirige debe estar abierto para percibir lo que el pueblo está sintiendo, deseando, necesitando, brindando, recibiendo. Necesitamos un equilibrio. El director de alabanza debe prepararse lo mejor posible, recibir dirección de Dios acerca del culto que él desea, y transmitir esa visión a los músicos y a todos los que participen en la conducción. Sin embargo, después de prepararse, el director debe estar abierto y sensible a recibir en el momento del culto las modificaciones que el Espíritu le muestre. Hay ocasiones, que en general son excepciones, en las que el Espíritu indica una dirección absolutamente distinta a lo que se había preparado. La persona que conduce debe estar dispuesta a dejar de lado lo planeado y seguir las directivas del Espíritu. La mayoría de las veces el Espíritu conduce en la línea de lo que reveló previamente al conductor, con algunas modificaciones y agregados que le dan frescura y sobre todo pertinencia al culto, ya que responderá a lo que Dios desea y a lo que la gente está necesitando. Este equilibrio permite desarrollar una adoración ordenada y libre. Debemos recordar que el culto no es un espectáculo que se realiza desde la plataforma; es la ofrenda amorosa que toda la congregación eleva a Dios. Por lo tanto, se canaliza a través de formas participativas y accesibles a todos. No debe ser la ejecución de expertos sino la expresión anónima de toda la comunidad. El servicio de adoración es un encuentro comunitario. No es un acto de adoradores individuales. Cada uno puede alabar y adorar a Dios en su hogar, en la intimidad, y de hecho lo hacemos en el tiempo de devoción privada que tenemos con Dios. En cambio cuando nos congregamos, lo hacemos para rendir un culto comunitario. Muchas veces perdemos ese matiz colectivo. Esto es particular y paradójicamente cierto con el culto de Cena del Señor, un encuentro donde se ha dado excesivo énfasis al individualismo. Promovemos el diálogo individual entre Dios y el creyente, una gratitud íntima, una consagración privada, una adoración particular. Sin embargo, esta es la mesa de la comunión. Por eso el Espíritu se está encargando de restaurar este carácter comunitario, permitiendo una participación amplia de su pueblo por medio de los distintos elementos del culto y del uso de los diferentes dones que Dios ha dado a su cuerpo.
Conclusión
Ya mencionamos algunas de las razones por las cuales el himnario se dejó de utilizar en muchas iglesias. Otro motivo es que, al ser una colección cerrada de cánticos, el himnario impide la incorporación de canciones nuevas que el Espíritu va inspirando a su iglesia. Por supuesto, el hecho de no usar el himnario no significa que debamos dejar de lado himnos y canciones que formaron parte de la tradición de la iglesia a lo largo de los siglos. Cuando esos cánticos responden al objetivo de expresar alabanza y adoración a Dios, son de tremenda bendición en el culto. Hay una gran cantidad de canciones nuevas que, por lo general, han sido de gran inspiración; sin embargo, algunas iglesias cayeron en el error de desterrar en forma definitiva los himnos o las canciones más antiguas. En lugar de aprovechar toda la riqueza de la iglesia, se quedaron sólo con una parte. Es tan empobrecedora la decisión de cantar siempre los mismos himnos durante décadas como la de cantar sólo lo nuevo. En Mateo 13.52 Jesús enseñó algo que es muy importante en este asunto. Podríamos parafrasear sus palabras diciendo que todo líder de adoración sabio saca del tesoro de la iglesia cosas nuevas y cosas viejas. El equilibrio nos permitirá disfrutar de lo nuevo que el Espíritu está inspirando hoy y de lo hermoso que el mismo Espíritu inspiró en siglos pasados. Entonces no habrá necesidad de que nadie se queje: ‘¡Señor, me robaron el himnario!’