Jeroboam: el peligro de líder capaz pero corrupto 5 parte

Ahora en tercer lugar pasemos a  DENUNCIAR EL PECADO. El pecado de Jeroboam al inventar su propia religión e inducir al pueblo a seguirla, fue claramente denunciado por el Señor. De hecho, el Señor anunció que Su Palabra debía obedecerse, y lo hizo por medio de tres episodios dramáticos que siguieron.

Usó la reprensión pública Jeroboam fue a Bet-el a los quince días del mes octavo para observar el día de fiesta que él había concebido. Desobedeciendo descarada y arrogantemente, subió al nuevo altar para quemar incienso sobre este (12:33). Para sorpresa suya, de la multitud salió un varón de Dios, un tosco profeta de Judá, con una aseveración de juicio en sus labios. Con una solemnidad que hizo callar a los que estaban reunidos y que produjo un silencio sepulcral en los que estaban a cargo, el profeta  dirigió un dedo acusador hacia el altar y anunció la condenación de éste de parte de Dios: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres (13.2). El altar de Jeroboam sería el lugar donde los huesos de los falsos profetas que ofrecían sacrificios sobre él, serían quemados un día. Josías fue mencionado por nombre en esta profecía. Por lo tanto, llamamos a esta una «profecía de nombre», esto es, una profecía en la cual se anuncia el nombre concreto de un hombre concreto, en cuyo reinado el altar sería profanado. Esta profecía se cumplió trescientos años después, durante el reinado del buen rey Josías (2o Reyes 23:20). El profeta dio una señal, diciendo: «Esta es la señal de que Jehová ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará» (13.3). La profecía tenía su propio sello de autenticidad. En seguida se daría prueba de ella. Jeroboam levantó su mano y dijo a los que le rodeaban: « ¡Prendedle!». La mano que extendió «se le secó» (13.4), como testimonio de que el profeta era enviado por Dios, de que había hablado la verdad, y de que Jeroboam estaba siendo reprendido por Dios. De inmediato, el altar se partió en pedazos, y las cenizas se derramaron. Golpeado por el poder paralizante del juicio de Dios, Jeroboam rogó que se le sanara la mano. Como muestra de la maravillosa misericordia de Dios, el profeta pidió a Este que restaurara la mano y el brazo del rey. Su petición fue concedida (13:6). Dios siempre ha sido un Dios que da una segunda oportunidad. Jeroboam estaba siendo invitado por las circunstancias a arrepentirse. En un momento de «casi conversión», Jeroboam pidió al profeta que viniera a su palacio a recibir comida y refrigerio. El profeta respondió que no le estaba permitido comer con nadie en la ciudad y que se le había mandado volver a casa por un camino diferente del que usó para venir. He aquí una rara joya: ¡un profeta que declina la invitación a comer con un rey! Sin duda, Jeroboam pensó acerca de su desobediencia, pero sus tendencias hacia una justa resolución debieron de ser efímeras. La reprensión del profeta fue solamente la primera denuncia del pecado religioso de Jeroboam.

Uso la muerte del profeta.  Otra clase de denuncia se produjo más tarde ese día. El profeta de Judá fue engañado por un profeta mayor. Infringió el mandato divino que se le dio, comió con el anciano profeta, y fue muerto por un león (13.23–26). (Esto es algo que estudiaremos con mayor detalle en otra oportunidad) Un error aparentemente pequeño llegó a ser la causa de su muerte. Fue hallado muerto sobre al camino junto a un asno y un león que lo mató. Por su acción se anunciaba una verdad: La Palabra de Dios debe acatarse. Ni siquiera a un profeta se le eximirá de obedecer la voluntad de Dios. Dios pone en términos indiscutibles que Él espera que Sus directrices se lleven a cabo. La muerte del profeta fue una «lección ejemplarizante sobre las consecuencias de la desobediencia», y lo fue para Jeroboam así como para todos los demás. No tenemos indicio de cómo afectó a Jeroboam el hecho de que el profeta fuera muerto.

Usó una aflicción dolorosa.  Una tercera denuncia se produjo. Jeroboam tenía un hijo (14:1–20). Si bien Elí, un hombre justo, tuvo hijos impíos (1º Samuel 2.11–17); Jeroboam, un padre inicuo, tuvo un hijo piadoso. El nombre de este era Abías. Un día este muchacho enfermó gravemente. Jeroboam y su esposa no sabían si viviría o moriría. Estaban enfermos de aflicción. En la desesperación, Jeroboam pidió a su mujer que se disfrazara y fuera a Ahías, un profeta que Jeroboam aborrecía, a preguntarle acerca del destino de su hijo enfermo. Ella se disfrazó y fue al profeta, tomando diez panes, algunas tortas y una vasija de miel. Ahías vivía en Silo y, como era de edad avanzada, estaba ciego. Cuando la mujer de Jeroboam se acercaba, a Ahías se le dijo por revelación quién era la que venía y qué debía decirle. Dijo: «Entra, mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra? He aquí yo soy enviado a ti con revelación dura» (14:6). Temblando, ella entró con timidez y se le dijo que el niño moriría tan pronto ella volviera a casa. La muerte del niño no era una expresión de juicio. La expresión de juicio se dio más adelante. Su muerte sería un acto de misericordia: … porque de los de Jeroboam, sólo él será sepultado, por cuanto se ha hallado en él alguna cosa buena delante de Jehová Dios de Israel, en la casa de Jeroboam (14:13)(¿Curioso como se manifiesta la bondad de Dios no creen?) ¡La forma como Dios honraba a este muchacho era permitiéndole morir de una enfermedad y ser sepultado en una tumba! […] Tan horrible era el juicio que esperaba a la familia real (1º Reyes 14.10–11) que evitarlo por medio de morir en el lecho, ¡sería una gran bendición! A la mujer de Jeroboam también se le dijo que Dios levantaría un rey que destruiría la casa de Jeroboam, y que todos los varones de su casa morirían de modo violento. Esta fue la expresión de juicio de Dios sobre Jeroboam. Ahías terminó su anuncio mencionando la primera profecía relacionada con el cautiverio en Asiria (14:15–16). Jeroboam había iniciado a su pueblo en un curso de pecado, del cual jamás se arrepentirían, así que Dios declaró durante el reinado del primer rey que la nación sería destruida un día por su pecado. Jehová sacudirá a Israel al modo que la caña se agita en las aguas; y él arrancará a Israel de esta buena tierra que había dado a sus padres, y los esparcirá más allá del Éufrates, por cuanto han hecho sus imágenes de Asera, enojando a Jehová. Y él entregará a Israel por los pecados de Jeroboam, el cual pecó, y ha hecho pecar a Israel (14:15–16).La mujer, por causa de su complicidad con Jeroboam en el mal, se le dieron instrucciones precisas relacionadas con el momento de la muerte del niño. Y tú levántate y vete a tu casa; y al poner tu pie en la ciudad, morirá el niño. Y todo Israel lo endechará, y le enterrarán; porque de los de Jeroboam, sólo él será sepultado, por cuanto se ha hallado en él alguna cosa buena delante de Jehová Dios de Israel, en la casa de Jeroboam. Y Jehová levantará para sí un rey sobre Israel, el cual destruirá la casa de Jeroboam en este día; y lo hará ahora mismo (14:12–14). ¿Se imagina usted qué estaba pasando por la cabeza de esta mujer? Ella sabía que al llegar a su casa su hijo moriría. No hay duda de que trató de idear alguna manera de llegar a casa y salvar la vida de su hijo. No había manera que pudiera encontrarse. Su mente debió de haber estado dando vueltas con pensamientos confusos acerca de lo que podía hacer. Al final, ella se fue deambulando a casa, a hacer frente al inevitable juicio de Dios. Sus juicios son seguros y firmes; nadie puede hacerlos a un lado, ni siquiera una madre. Al llegar a casa, su hijo murió. ¿Cuán más claramente podía haber hablado Dios? Tres veces se había anunciado Su juicio sobre el pecado de Jeroboam. ¿Entendió Jeroboam lo que se le estaba diciendo y se arrepintió? No lo entendió. Siguió en sus caminos pecaminosos. Un último mensaje de condenación se nos da en relación con el pecado de Jeroboam: la muerte de Jeroboam. Dios espera que escuchemos Sus advertencias. Al final, nuestra oportunidad de servirle o de arrepentirnos de nuestra desobediencia, pasa. El Espíritu Santo nos lleva tras bastidores y nos muestra lo que sucedió cuando Jeroboam murió: «… Jehová lo hirió y murió»  2o Crónicas 13:20b. No fue que sencillamente murió de muerte natural. Su reinado de veintidós años llegó a su fin cuando Dios puso Su mano de juicio sobre él y provocó su muerte. Su reinado terminó del mismo modo que había comenzado: en desobediencia a Dios. Jeroboam nunca se arrepintió. Se pasó su vida induciendo a su pueblo a recibir, creer y vivir el error, no la verdad de Dios. ¿Hay aplicación para nosotros en estos eventos? No hay duda de ello. ¡Estas narrativas divinas declaran que «Dios exige obediencia»! ¿Quién podría estudiar a Jeroboam y su enfoque de Dios y de la vida, en el cual buscó solamente su propio favor, y no convencerse de que la desobediencia no paga? Jeroboam hace que uno recuerde las palabras de nuestro Señor que se recogen en Mateo 7:22–23:

Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. ¡La religión no es suficiente! Jeroboam tenía una religión, pero era la religión incorrecta. Si tener una religión fuera suficiente para agradar a Dios, Jeroboam podía haber recibido la aprobación de Dios. Dios no desea que usted tenga una religión; Él desea que usted tenga Su religión. Esta es la lección que Jeroboam jamás aprendió. Él vivió su vida como rey, siendo un pecador religioso. Usted dirá: «Me pregunto por qué Jeroboam no se arrepintió. Fue reprendido públicamente por su pecado. El profeta que le advirtió murió debido a que desobedeció a Dios. El hijo de Jeroboam murió. A Jeroboam se le dijo que todos los demás varones de su casa morirían de modo violento por causa de su pecado. Fue reprendido por Abías, el rey del sur, por su pecado antes del conflicto civil que tuvieron (2o Crónicas 13.4–12); y a pesar de todo lo anterior, jamás se arrepintió. Deténgase y piense. ¿Es más sorprendente esto que lo que vemos hoy? Dios ha puntualizado en el Nuevo Testamento cómo hemos de vivir delante de Él y cómo adorarle; a pesar de esto, se han establecido numerosas denominaciones, no encontrándose ninguna de ellas en el Nuevo Testamento. Dios nos dijo que nosotros hemos de venir a Él por la fe (Juan 8.24), el  arrepentimiento (Lucas 13.3), la confesión de Jesús (Romanos 10.10) y el bautismo en Cristo (Romanos 6.3); sin embargo, hay Jeroboams modernos que han concebido sus propios planes para venir a Dios. ¿Acaso no nos ha pedido Dios que le adoremos por el estudio de Su Palabra (Hechos 17.11), el cántico (Efesios 5.19), la oración (1era Tesalonicenses 5.17), la participación de la cena del Señor cada día del Señor (Hechos 20.7; 1era Corintios 11.20–21) y la ofrenda el primer día de la semana según hayamos prosperado (1era Corintios 16.1–2)? No obstante, el hombre ha reestructurado la religión de Dios para adaptarla a sus propios gustos y disgustos. ¿Qué pasó con la obediencia humilde? ¿Aprenderemos la necesidad de la obediencia, o llegaremos a serlos Jeroboams del siglo XXI?

Jeroboam: El peligro del líder capaz pero corrupto 4 parte

En segundo lugar pasemos a DESCRIBIR EL PECADO.  Poco después de ascender al trono, Jeroboam hizo alarde de la advertencia que se le había hecho y se lanzó precipitadamente en la desobediencia religiosa. Lo primero que hizo, fue instituir nuevos centros de adoración en  Bet-El y Dan. Betel se encontraba a menos de doce kilómetros de Jerusalén, en la parte sur de Israel, y Dan estaba en el extremo norte de Palestina. … y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; […] Y puso uno en Bet-el, y el otro en Dan (12.28–29). Cuando el reino se dividió, el reino del sur conservó a Jerusalén, el lugar escriturario de adoración. El pueblo de Dios debía ir a Jerusalén a adorar, tres veces al año (Éxodo 23:17). Así, Jeroboam tuvo que hacerse una pregunta: « ¿Qué haré con la gente que vaya a Jerusalén a adorar? Si van a Jerusalén a adorar, puede que quieran quedarse. Yo podría perder mi reino». ¿Cómo manejaría él esta situación? ¿Animaría a la gente a ir a Jerusalén, obedeciendo de este modo a Dios, o haría nula la ley de Dios y organizaría un nuevo sistema de adoración que no exigiera a la gente ir a Jerusalén? Era una decisión importante. Toda una nación esperaba su orientación. Para tomar la decisión correcta iban a ser necesarias la integridad, la convicción y la valentía. En completa desobediencia a Dios, Jeroboam estableció nuevos centros de adoración con la excusa de que para ir a Jerusalén a adorar a Dios, había que hacer un largo e inconveniente viaje. Jeroboam fue aun más allá y estableció nuevos objetos de adoración: becerros de oro. Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: … he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto (12:28). Esta clase de acción era inconcebible para un fiel adorador de Jehová. Jeroboam e Israel debían haber conocido el error de tal táctica, por lo sucedido al pie del monte Sinaí cuando Aarón condujo al pueblo en la fabricación y la adoración de un becerro de oro (Éxodo 32.1–6). Antes que Moisés pudiera bajar del monte Sinaí con los Diez  Mandamientos, Israel ya había infringido varios de estos. Tal vez Jeroboam deseaba que estos becerros fueran símbolos visibles de la adoración a Jehová, y no un sustituto de esta adoración. Aun si esto era lo que él deseaba, la hechura de tales becerros estaba claramente desautorizada y constituía una violación del segundo de los Diez Mandamientos. Jeroboam no había terminado con sus innovaciones. Tenía ante sí un problema relacionado con el altar. Desde los tiempos de Noé, Abraham

y Moisés, estaba arraigada en los israelitas la necesidad de ofrecer sacrificios a Dios. Israel iba a insistir en ofrecer sacrificios a Dios. Si Jeroboam erigía nuevos centros de adoración, pero los equipaba con altares nuevos para los sacrificios, esto no satisfaría a su pueblo en Israel; ellos todavía insistirían en ir a Jerusalén a ofrecer sus sacrificios. Otra complicación relacionada con su problema era que Dios había especificado a Jerusalén como el lugar de los sacrificios para todo Israel. establecer nuevos altares sería equivalente a desobedecer directamente a Dios. Jeroboam tenía ante sí un dilema: ¿Debía él establecer nuevos altares y desobedecer a Dios, o debía rehusar el establecimiento de nuevos altares y correr el riesgo de perder a su pueblo a Judá cuando fueran a Jerusalén a hacer sacrificios? ¿Qué hizo? Eligió establecer nuevos altares. Más adelante se ve que sus nuevos centros de adoración están acabados: tienen todo lo que Jerusalén tenía, incluso nuevos altares. « [Subió al] altar que él había hecho en Betel… » (12.33). Había ido demasiado lejos con su nueva religión, como para devolverse; estableció nuevos altares sin importarle cuál era la voluntad de Dios. Un pecado había llevado a otro. En cuarto lugar, Jeroboam estableció una nueva orden de sacerdotes. «Hizo también casas sobre los lugares altos, e hizo sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví» (12.31). Dios había ordenado que solamente los levitas de la casa de Aarón pudieran oficiar como sacerdotes (2o Crónicas 3.10). Jeroboam tendría problemas para obtener sacerdotes verdaderos para servir en los nuevos centros de adoración. ¿Por qué habrían de hacer tal cosa? Si respetaban la Palabra de Dios, no se atreverían a hacerlo, horrorizados por la idea de suscribirse a tan flagrante error (2o Crónicas 13.9). Jeroboam, por lo tanto, estableció su propia clase de sacerdotes, hombres tomados de las once tribus que cumplirían el mandato del rey sin importarles cuán pecaminoso fuera. En quinto lugar, instituyó una nueva fiesta anual y cambió el calendario religioso. Sacrificó, pues, sobre el altar que él había hecho en Bet-el, a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado de su propio corazón; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar para quemar incienso (12:33). La ley de Moisés apartaba el mes séptimo como una parte importante del año religioso: el primer día era la fiesta de las Trompetas (Levítico 23.23–25), el día décimo era el día de la Expiación (Levítico 23.27), y desde el décimo quinto hasta el vigésimo segundo día era la fiesta de los Tabernáculos (Levítico 23.33–36). Jeroboam sencillamente trasladó hacia adelante el calendario religioso por espacio de un mes, lo trasladó al día décimo quinto del mes octavo. La Biblia dice que este era el mes «que él había inventado de su propio corazón» (12:33). (Esa frase me hace conmoverme, porque cuantos hoy hacen cosas inventadas de su corazón) Como resultado de todas estas alteraciones y cambios de fecha se obtuvo la religión de Jeroboam, (¿El ministerio de Jeroboam?) no la de Dios. Jeroboam no andaba procurando hacer la voluntad de Dios, sino los pensamientos de su propio corazón. Había fracasado totalmente como líder de la nación. Había de ser un representante de Dios, que guiara al pueblo a hacer la voluntad de Dios, pero se había convertido en un semidiós que estaba guiando al pueblo a hacer su propia voluntad. Satanás en realidad no trata de destruir totalmente la religión; él procura persuadir a los hombres a que acepten las religiones sustitutas de los hombres a cambio de la religión de Dios. Jeroboam era agradable, en apariencia razonable, y evidentemente práctico. Solo había un problema con lo que estaba haciendo: ¡estaba sustituyendo la voluntad de Dios con la suya!

Jeroboam: el peligro del líder capaz pero corrupto 3 parte

La historia da testimonio de que a menudo un solo hombre determina el curso de los asuntos de la humanidad, para bien o para mal, para familias, para ciudades y para naciones. «Es injusto», dirá usted, «no se le debería dar tanta influencia a una sola persona. A todo ser humano debería dársele la libertad de determinar su propio destino, sin interferencia de los demás». Usted tiene razón; así fue como Dios nos creó. No obstante, los hombres y las naciones ceden pasiva e inconscientemente a las tendencias, estilos de vida y decisiones que les imponen otros en el poder, sin escudriñar diligentemente la Palabra de Dios y sin tomar sus propias decisiones. En consecuencia, a menudo se convierten en títeres manejados por las cuerdas de sus líderes, por su pasividad. El sendero de la menor resistencia da como resultado ríos torcidos y pueblos desobedientes. Nos entregamos voluntariamente a la esclavitud de los deseos de otros al no hacer uso legítimo del libre albedrío que Dios nos dio. El pueblo de Israel debió de felicitarse al elegir a Jeroboam como rey de ellos. Después de todo, poseía todas las cualidades que un hombre necesitaba para ser un buen rey: talento, carisma, confianza y habilidades naturales de liderazgo. ¡No se podía haber escogido a alguien mejor para el nuevo reino! Con el joven Jeroboam, el futuro de ellos era luminoso y prometedor. Por lo menos, esto es lo que creían. No se daban cuenta que Jeroboam, el elegido de quien se enorgullecían, los haría andar por un sendero del cual el reino jamás se recuperaría. Jeroboam reinaría durante veintidós años (931 al 910 a. C.) pero fueron años fatales para Israel. En lugar del brillante éxito que todo mundo anticipaba que él sería, Jeroboam fue un fracaso hecho y derecho. Lo único por lo que se le recuerda es que condujo a su nación al pecado. En este sentido, fue el héroe del diablo. Fue una contradicción, un oxímoron. Fue un pecador religioso. Por lo general, si alguien es religioso, no se le considera pecador; y si es pecador, no se le considera religioso. Jeroboam, no obstante, era ambas cosas, y esto era lo que hacía su vida tan detestable delante de Dios. Como dije anteriormente son veinticinco veces que se dice de Jeroboam que él pecó e hizo pecar a Israel. ¡Es un epitafio horrible con el cual describir la vida de alguien! Para ser más precisos, ¿En qué consistió su pecado? ¿Qué fue exactamente lo que hizo Jeroboam? ¿Por qué fue él un fracaso tan completo?

En primer lugar empecemos por DEFINIR EL PECADO Antes de responder a la pregunta, tal vez sea útil para nosotros dividir el pecado en dos categorías mayores: pecados morales y pecados religiosos. La Biblia no hace tal distinción en pasaje alguno. Solo estamos tratando de hacerla aquí para definir con claridad el pecado del cual fue culpable Jeroboam. Los pecados morales son aquellos que se consideran malos porque hacen daño a otros o nos hacen daño a nosotros. No son dañinos porque sean prohibidos; son prohibidos porque son dañinos. Dios como Padre amoroso que Él es, ha procurado lo que mejor nos conviene al prohibirnos actitudes y acciones que dañan y estropean la mente y la conciencia, el cuerpo y la personalidad. Basta con hacer uso de nuestra limitada razón, para llegar a la conclusión de que todo lo que daña o corrompe a un ser humano, debe considerarse pecado. Los pecados religiosos son aquellos pecados que se consideran malos porque infringen claros mandamientos de Dios. Son dañinos porque son prohibidos; no son prohibidos porque sean dañinos. Dios es soberano, y Él nos dice que Él ha de ser adorado, servido y representado. Puede que no siempre dé las razones fundamentales para Sus mandamientos, pero requiere que los obedezcamos. Por ejemplo, en Levítico 10 dijo a Nadab y Abiú qué clase de fuego debían usar para la adoración en el tabernáculo. Ellos conocían Su ley, pero no la tomaron en cuenta, la menospreciaron y la desecharon. No acatar Sus instrucciones les produjo resultados desastrosos. Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová (Levítico 10.1–2). Nadab y Abiú no eran culpables de homicidio, ni de robo, ni de chisme, pecados que corrientemente se consideran pecados morales. Sencillamente hicieron caso omiso de Sus mandamientos. No tomaron en cuenta Sus directrices. Rechazaron Sus requerimientos. Cometieron pecado religioso, no pecado moral. «¿Qué tenía de malo usar un fuego diferente del que mandó Dios?», podría decir alguien. «Después de todo, no hizo daño a nadie. Fue una iniciativa inocente, un cambio de ritmo, un nuevo estilo». Las acciones de ellos fueron más allá de las cuestiones de opinión. Cometieron el pecado de rechazar la voluntad de Dios. Fueron desobedientes. Tomaron el lugar de Dios. Con sus acciones dijeron: «Nosotros tomaremos las decisiones sobre cómo adorar a Dios». La diferencia, entonces, entre un pecado religioso y un pecado moral, es evidente. La razón fundamental de no hacer daño a otros ni a nosotros, es lo que está detrás de la prohibición del pecado moral, mientras que la razón fundamental que está detrás de evitar el pecado religioso es que a Dios debe respetársele y obedecérsele. El grave error de Jeroboam fue religioso, no moral. Él no mató personas inocentes como hizo Manases (2o Reyes 21.16); no cometió el adulterio de David (2o Samuel 11.1–5); y no incumplió promesas del modo que Saúl hizo (1º Samuel 15.17– 22). No obstante, rechazó la ley de Moisés; escribió sus propias leyes religiosas e indujo al pueblo a obedecerlas.

Jeroboam: El peligro del líder capaz pero corrupto 2 parte

Por otro lado  el tenía un TALENTO ADMIRABLE Y este varón Jeroboam era valiente y esforzado; y viendo Salomón al joven que era hombre activo, le encomendó todo el cargo de la casa de José (11:28). La segunda característica deseable de Jeroboam era el talento. No solo era un trabajador, sino que era un trabajador excepcional, un trabajador talentoso. Tenía la clase de habilidades que los demás notaban. Su diligencia y buenos hábitos de trabajo le produjeron una reputación que ascendió no solo hasta sus supervisores, sino también hasta el mismo rey. Atendiendo a su superioridad en el lugar de trabajo, se le dio un puesto como funcionario bajo Salomón; había de cumplir un papel de supervisor de la mano de obra de la casa de José. El talento también es digno de elogiar. Pobre del hombre que trata de dirigir sin él. Recordemos que el talento no tiene carácter en sí mismo. Es como el dinero. Recibe su carácter de aquel en cuya mano está. El talento solo tiene valor si es guiado por un corazón justo. Hoy hay líderes en nuestro contexto muy talentosos, pero eso no es suficiente.

En tercer lugar tenía una PERSONALIDAD ATRAYENTE: Y aconteció que oyendo todo Israel que Jeroboam había vuelto, enviaron a llamarle a la congregación, y le hicieron rey sobre todo Israel… (12:20). Una tercera característica de Jeroboam era lo que se ha llegado a llamar «carisma», esto es, una «personalidad magnética». Era la clase de hombre que la gente desea seguir. La gente creía en él. Cuando hablaba, la gente escuchaba. Cuando tuvieron necesidad de un rey, él fue la primera opción. Una personalidad atrayente saturada de la gracia de Dios es sin duda una bendición. Nadie desea que una obra fracase por causa de un espíritu repulsivo. Puede que la gente rechace un esfuerzo porque no ve el valor que tiene. Se entiende que así sea. Es razón suficiente. Puede que la gente no quiera seguir una obra por falta de fondos o energías. Esta, también, es razón suficiente; en cambio, cuando la causa por la que rechazan una buena obra, es porque les desagrada la personalidad del que la propuso, eso es trágico. Esto haría que el esfuerzo fracasara, no por la verdad de la obra, sino por el envoltorio en que se presentó. Una personalidad agradable puede ayudar a que la verdad sea escuchada. No, no es bueno que la gente se persuada por la personalidad únicamente; deseamos que la verdad sea presentada por una agradable personalidad y que sea aceptada por lo verdadero de ella, no por causa del que la presentó. No obstante, sin alteración de los demás factores, una buena personalidad ayuda a la presentación de la verdad. Jeroboam tenía ciertas características que todos apreciamos: confianza, talento y una personalidad atrayente. Entonces, decimos: «Eso es eso lo que se necesita para dirigir». ¿Lo será? Quiero que analicemos lo que Jeroboam hizo con lo que tenía. Un día, cuando Jeroboam salía de Jerusalén, le salió al paso el profeta Ahías. Este, tomando la capa que tenía sobre sí, la rompió en doce pedazos, acción que usó para anunciar lo que había de venir. Dijo a Jeroboam: Toma para ti los diez pedazos; porque así dijo Jehová Dios de Israel: he aquí que yo rompo el reino de la mano de Salomón, y a ti te daré diez tribus (11:31). Dos tribus se  conservarían por causa de David (11:32), pero Dios permitiría esta división como una  norma de castigo para Israel por causa de su idolatría. (¿No será esta la misma razón por las que Dios permite muchas divisiones en nuestras iglesias hoy?)Recuerde: Nada sucede por casualidad. O Dios permite que suceda o hace que suceda, pero nada sucede por casualidad. En este caso, Dios permitió que la división sucediera. (Que trágico es cuando la división de una iglesia proceda de Dios, no creen?)Jeroboam tendría su oportunidad de dirigir una nación. Tal vez un trono era lo que siempre había deseado. Su día en el poder había llegado. Dios le estaba entregando un puesto altamente influyente. ¿Qué haría con él? Salomón debió de haber oído lo que Ahías dijo a Jeroboam, pues de inmediato trató de matarlo. De algún modo, Jeroboam pudo escapar de Salomón a Egipto, donde encontró protección bajo Sisac. Se quedó en la seguridad de Egipto hasta que Salomón murió. A la muerte de Salomón, el pueblo de Israel se reunió en Siquem para coronar a Roboam, el hijo de Salomón, como el próximo rey. Cuando Jeroboam oyó de la muerte de Salomón y volvió de Egipto, fue con Israel a Siquem a pedir al nuevo rey de ellos, Roboam, que redujera la carga que pesaba sobre el pueblo. Roboam les dijo que esperaran tres días para darles una respuesta. Durante esos tres días, Roboam consultó con los ancianos de Israel sobre lo que debía hacer, y estos dijeron: «Hazlo, redúceles la carga». Luego habló con los  jóvenes, y estos dijeron: No lo hagas. Azótalos con mayores demandas hasta someterlos. Tu dedo menor será más fuerte que los lomos de Salomón. Tu padre los castigó con azotes, pero tú los castigarás con escorpiones (12:11). Roboam acató insensatamente el consejo de los jóvenes. Cuando anunció su decisión, ocurrió una división tal como la había anunciado Ahías. Once tribus se pasaron al lado de Jeroboam, y la tribu de Judá se quedó con Roboam. Roboam y Adoram, su jefe de recaudadores de tributos, fueron en carro a las demás tribus en un esfuerzo por poner las cosas en su lugar y demostrarle al pueblo quién era el rey; pero los disidentes apedrearon a Adoram, y Roboam a duras penas escapó con vida. Roboam huyó a Jerusalén, donde reunió a las casas de Judá y de  benjamín para la guerra. Juntó a 180.000 guerreros de estas dos tribus. Si no podía convencer con palabra a las tribus del norte a someterse, entonces los obligaría a golpes a someterse. Si no podía imponerse, los coaccionaría. Cuando la palabra no logra lo que desean, hay personas que determinan usar la espada. Semaías, profeta, fue enviado a darle a Roboam un mensaje del Señor, diciendo: «No subáis, ni peleéis contra vuestros hermanos; vuélvase cada uno a su casa, porque yo he hecho esto,…» (2o Crónicas 11:4). Dios estaba usando esta división para lograr Sus propósitos. La frase de Semaías no significa que la división era voluntad de Dios. La separación ocurrió por causa del pecado, pero Dios estaba cumpliendo la profecía que había dado por Ahías (2o Crónicas 10:15). Roboam prestó oído a Semaías y envió a su ejército a casa. La división era definitiva. Por lo tanto, Israel tendría dos reyes y dos reinos. Las once tribus se reunieron para elegir a un rey para su nuevo reino. La escogencia fue unánime: Jeroboam. Y aconteció que oyendo todo Israel que Jeroboam había vuelto, enviaron a llamarle a la congregación, y le hicieron rey sobre todo Israel, sin quedar tribu alguna que siguiese la casa de David, sino sólo la tribu de Judá (12:20). Jeroboam se encontraba ahora en una codiciada posición de liderazgo. ¿Qué clase de rey iba a ser Jeroboam? ¿Qué podemos aprender de este líder? Jeroboam tenía talento, carisma y confianza, pero veremos que carecía de una cualidad indispensable del buen liderazgo: la integridad. Después que fue investido en Siquem, por lo más selecto de los hombres de Israel (12:20), él fortificó a esta ciudad y a Penuel para tener así dos capitales, una al oeste del Jordán y otra al este (12:25). Fijó su propia residencia en la bella ciudad de Tirsa (14:17). Se le aseguró que la obediencia a la ley de Dios sería galardonada con el establecimiento de su reino y de su dinastía. Ahías le dijo lo que Dios deseaba que él hiciera: Y si prestares oído a todas las cosas que te mandare, y anduvieres en mis caminos, e hicieres lo recto delante de mis ojos, guardando mis estatutos y mis mandamientos, como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David, y yo te entregaré a Israel (11:38). ¿Qué hizo Jeroboam? ¿Escuchó al profeta de Dios? No lo escuchó. De inmediato condujo a Israel al pecado. Rápidamente manifestó que tenía todo, excepto la cualidad que un líder aprobado por Dios debe tener: un corazón que motiva a un hombre a conducir a sus seguidores a andar en los mandamientos de Dios. ¿Pero tiene éxito? ¡Por supuesto! ¿Tiene recursos? Por supuesto! ¿Tiene seguidores? ¡De miles! Pero ¿sabe una cosa? Son veinticinco veces que en el Antiguo Testamento se dice de Jeroboam, que  de una u otra forma, que él «hizo pecar a Israel». Lo peor que se puede decir de cualquier hombre es que él fue constante en pecar y en hacer pecar a otros; algo que se dice veinticinco veces de «Jeroboam hijo de Nabat». Ningún otro hombre tuvo oportunidad más excelente, y jamás hombre alguno la desperdició tan inicuamente. Se le dijo que si prestaba oído a todo lo que Dios le mandara, y andaba en los caminos de Este, y hacía lo bueno delante de él, y guardaba Sus estatutos y mandamientos, Dios estaría con él, y le edificaría una casa sólida, como había hecho con David, y le entregaría a Israel (1o Reyes 11.38). ¿Qué

más podía desear un hombre? No obstante, Jeroboam, fue deliberado y constante en desecharlo todo al pecar y hacer pecar a Israel. Si Jeroboam se hubiera preguntado: «¿Hacia dónde estoy conduciendo a Israel?», habría tenido que responder, diciendo: «Estoy conduciendo a esta nación hacia la peor clase de ruina, hacia la ruina espiritual». La confianza, el talento y la personalidad carismática son, a la larga, totalmente inútiles, si se desperdician en objetivos egoístas, pecaminosos, que destruyen en lugar de bendecir. Así que sería bueno preguntarnos en este momento ¿hacia donde están dirigiendo los líderes talentosos, carismáticos de este país? Saben lo que me temo, que al igual que Jeroboam los llevan directamente a la ruina y al pecado.

 

Jeroboam: El peligro del líder capaz pero corrupto

Hay hombres que parecen líderes de nacimiento. Si se les asigna algún comité o se les pone en algún grupo, llegan a ser la cabeza o lo dirigen, se les haya elegido para esto o no. Son sencillamente los que siempre aparecen de repente destacándose entre la multitud como «los que están a cargo». Simón Pedro, por ejemplo, siempre era, entre los

Apóstoles, el que hablaba más alto, el que tenía la respuesta o el que emitía juicio. Era sencillamente esa clase de hombre. A veces decimos: «Era un hombre de acción». Él iba a decir o hacer algo, aun si no era eso lo que debía decirse o hacerse. Tenía que estar al frente. Tenía que dirigir. Es mi país El Salvador hay esta clase de hombres a nivel eclesial. Han levantado granes imperios, son conocidos por todas partes, tienen miles de seguidores y sus iglesias son de lo “más exitosas”. Muchas personas admiran a estos “gurús del evangelio” de El Salvador. Los defienden y los elevan hasta niveles de dioses. La mayoría argumenta, que Dios debe estar con ellos porque hacen las cosas con tanta calidad, que es imposible creer que Dios no los está bendiciendo. Otros, dicen que aunque ellos tengan serios problemas éticos, sin embargo Dios los “usa” para la conversión de miles y miles de gentes. ¿Cómo se explica este fenómeno? ¿Y que peligros corremos con seguir a este tipo de lideres eclesiásticos, a pesar de que sus vidas y conductas son “secretos a voces” en los círculos evangélicos de este país. Es decir en nuestro contexto podemos encontrar muchos líderes capaces pero corruptos. ¿Cómo son estos líderes capaces pero corruptos? Bueno quizás viene a mi mente Jeroboam, me imagino que  debió de haber sido esa clase de hombre. Tenía las cualidades que una persona necesita para dirigir bien a otros. En esta primera entrega quiero que estudiemos  tres de cualidades. Era un líder excelente, con visión excelente, metodologías excelentes y llegó a tener éxito en lo que fundó y  por otro lado tuvo miles de seguidores. Pero Solo le faltaba una cosa; el problema es que era la más importante; le faltaba integridad. ¡Qué tragedia! Se dio cuenta de que en la aritmética de las cualidades de la vida, tres menos uno da igual a cero. Sin integridad, no era nada. Es una ilustración de una estrella naciente que rápidamente se apagó. Analice detenidamente las primeras páginas de la historia de su vida. Dejemos que él sirva de advertencia para nosotros, una advertencia del peligro de cultivar todas las cualidades de un superlíder, carismático y famoso pero la incapacidad de cultivar la única cualidad que se necesita: integridad. ¿Qué admiraba la gente en este hombre? Bueno en primer lugar el tenía  CONFIANZA EN SÍ MISMO…  dice la Palabra: Jeroboam hijo de Nabat, efrateo de Sereda, siervo de Salomón, cuya madre se llamaba Zerúa, la cual era viuda… (11:26). La primera característica digna de elogio de Jeroboam era la confianza. Era un joven ambicioso, extrovertido y confiado, de la tribu de Efraín. Tal vez algo de esta confianza le fue transmitida por la descendencia tribal y las personas con las cuales se relacionó. Efraín era una tribu orgullosa con un pasado histórico. Podían jactarse de que Josué, uno de los más grandes líderes de Israel, procedió de esta tribu. Además, podían decir que Silo, el primer lugar donde estuvo el tabernáculo, se encontraba dentro del territorio de ellos. Tenían una larga e ilustre historia, y también altas expectativas para sí mismos. Así, consideraban que la cantidad de tierra que se les asignó, estaba por debajo de su dignidad, y que era insuficiente para sus necesidades. Cuando Josué les presentó el hogar territorial que poseerían, lo regañaron con este amargo reclamo: « ¿Por qué nos has dado por heredad una sola suerte y una sola parte, siendo nosotros un pueblo tan grande, y que Jehová nos ha bendecido hasta ahora?» (Josué 17.14). Independientemente de su origen, la confianza  de Jeroboam había sobrevivido a una calamidad en su propia vida hogareña. En algún momento de sus primeros años de vida, su padre, un funcionario de la mano de obra de Salomón, murió. La pérdida de un padre puede ser una experiencia trascendental para un joven y puede dejar la cicatriz del desconcierto y la incertidumbre. Hasta donde podamos decir, esto no sucedió a Jeroboam. La pérdida no lo desanimó. Desde el primer momento que se presenta en el texto, lo notamos valiente, decidido y desinhibido. La confianza es un atributo que la gente admira, y muchos están dispuestos a seguir a una persona de este tipo. Quizás Puede ser una ventaja, mientras no se  convierta en orgullo. Es de admirar un hombre talentoso y lleno de confianza; en cambio todo mundo detesta a un hombre talentoso lleno de orgullo. La confianza inspira a los que se esfuerzan; un espíritu orgulloso, en cambio, predispone para una humillante caída.