Ahora en tercer lugar pasemos a DENUNCIAR EL PECADO. El pecado de Jeroboam al inventar su propia religión e inducir al pueblo a seguirla, fue claramente denunciado por el Señor. De hecho, el Señor anunció que Su Palabra debía obedecerse, y lo hizo por medio de tres episodios dramáticos que siguieron.
Usó la reprensión pública Jeroboam fue a Bet-el a los quince días del mes octavo para observar el día de fiesta que él había concebido. Desobedeciendo descarada y arrogantemente, subió al nuevo altar para quemar incienso sobre este (12:33). Para sorpresa suya, de la multitud salió un varón de Dios, un tosco profeta de Judá, con una aseveración de juicio en sus labios. Con una solemnidad que hizo callar a los que estaban reunidos y que produjo un silencio sepulcral en los que estaban a cargo, el profeta dirigió un dedo acusador hacia el altar y anunció la condenación de éste de parte de Dios: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres (13.2). El altar de Jeroboam sería el lugar donde los huesos de los falsos profetas que ofrecían sacrificios sobre él, serían quemados un día. Josías fue mencionado por nombre en esta profecía. Por lo tanto, llamamos a esta una «profecía de nombre», esto es, una profecía en la cual se anuncia el nombre concreto de un hombre concreto, en cuyo reinado el altar sería profanado. Esta profecía se cumplió trescientos años después, durante el reinado del buen rey Josías (2o Reyes 23:20). El profeta dio una señal, diciendo: «Esta es la señal de que Jehová ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará» (13.3). La profecía tenía su propio sello de autenticidad. En seguida se daría prueba de ella. Jeroboam levantó su mano y dijo a los que le rodeaban: « ¡Prendedle!». La mano que extendió «se le secó» (13.4), como testimonio de que el profeta era enviado por Dios, de que había hablado la verdad, y de que Jeroboam estaba siendo reprendido por Dios. De inmediato, el altar se partió en pedazos, y las cenizas se derramaron. Golpeado por el poder paralizante del juicio de Dios, Jeroboam rogó que se le sanara la mano. Como muestra de la maravillosa misericordia de Dios, el profeta pidió a Este que restaurara la mano y el brazo del rey. Su petición fue concedida (13:6). Dios siempre ha sido un Dios que da una segunda oportunidad. Jeroboam estaba siendo invitado por las circunstancias a arrepentirse. En un momento de «casi conversión», Jeroboam pidió al profeta que viniera a su palacio a recibir comida y refrigerio. El profeta respondió que no le estaba permitido comer con nadie en la ciudad y que se le había mandado volver a casa por un camino diferente del que usó para venir. He aquí una rara joya: ¡un profeta que declina la invitación a comer con un rey! Sin duda, Jeroboam pensó acerca de su desobediencia, pero sus tendencias hacia una justa resolución debieron de ser efímeras. La reprensión del profeta fue solamente la primera denuncia del pecado religioso de Jeroboam.
Uso la muerte del profeta. Otra clase de denuncia se produjo más tarde ese día. El profeta de Judá fue engañado por un profeta mayor. Infringió el mandato divino que se le dio, comió con el anciano profeta, y fue muerto por un león (13.23–26). (Esto es algo que estudiaremos con mayor detalle en otra oportunidad) Un error aparentemente pequeño llegó a ser la causa de su muerte. Fue hallado muerto sobre al camino junto a un asno y un león que lo mató. Por su acción se anunciaba una verdad: La Palabra de Dios debe acatarse. Ni siquiera a un profeta se le eximirá de obedecer la voluntad de Dios. Dios pone en términos indiscutibles que Él espera que Sus directrices se lleven a cabo. La muerte del profeta fue una «lección ejemplarizante sobre las consecuencias de la desobediencia», y lo fue para Jeroboam así como para todos los demás. No tenemos indicio de cómo afectó a Jeroboam el hecho de que el profeta fuera muerto.
Usó una aflicción dolorosa. Una tercera denuncia se produjo. Jeroboam tenía un hijo (14:1–20). Si bien Elí, un hombre justo, tuvo hijos impíos (1º Samuel 2.11–17); Jeroboam, un padre inicuo, tuvo un hijo piadoso. El nombre de este era Abías. Un día este muchacho enfermó gravemente. Jeroboam y su esposa no sabían si viviría o moriría. Estaban enfermos de aflicción. En la desesperación, Jeroboam pidió a su mujer que se disfrazara y fuera a Ahías, un profeta que Jeroboam aborrecía, a preguntarle acerca del destino de su hijo enfermo. Ella se disfrazó y fue al profeta, tomando diez panes, algunas tortas y una vasija de miel. Ahías vivía en Silo y, como era de edad avanzada, estaba ciego. Cuando la mujer de Jeroboam se acercaba, a Ahías se le dijo por revelación quién era la que venía y qué debía decirle. Dijo: «Entra, mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra? He aquí yo soy enviado a ti con revelación dura» (14:6). Temblando, ella entró con timidez y se le dijo que el niño moriría tan pronto ella volviera a casa. La muerte del niño no era una expresión de juicio. La expresión de juicio se dio más adelante. Su muerte sería un acto de misericordia: … porque de los de Jeroboam, sólo él será sepultado, por cuanto se ha hallado en él alguna cosa buena delante de Jehová Dios de Israel, en la casa de Jeroboam (14:13)(¿Curioso como se manifiesta la bondad de Dios no creen?) ¡La forma como Dios honraba a este muchacho era permitiéndole morir de una enfermedad y ser sepultado en una tumba! […] Tan horrible era el juicio que esperaba a la familia real (1º Reyes 14.10–11) que evitarlo por medio de morir en el lecho, ¡sería una gran bendición! A la mujer de Jeroboam también se le dijo que Dios levantaría un rey que destruiría la casa de Jeroboam, y que todos los varones de su casa morirían de modo violento. Esta fue la expresión de juicio de Dios sobre Jeroboam. Ahías terminó su anuncio mencionando la primera profecía relacionada con el cautiverio en Asiria (14:15–16). Jeroboam había iniciado a su pueblo en un curso de pecado, del cual jamás se arrepentirían, así que Dios declaró durante el reinado del primer rey que la nación sería destruida un día por su pecado. Jehová sacudirá a Israel al modo que la caña se agita en las aguas; y él arrancará a Israel de esta buena tierra que había dado a sus padres, y los esparcirá más allá del Éufrates, por cuanto han hecho sus imágenes de Asera, enojando a Jehová. Y él entregará a Israel por los pecados de Jeroboam, el cual pecó, y ha hecho pecar a Israel (14:15–16).La mujer, por causa de su complicidad con Jeroboam en el mal, se le dieron instrucciones precisas relacionadas con el momento de la muerte del niño. Y tú levántate y vete a tu casa; y al poner tu pie en la ciudad, morirá el niño. Y todo Israel lo endechará, y le enterrarán; porque de los de Jeroboam, sólo él será sepultado, por cuanto se ha hallado en él alguna cosa buena delante de Jehová Dios de Israel, en la casa de Jeroboam. Y Jehová levantará para sí un rey sobre Israel, el cual destruirá la casa de Jeroboam en este día; y lo hará ahora mismo (14:12–14). ¿Se imagina usted qué estaba pasando por la cabeza de esta mujer? Ella sabía que al llegar a su casa su hijo moriría. No hay duda de que trató de idear alguna manera de llegar a casa y salvar la vida de su hijo. No había manera que pudiera encontrarse. Su mente debió de haber estado dando vueltas con pensamientos confusos acerca de lo que podía hacer. Al final, ella se fue deambulando a casa, a hacer frente al inevitable juicio de Dios. Sus juicios son seguros y firmes; nadie puede hacerlos a un lado, ni siquiera una madre. Al llegar a casa, su hijo murió. ¿Cuán más claramente podía haber hablado Dios? Tres veces se había anunciado Su juicio sobre el pecado de Jeroboam. ¿Entendió Jeroboam lo que se le estaba diciendo y se arrepintió? No lo entendió. Siguió en sus caminos pecaminosos. Un último mensaje de condenación se nos da en relación con el pecado de Jeroboam: la muerte de Jeroboam. Dios espera que escuchemos Sus advertencias. Al final, nuestra oportunidad de servirle o de arrepentirnos de nuestra desobediencia, pasa. El Espíritu Santo nos lleva tras bastidores y nos muestra lo que sucedió cuando Jeroboam murió: «… Jehová lo hirió y murió» 2o Crónicas 13:20b. No fue que sencillamente murió de muerte natural. Su reinado de veintidós años llegó a su fin cuando Dios puso Su mano de juicio sobre él y provocó su muerte. Su reinado terminó del mismo modo que había comenzado: en desobediencia a Dios. Jeroboam nunca se arrepintió. Se pasó su vida induciendo a su pueblo a recibir, creer y vivir el error, no la verdad de Dios. ¿Hay aplicación para nosotros en estos eventos? No hay duda de ello. ¡Estas narrativas divinas declaran que «Dios exige obediencia»! ¿Quién podría estudiar a Jeroboam y su enfoque de Dios y de la vida, en el cual buscó solamente su propio favor, y no convencerse de que la desobediencia no paga? Jeroboam hace que uno recuerde las palabras de nuestro Señor que se recogen en Mateo 7:22–23:
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. ¡La religión no es suficiente! Jeroboam tenía una religión, pero era la religión incorrecta. Si tener una religión fuera suficiente para agradar a Dios, Jeroboam podía haber recibido la aprobación de Dios. Dios no desea que usted tenga una religión; Él desea que usted tenga Su religión. Esta es la lección que Jeroboam jamás aprendió. Él vivió su vida como rey, siendo un pecador religioso. Usted dirá: «Me pregunto por qué Jeroboam no se arrepintió. Fue reprendido públicamente por su pecado. El profeta que le advirtió murió debido a que desobedeció a Dios. El hijo de Jeroboam murió. A Jeroboam se le dijo que todos los demás varones de su casa morirían de modo violento por causa de su pecado. Fue reprendido por Abías, el rey del sur, por su pecado antes del conflicto civil que tuvieron (2o Crónicas 13.4–12); y a pesar de todo lo anterior, jamás se arrepintió. Deténgase y piense. ¿Es más sorprendente esto que lo que vemos hoy? Dios ha puntualizado en el Nuevo Testamento cómo hemos de vivir delante de Él y cómo adorarle; a pesar de esto, se han establecido numerosas denominaciones, no encontrándose ninguna de ellas en el Nuevo Testamento. Dios nos dijo que nosotros hemos de venir a Él por la fe (Juan 8.24), el arrepentimiento (Lucas 13.3), la confesión de Jesús (Romanos 10.10) y el bautismo en Cristo (Romanos 6.3); sin embargo, hay Jeroboams modernos que han concebido sus propios planes para venir a Dios. ¿Acaso no nos ha pedido Dios que le adoremos por el estudio de Su Palabra (Hechos 17.11), el cántico (Efesios 5.19), la oración (1era Tesalonicenses 5.17), la participación de la cena del Señor cada día del Señor (Hechos 20.7; 1era Corintios 11.20–21) y la ofrenda el primer día de la semana según hayamos prosperado (1era Corintios 16.1–2)? No obstante, el hombre ha reestructurado la religión de Dios para adaptarla a sus propios gustos y disgustos. ¿Qué pasó con la obediencia humilde? ¿Aprenderemos la necesidad de la obediencia, o llegaremos a serlos Jeroboams del siglo XXI?