Los malos entendidos

En la vida son pocas las cosas que son más difíciles de soportar que el hecho de ser mal comprendido. Algunas veces esto es absolutamente insoportable. Cuando usted es mal comprendido, no tiene defensa. ¿Ha notado que cuando eso sucede, no importa cuánto se esfuerce para corregir el malentendido, por lo general se empeora el asunto? Usted sale completamente preparado, dispuesto a “poner las cosas en orden”, ¡y lo único que hace es hundirse más! Cuanto más se esfuerce usted tanto más empeora el asunto y tanto más le duele. Su aguijón puede ser paralizante. Una persona de la que oí hace poco es un joven abogado. El es miembro de un amplio bufete jurídico cuyo jefe, que es de tipo más bien tradicional, se deleita en celebrar una clase especial de rito el día de Navidad todos los años. Este joven participa todos los años en el rito por el hecho de que tal ceremonia significa mucho para su jefe. Sobre la mesa de madera de la sala de sesiones, este jefe coloca una fila de pavos ya listos para llevar y preparar, uno para cada uno de  los miembros del bufete. Y esto no es para que cada uno se lleve el suyo si lo quiere, o si no lo quiere, lo deje. Los miembros tienen que pasar por un verdadero protocolo de participación. Cada hombre se coloca detrás de la mesa y pone los ojos en su pavo. Cuando le llega el turno, se adelanta, toma su pavo y anuncia que está muy satisfecho de trabajar para esa firma, y que agradece mucho el hecho de haber recibido el ave para el día de Navidad. El joven abogado de quien estamos hablando es soltero, vive solo y no puede utilizar en absoluto un ave tan grande. No tiene ni la menor idea sobre cómo aderezarla, y aun si pudiera prepararla adecuadamente, él no podría utilizar toda esa carne. Pero como se espera que participe, él recibe su pavo todos los años. Un año, sus amigos íntimos del bufete reemplazaron el pavo verdadero por uno de papel. Para que tuviera apariencia de genuino, le colocaron plomo adentro, le pusieron un pescuezo real de pavo y una cola. Pero era un ave completamente falsa. El viernes precedente al día de Navidad se reunieron todos en la sala de sesiones. Cuando le llegó el turno al joven abogado, se acercó a la mesa, levantó su gran ave y expresó la gratitud por el trabajo y por el pavo. Posteriormente, esa misma tarde, se subió a un autobús y se marchó a casa. Mientras llevaba el pavo en su regazo se preguntaba qué podría hacer con él. Más adelante se subió al autobús un hombre que tenía una apariencia bastante agotada y desanimada. El único puesto libre que encontró este hombre fue el que estaba junto a nuestro joven abogado. Se sentó, y los dos comenzaron a hablar acerca del feriado. El abogado supo que el hombre había estado todo el día buscando empleo y no había logrado nada, que tenía una familia grande y que se estaba preguntando qué haría él para el día de Navidad . Al abogado le fulguró una brillante idea: “Me llegó el día de hacer una obra buena. ¡Le daré mi pavo! ” Luego se le vino otro pensamiento. “Este hombre no vive a costa ajena. El no es un vago. Si se lo regalo, probablemente heriría su orgullo. Se lo venderé”. Así que le preguntó al hombre: — Cuánto dinero tiene usted? —Sólo un par de dólares y unos pocos centavos —contestó el hombre. —Me gustaría venderle este pavo —le dijo el abogado, mientras le colocaba el ave sobre las rodillas. —Vendido. El hombre sacó los dos dólares y las monedas que tenía. Se conmovió tanto que se le salieron las lágrimas al pensar en que su familia comería pavo el día de Navidad. Se bajó del autobús y se despidió del abogado con el acostumbrado movimiento de las manos. —Que Dios lo bendiga. Que se divierta mucho el día de Navidad. Nunca lo olvidaré. Cuando el autobús abandonó el sitio de parada, los dos hombres sonreían. ¿Puede usted imaginarse lo que sucedió cuando este hombre llegó a su hogar? Nos imaginamos que al entrar en la casa anunció: “¡Muchachos, hoy sí que conocí a un hombre sumamente amable! Vengan y vean lo que traje”. Estoy seguro de que el hombre descargó el paquete en la mesa de la cocina y comenzó a desenvolverlo. ¡Y halló que sólo era un globo de papel que tenía pesas de plomo, y se le habían agregado un pescuezo y una cola reales! El lunes siguiente regresó el abogado a su trabajo. Sus amigos tenían un deseo ardiente de saber lo que había ocurrido con el pavo. Puede imaginarse la mortificación que tuvieron cuando oyeron lo que había ocurrido. Por lo que supe, entiendo que todos ellos se subieron al autobús todos los días de la semana, buscando al hombre que compró el pavo falso, pero en vano, pues hasta hoy, según lo que sé, alberga el malentendido con respecto al hombre que inocentemente le vendió un poco de papel con apariencia de pavo por un par de dólares y unos pocos centavos. ¡Eso es lo que se llama un malentendido!  Creo que no hay ninguna persona de las que leen este escrito  que necesita que se le amplíe tan horrible sentimiento. Todos hemos tenido esta clase de experiencia en algún grado. Cuando uno se detiene a analizarla, descubre que el malentendido envuelve dos pasos. En primer lugar, un acto o una palabra, o algo que uno da a entender de manera inocente produce un mal entendimiento. Lo que hace que esto sea doloroso es que uno inocentemente dice, o  hace, o da a entender algo que es erróneamente interpretado. En segundo lugar, como resultado, se crea una ofensa. Ahora bien, esta clase de problema ocurre siempre, aun a los cristianos. Usted experimenta en su pequeño mundo cierta medida de lo que pudiéramos llamar persecución. Y la persecución pudiera venir a causa de algo inocente: un acto, una palabra o haber dado a entender algo. Claro que con eso usted no quiso decir nada, pero fue mal interpretado, y se creó una ofensa. No estamos solos en esto. Tal vez le sirva de consuelo saber que éste ha sido siempre el procedimiento normal que opera en el pueblo de Dios. Es parte del proceso de crecimiento. Usted no crece plena y completamente sin que algunas veces sea mal comprendido.  Permítame presentarle a un hombre de la Biblia que fue mal entendido. David terminaba de matar al gigante Goliat. Samuel ya lo había ungido y había anunciado a la familia de Isaí que el menor iba a ser el rey. Pero aprender a ser rey incluía aprender a soportar el ser mal comprendido. Saúl, que a la sazón era el rey, era un hombre muy amenazante e inseguro. Si usted hubiera trabajado para un hombre como Saúl, entendería el problema al que se enfrentaba David. La más leve irritación le creaba un enorme sentido de inseguridad. David había matado al gigante y regresaba con Saúl de la guerra  contra los filisteos. Al entrar en la ciudad, las mujeres que se habían reunido entonaron un canto que habían escrito en honor a la victoria. Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl, con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música. Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles (1 Samuel 18:6, 7). ¡Ah, claro! Lo que molestó a Saúl no era sólo los nueve mil de diferencia, sino el hecho de que David estaba recibiendo la gloria que él quería. Y Saúl entendió mal a aquel “joven títere” que inocentemente había matado al gigante, simplemente en cumplimiento de un servicio al Señor. Saúl pensó: “Este David me quiere quitar mi trabajo”. Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino (1 Samuel 18:8). ¡Notemos la exageración! David no estaba buscando el reino. El simplemente se levantó una mañana y mató al gigante. Eso no sucede todos los días. Y después de matar al gigante, él fue fiel a Saúl; en efecto, llegó a ser su músico personal. El no quería tomar el trono para sí; ésa fue una designación de Dios. Pero Saúl, al ver, no sólo el valor de David, sino su popularidad, lo entendió mal. “Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David” (1 Samuel 18:9). Un acto inocente y valiente fue interpretado incorrectamente de tal modo que Saúl, en lo profundo de su ser, estaba convencido de que David había salido a arrebatarle el trono.

Primero como actúa el malentendido

La mayor parte de los eruditos del Antiguo Testamento creen que el Salmo 140 fue escrito por David como resultado de los hechos  que acabamos de comentar. Usted comprenderá al leer el salmo que David estaba huyendo. Tenía que hacerlo. Estaba siendo perseguido por el demente Saúl. Ser mal entendido es siempre algo desagradable, ¡pero era una desdicha ser mal entendido por Saúl! Hay cierto sentido en que podemos acercarnos a una comprensión de la manera cómo funcionan los malentendidos, cómo avanzan. Porque en el Salmo 140 vemos un patrón de desarrollo que nos puede dar cierta sabiduría que necesitamos mucho para apoyarnos en ella la próxima vez que seamos mal comprendidos.

Primero, ante todo, hay un sentido de desprotección

 Notemos lo que dice el versículo 1: “Líbrame, oh Jehová”; y luego “guárdame”. En el versículo 4 repite: “Guárdame”. Son palabras de una persona vulnerable. Cuando hablo de vulnerable, me refiero a que no tiene defensa ni protección. La vulnerabilidad es la primera expresión de esta desdicha. El hecho de ser uno mal entendido invariablemente lo toma desprevenido; cae inadvertidamente.

Luego viene el segundo paso: la exageración.

Recordemos que Saúl, cuando oyó el canto de las mujeres, dijo: “A David dieron diez miles,… no le falta más que el reino”. Cuando las personas lo comprenden mal, agregan al malentendido la exageración que se ha formado en sus mentes. Sus imaginaciones crecen salvajemente. Miremos cómo la exageración afectó a los enemigos de David: Ellos maquinaron males: “Los cuales maquinan males en el corazón, cada día urden contiendas” (Salmo 140:2). ¿No es eso algo vivido? Cuando usted es objeto de un malentendido, puede ver cómo la persona comienza sólo de manera leve, pero gradualmente va creciendo el malentendido hasta el punto de creer todas las mentiras que se digan de usted. Pensemos en un marido celoso que momentáneamente alberga el siguiente pensamiento acerca de su mujer: “No estoy convencido de poder confiar en ella”. Tal vez ella dijo que llegaría a la casa a cierta hora. Cuando llega, hora y media después, el marido le pregunta: “¿Dónde estabas tú?” Ella le da una explicación objetiva de los motivos legítimos por los cuales se demoró. El no queda convencido de que puede creer en lo que ella dice. Está sospechoso. Eso aviva su imaginación, y comienza a sondearla aún más con preguntas increíbles, salvajes e impertinentes. Tal vez usted no lo crea, pero conozco un caso en que se dio exactamente esa situación. El día siguiente, el hombre comenzó a controlar el odómetro del automóvil para saber hasta qué distancia había ido ella conduciéndolo. Anotó el número de kilómetros que marcaba el odómetro por la mañana, y cuando regresó a la casa lo volvió a revisar. Ella había manejado, digamos, una distancia de unos 10 kilómetros. Entró en la casa y habló: —¡Hola, cariño! ¿Cómo estás? —Bien —respondió ella. — ¿A dónde fuiste hoy? —le preguntó. —Fui a la tienda —contestó ella. —¿A cuál fuiste? —Al supermercado. —Al supermercado, ¿ah? ¿Y a qué otro lugar fuiste? —A ninguna otra parte. —¡Claro que sí, fuiste a otro lugar! De aquí al supermercado no hay sino 3,3 kilómetros, y el odómetro marca. . . . ¿Qué estaba haciendo él? Estaba imaginándose lo que había ocurrido a través del malentendido. Nuestras mentes caídas son así. Y cuando decidimos entender mal, avivamos el fuego de la exageración. Y si alguna vez usted ha sido mal entendido, ya sabe de qué estoy hablando. A medida que el tiempo pasa, el asunto va empeorando, en vez de mejorar. Eso es parte del aguijón que se sufre al ser mal entendido.

El tercer paso es un estado de difamación.

El  Salmo 140:3 dice: “Aguzaron su lengua como la serpiente; veneno de áspid hay debajo de sus labios”. Las personas no sólo albergan el malentendido en sus corazones sino que lo comparten y lo dicen en alta voz. Lo recalcan en la mente de alguna otra persona, quien ahora dice: “¡Ah! Nunca supe eso. Bueno, realmente tienen sentido. ¿Y sabes qué otra cosa oí?” Y simplemente para hacer el asunto un poco más jugoso, le agregan un poquito aquí, le agregan un trocito allá para hacer que el relato apetezca de verdad. Y al poco tiempo, ya aman lo que están diciendo. Entretanto, usted está solo en casa. No está orando; está pensando: “Oh Señor, ¿qué otra cosa está diciendo?” Mientras tanto, se va mordiendo las uñas hasta los nudillos. Ahora usted entiende por qué Santiago dice que la lengua es un órgano que puede controlarnos. David dijo: “Veneno de áspid ha y debajo de sus labios”. Recientemente oí que de las lenguas de los seres vivientes, ninguna se mueve más rápido que la de las serpientes. Algunas veces se dice que son de “lengua triple”, por el hecho de que mueven tan rápidamente la lengua que parece que tuvieran tres. David sabía de qué estaba hablando. Escúcheme: El único músculo que usted necesita para quebrantar la dignidad de otra persona es uno que está escondido dentro de su boca. Puede destruir una vida con su lengua. Leí de un caso en que una mujer que se suicidó dejó una nota que simplemente decía: “Ellos dijeron. . .”. Nunca terminó. “Ellos dijeron” algo que la mató.

Segundo, como se vence el malentendido

Usted dirá: “¿Qué puedo hacer yo cuando sucede esta clase de cosas? David hizo lo siguiente: “He dicho a Jehová: Dios mío eres tú” (Salmo 140:6). Note que él dijo esto al Señor. Sugiero que no se conforme con pensarlo, sino que lo diga. Tenemos que expresar con palabras nuestra lealtad al Dios viviente. Hay ocasiones en que le digo al Señor directamente en alta voz: “Señor, tú eres mío. Cuento contigo ahora mismo”. Eso fue precisamente lo que hizo David. También a veces digo: “Señor, hazte cargo de aquella persona. No puedo pelear con ella. Es más hábil que yo. Tiene más tiempo librando peleas. Además, estoy agotado. Hazlo tú”. Y, como usted sabe, ¡él lo hace! Yo lo he visto librando la batalla. Es como ver a un gran gigante peleando contra un enano. Es como si, cuando nos rodean nuestros enemigos, tuviéramos el derecho de decirles: “¡Cuidado, o de otro modo le digo a Dios que les  caiga encima!” De hecho, precisamente antes del milagro del mar Rojo, después de aquel dramático escape de la ira de Faraón, el general Moisés animó a su pueblo diciéndole: “Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éxodo 14:14). Y David escribió: No concedas, oh Jehová, al impío sus deseos; no saques adelante su pensamiento, para que no se ensoberbezca (Salmo 140:8). Y si eso no fuera suficiente, veamos cómo David invitó al Señor a acabar con sus enemigos: En cuanto a los que por todas partes me rodean, la maldad de sus propios labios cubrirá su cabeza. Caerán sobre ellos brasas; serán  echados en el fuego, en abismos profundos de donde no salgan (Salmo 140:9,10). Como si dijéramos: “Señor, pon los en los abismos”. ¡Es sorprendente lo que hallamos en la Biblia! Permítame decirle que la persona que coexiste con el malentendido y la amargura es desdichada. Estos enemigos lo perseguirán a usted, pisándole los talones. Pero cuando entrega la situación a Dios y le dice: “Señor, soy indefenso. Soy mal entendido. Tengo la razón, pero nunca me lo creerían. Encárgate tú”, Dios realizará las hazañas más increíbles y glorificará su nombre en su vida. ¡Esa es su especialidad! Nosotros crecemos espiritualmente a través de los malentendidos. Por medio del malentendido llegamos a ver al Señor como nuestro Defensor. Usted puede acostarse tranquilo por las noches al saber que, aunque la lengua de su acusador puede estarse moviendo, Dios tiene a su cargo la situación. ¿En el instituto donde estudia hay algún “amigo” que le está causando dolor? ¡Dígaselo a Dios! ¿En el trabajo hay algún individuo que no puede manejar, no importa lo que usted haga? Escúcheme: Esa es la razón por la cual tiene un Salvador y un Libertador. Usted nació en la familia de Dios; así que no se contente en vivir como un huérfano. Cuando alguien lo entienda mal, aprenda a llevarle al Señor ese malentendido. Recuerdo una declaración que una vez hizo C. S. Lewis: Dios nos susurra en los placeres, nos habla en la conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo. Se de un abogado que daría cualquier cosa para convencer a una familia en especial de que él no es un estafador. Pero ¡ay! eso probablemente nunca ocurrirá. En el caso de algunos, la inflamación nunca parece ceder.